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El Telégrafo
Ignacio Ramonet

Comprender cómo nos manipulan

26 de julio de 2015

Se cumplen 80 años de la primera edición (1935) en lengua española de la gran novela rupturista Un mundo feliz (se había publicado tres años antes en inglés) del filósofo y escritor visionario Aldous Huxley. Y ante tanta ‘felicidad artificial’ en nuestros días, manipulaciones y condicionamientos contemporáneos cabe preguntarse: ¿será útil releer hoy Un mundo feliz? ¿Es acaso necesario retomar un libro publicado hace más de 80 años, en una época tan alejada de nosotros que internet no existía e incluso la televisión aún no había sido inventada? ¿Es esta novela algo más que una curiosidad sociológica, un best seller ordinario y efímero del que se vendieron, en el año de su publicación, en inglés, más de un millón de ejemplares?

Estas cuestiones parecen tanto más pertinentes cuanto que el género al que pertenece la obra -la distopía, la fábula de anticipación, la utopía científico-técnica, la ciencia ficción social- posee un grado muy alto de obsolescencia. Pues nada envejece con mayor rapidez que el futuro. Sobre todo en literatura.

Sin embargo, si alguien, superando estas reticencias, se sumerge en las páginas de esa novela, quedará estupefacto por su sorprendente actualidad. Constatando que, por una vez, el pasado ha atrapado el presente. Recordemos que el autor, Aldous Huxley (1864-1963), narra una historia que transcurre en un futuro muy lejano, hacia el año 2500, o, con mayor precisión, “hacia el año 600 de la era fordiana”, en alusión satírica a Henry Ford (1863-1947), el pionero estadounidense de la industria automovilística (de la que una célebre marca de coches sigue llevando su nombre), inventor de un método de organización del trabajo para la fabricación en serie, y de la estandarización de las piezas. Método -el fordismo- que transformó a los trabajadores en poco menos que autómatas o en robots que repiten a lo largo de la jornada un único y mismo gesto. Lo cual suscitó, ya en la época, violentas críticas; pensemos, a este respecto, por ejemplo, en las películas Metrópolis (1926) de Fritz Lang o Tiempos modernos (1935) de Charles Chaplin.

Aldous Huxley escribió Un mundo feliz (visión pesimista del porvenir y crítica feroz del culto positivista a la ciencia) cuando las consecuencias sociales de la gran crisis de 1929 afectaban de lleno a las sociedades occidentales, y cuando la credibilidad en el progreso y en los regímenes democráticos capitalistas parecía vacilar.

Editado en inglés antes de la llegada de Adolf Hitler al poder en Alemania (1933), esta obra denuncia la perspectiva pesadillesca de una sociedad totalitaria fascinada por el progreso científico y convencida de brindar a sus ciudadanos una felicidad obligatoria. Presenta una visión alucinada de una humanidad deshumanizada por el condicionamiento a lo Pavlov y por el placer al alcance de una píldora (’el soma’). En un mundo horriblemente perfecto, la sociedad decide totalmente, con fines eugenésicos y productivistas, la sexualidad de la procreación.

Una situación no tan alejada de la que conocen hoy algunos países en donde los efectos de la crisis de 2008 provocan (en Europa sobre todo) la subida de partidos de extrema derecha, xenófobos y racistas. Donde las píldoras anticonceptivas permiten ya un amplio control de la natalidad. Donde nuevas píldoras (Viagra, Lybrido) dopan el deseo sexual y lo prolongan hasta más allá de la tercera edad. Y las manipulaciones genéticas permiten cada vez más a los padres elegir embriones para engendrar hijos en función de criterios predeterminados, estéticos entre otros.

Otra sorprendente relación con la actualidad es que la novela de Huxley muestra un mundo donde el control social no da cabida al azar, donde, formadas con el mismo molde, las personas son ‘clónicas’, pues se producen en serie, la mayoría tiene garantizado el confort y la satisfacción de los únicos deseos que está condicionada a experimentar, pero donde se ha perdido, como diría Mercedes Sosa, la razón de vivir.

En Un mundo feliz, la americanización del planeta y la historia ha terminado (como lo afirmara más tarde Francis Fukuyama), todo ha sido estandarizado y fordizado, tanto la producción de los seres humanos, resultado de puras manipulaciones genético-químicas, como la identidad de las personas, producida durante el sueño por hipnosis auditiva: la ‘hipnopedia’, que un personaje en el libro califica como “la mayor fuerza socializante y moralizante de todos los tiempos”.

Se ‘producen’ seres humanos, en el sentido industrial del término, en fábricas especializadas -los “centros de incubación y condicionamiento”- según modelos variados, que dependen de las tareas muy especializadas que serán asignadas a cada uno e indispensables para una sociedad obsesionada por la estabilidad. Desde su nacimiento, cada ser humano es además educado en unos “centros de condicionamiento del Estado” en función de los valores específicos de su grupo, mediante el recurso masivo a la hipnopedia para manipular el espíritu, crear en él “reflejos condicionados definitivos” y hacerle aceptar su destino.

