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El Telégrafo
Antonio Quezada Pavón

Confianza

09 de junio de 2016 - 00:00

“Confíen en su Presidente” es el reclamo de Rafael Correa iniciando su décimo y último año de continuo mandato, lo cual me lleva a hablar de la confianza  tomando en consideración  los puntos de vista que la gente usa para describirla y que se han convertido en clichés. Uno es el clamor general de que hay un declinamiento de la confianza mutua; el siguiente es la necesidad de señalar un objetivo para tener más confianza; y el último es la obligada tarea de que hay que reconstruir la confianza.

Esto se aplica tanto al apoyo de confianza a un gobierno que termina, como a nuestra pareja, hijos, amigos y gente. Pero yo creo que el clamor, el objetivo y la tarea con que el público describe la confianza el público están mal concebidos. ¿Por qué la gente piensa que hay una disminución de la confianza? Realmente no sé la respuesta, pero creo que ha disminuido en algunas actividades y ha crecido en otras. Si miramos las estadísticas, el nivel de desconfianza no ha cambiado. Hace 20 años desconfiábamos tanto de los periodistas y de los políticos, como lo hacemos ahora. Pero confiamos en médicos y enfermeras igual o más que hace dos décadas. El resto de los ciudadanos comunes y corrientes tenemos un nivel de confianza (o de desconfianza) promedio. En realidad tenemos un nivel de confidencia diferenciado de tal manera que confiamos en alguien para una cierta tarea y no para otra. Confío en mi amigo, pero sé que no puede guardar un secreto. Por eso las estadísticas son una muy mala guía para definir el nivel de confianza existente, pues tratan de eliminar el buen juicio que debemos tener para brindar intimidad.

Y si el objetivo es tener más confianza, sinceramente creo que es una tontería. Se debería dar más confianza a lo que es seguro, honesto y confiable, y no a lo que es desleal y traicionero. De ninguna manera voy a confiar mis ahorros al chulquero del barrio. Entonces el objetivo es rechazar inteligentemente aquellas muestras de familiaridad, en donde lo que importa no es realmente la confianza, sino el ser confiable. La forma como juzgamos a las personas ser dignas de confianza y cómo realizamos este juicio depende de tres elementos: competencia, honestidad y confiabilidad. Si encontramos una persona (y puede ser el presidente Correa) que es competente en aquello que es relevante para nosotros, que es además honesta y lealmente confiable, pues tenemos una muy buena razón para darle nuestro voto de confianza, pues son personas confiables. Tengo amigos que son honestos y competentes, pero que son incapaces de recordar hacerme el favor que les pedí. A otros sé que les puedo confiar ciertas tareas, pero también sé que son incompetentes para otras. No creo tener amigos que sean competentes y confiables, pero extremadamente deshonestos. Y si los tengo, pasan desapercibidos.

Finalmente, si la tarea es reconstruir la confianza, se supone que es de dos vías. Pero confianza es en realidad un concepto distintivo, pues está dada por otra gente hacia nosotros. ¿Cómo reconstruimos lo que otra gente nos da de sí mismos? Lo que podemos hacer es construir los fundamentos donde se basa el ser dignos de su confianza. Lo cual nos lleva a la realidad de que debemos ser personas confiables y que la gente nos perciba por competencia, honestidad y lealtad merecedoras de recibir su confianza. (O)

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