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El Telégrafo

Comunidad Científica Ecuatoriana

17 de febrero de 2012

Algunas décadas atrás  se estableció la Comunidad Científica Nacional  “Comciee”, con el laudable propósito de organizadamente reunir a quienes silenciosamente realizan indagación  y ciencia  de cualquier naturaleza en los diferentes lugares de la nación.

Desde el punto de vista legal era y es una institución de carácter científico de derecho privado con fines estrictamente sociales, y con una amplitud de criterio  plenamente alejada de banderías políticas o religiosas y, por tanto, abierta a quienes hacen investigación y ciencia, y que voluntaria y libremente manifestaren  su voluntad  de asociarse   a partir de la calificación de méritos que  los reglamentos exigen.

Los acontecimientos luctuosos y reprochables de la crisis financiera y política  de fines del segundo milenio y principios del siglo XXI en nuestra patria, la quiebra bancaria y el éxodo de casi un millón de connacionales en busca de mejores días fuera de las fronteras nuestras, obviamente, causó dificultades graves en el funcionamiento de la ilustre entidad.

La salida de miles de nuestros profesionales, muchos de ellos con vocación para la investigación,   le arrebataron  la necesaria reserva  intelectual que  requiere todo organismo de connotación científica y por algunos años permaneció ciertamente invisibilizada.

Recuerdo  que  hace ya varios años, en una conversación con Mario Bunge,  un cientista social de renombre continental,  me decía lo importante que era que un Estado en vías  de desarrollo  tuviera una organización  nacional que agrupara  a sus investigadores y científicos, lo que no sucedía en su tierra natal, Argentina; ni tampoco  en Canadá,  donde prestaba sus servicios en una  universidad  de renombre.

En estos días, nuevamente nos hemos reunido  en Guayaquil los antiguos y nuevos miembros de la Comunidad, iluminados  y emocionados  por los albores del recordatorio luctuoso  de la “Hoguera Bárbara” -tema central  del encuentro- evocando la figura de Alfaro, el estadista que envió a los más esclarecidos talentos ecuatorianos de su tiempo a especializarse  a los centros académicos  más importantes y que, a su vez, contrató  misiones científicas extranjeras que trabajaran con los docentes locales en su afán de que el Ecuador fuera una república ilustrada.

Hoy que el gobierno del presidente Correa, en la misma línea  alfarista del progreso, solventa políticas sustanciales que buscan la excelencia  en todos los campos de la educación  de la ciencia y la tecnología, enmendando frontalmente  los errores del pasado, entregando los recursos económicos, concediendo  ilimitadamente  becas de posgrado, reforzando y fortaleciendo investigación y  quehacer científico  con la creación de nuevos institutos que, unidos a los ya existentes,  podrán  incorporar al pueblo ecuatoriano descubrimientos, inventos, innovaciones, técnicas, creaciones y metodologías  concebidos por sus mujeres y hombres de ciencia.

La Comunidad Científica  Ecuatoriana deberá estar presente y decir su palabra, pues el porvenir  del país no puede ser otro que  el desarrollo  del conocimiento científico  y técnico.

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