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El Telégrafo
Jaime Galarza Zavala

¿Con quién está Guayaquil?

20 de noviembre de 2014

Con ese señorío propio de un dueño de hacienda, el alcalde Jaime Nebot publicó en la prensa porteña (por ejemplo, en  Expreso) el viernes 14 de noviembre un irónico saludo “a los empleados del Gobierno” que, según él, coparían el acto convocado por Alianza PAIS para el día siguiente, 15 de noviembre, en la ciudad. Y con sarcasmo indicó que había ordenado al Departamento Municipal de Turismo que en la fecha ayudara a los concurrentes, seguramente para que no salieran del perímetro de ‘Pelucolandia’ ni  se metieran en los difíciles barrios populares donde vive la mayoría de la población, a donde no ha llegado la bien pagada reingeniería urbana. Dicho esto, Nebot se despidió anunciando que se iba de vacaciones. Como era obvio, no tuvo siquiera una palabra de recordación para los trabajadores y el pueblo guayaquileño masacrado en fecha similar, el 15 de noviembre de 1922. Y es que los genocidas de entonces, detrás del batallón Cazadores de los Ríos, eran banqueros y oligarcas, congéneres del poderoso clan que hoy, como socialcristianos o guerreros de madera, apoyan furibundamente a su alcalde.

En la forma de referirse a Guayaquil y los guayaquileños, en el lenguaje alcaldicio revive ese menosprecio a la Sierra y los serranos, del que siempre hizo gala León FebresCordero, a cuyos pies una multitud inconsciente quemaba banderas de Quito y apoyaba a la mafia de banqueros fraudulentos, tipo Isaías o Aspiazu, en los amargos días del feriado bancario decretado por Jamil Mahuad, el humilde paje de los emperadores yanquis. Consecuente con su odio parroquiano al Ecuador entero, dijo entonces Febres-Cordero que la Revolución Juliana de 1925 fue una ‘revolución antiguayaquileña’, y esto porque los jóvenes militares de entonces levantaron la bandera de las reivindicaciones sociales y patrióticas, propiciando el fin del dominio del Banco Comercial y Agrícola de Guayaquil, uno de los causantes de la masacre del 15 de noviembre.

Para mantener esa actitud de supuesto guayaquileñismo, los líderes de la oligarquía olvidan varios hechos, como aquel de que la mayoría de pobladores actuales del puerto son de cualquier lado del Ecuador, menos de Guayaquil: rebeldes manabas, negros esmeraldeños, indios migrantes, morlacos, lojanos y de otras latitudes. Masa de ecuatorianos pobres en su mayoría, buscadores, no del lejano sueño americano, sino del más cercano y engañoso sueño guayaquileño, para terminar como carne de explotación de una minoría de soberbios capitalistas, que han erigido sus ciudadelas privadas y sus palacetes con la sangre, el  sudor y las lágrimas de los desposeídos, de los parias de toda fortuna, procreados por el capitalismo salvaje de cuño local o extranjero.

Pese a ese espíritu de burda antipatria, el 15 de noviembre último, incontables millares de guayaquileños se dieron cita en las calles del puerto para proclamar su voluntad de ir a una revolución popular cada vez más radical y profunda, respaldando los avances logrados hasta hoy por el gobierno que  preside Rafael Correa, con la mirada puesta firmemente en la segunda y definitiva Independencia.

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