Huxley ilustraba así los riesgos implícitos en la tesis que formuló desde 1924 John B. Watsonv, el padre del ‘conductismo’, esa pretendida “ciencia de la observación y control del comportamiento”. Watson afirmaba, con frialdad, que podía elegir al azar en la calle a un niño saludable y transformarlo, a su elección, en un doctor, un abogado, un artista, un mendigo o un ladrón, cualquiera que fuera su talento, sus inclinaciones, sus capacidades, sus gustos y el origen de sus ancestros.

En Un mundo feliz (fundamentalmente un manifiesto humanista) algunos vieron también, con razón, una crítica ácida a la sociedad estalinista, a la utopía soviética construida con mano de hierro. Pero también hay una sátira a la nueva sociedad mecanizada, estandarizada, automatizada que se montaba en esa época en EE.UU., en nombre de la modernidad técnica.

Sumamente inteligente y admirador de la ciencia, Huxley expresa sin embargo, en esta novela, un profundo escepticismo respecto de la idea de progreso, una desconfianza hacia la razón.  Frente a la invasión del materialismo, el autor entabla una interpelación feroz a las amenazas del cientificismo, el maquinismo y el desprecio a la dignidad individual. Claro que la técnica asegurará a los seres humanos un confort exterior total, de notable perfección, estima Huxley con desesperada lucidez. Todo deseo, en la medida en que podrá ser expresado y sentido, será satisfecho. Los seres humanos habrán perdido su razón de ser. Se habrán transformado a sí mismos en máquinas. Ya no se podrá hablar en sentido estricto de ‘condición humana’.

Pero sí de ‘condicionamiento’, que no cesa de intensificarse desde la época en que Huxley publicó este libro y anunció que, en el futuro, seríamos manipulados sin que nos diésemos cuenta de ello. En particular, por la publicidad. Mediante el recurso a mecanismos psicológicos y gracias a técnicas bien rodadas, los ‘Mad Men’ de la publicidad consiguen que compremos, sea un producto o un servicio o una idea. De ese modo nos convertimos en personas previsibles, casi teledirigidas. Y felices.

Confirmando esas tesis de Huxley, a mediados de la década de 1950, Vance Packard publicó The Hidden Persuaders (La persuasión clandestina) y Ernest Dichter y Louis Cheskin denunciaron que las agencias de publicidad intentaban manipular el inconsciente de los consumidores. En particular mediante el uso de la ‘publicidad subliminal’ en los medios de comunicación masivos. El 30 de octubre de 1962 se llevó a cabo una verdadera prueba que demostraba la eficacia de la publicidad subliminal: durante una película, se lanzaba cada cierto tiempo mensajes ‘invisibles’ acerca de unos productos. Las ventas de dichos productos aumentaron.

Actualmente, la ‘publicidad subliminal’ ha avanzado y existen técnicas más sofisticadas y hasta más perversas para manipular la mente del ser humano. Por ejemplo, mediante los colores que modifican nuestras percepciones e influyen sobre nuestras decisiones. Los especialistas en marketing lo saben y utilizan sus efectos para orientar nuestras compras.

En un experimento conocido de final de los años 1960, Louis Cheskin, director del Color Research Institute, pidió a un grupo de amas de casa que probaran tres cajas de detergentes y que decidieran cuál de ellas daba mejor resultado con las prendas delicadas. Una era amarilla, la otra azul y la tercera, azul con puntos amarillos. A pesar de que las tres contenían el mismo producto, las reacciones fueron distintas. El detergente de la caja amarilla se juzgó ‘demasiado fuerte’, el de la azul se consideró que ‘no tenía fuerza para limpiar’. Ganó la caja bicolor.

En otra prueba se dieron dos muestras de cremas de belleza a un grupo de mujeres, una en un recipiente rosa y otra en uno de color azul. Casi el 80% de las mujeres declaró que la crema del bote rosa era más fina y efectiva que la del bote azul. Nadie sabía que la composición de las cremas era idéntica. “No es una exageración decir que la gente no solo compra el producto per se, sino también por los colores que lo acompañan. El color penetra en la psique del consumidor y puede convertirse en un estímulo directo para la venta”, escribe el publicista Luc Dupont en su libro 1.001 trucos publicitarios.

Cuando la empresa productora del jabón Lux empezó a vender en color rosa, verde, turquesa, sustituyendo la pastilla de color amarillo, se convirtió en número uno de jabones de belleza en el mercado. Los nuevos colores sugerían delicadeza y cuidado, intimidad y cariño y los consumidores se mostraron entusiastas. Recientemente, McDonald’s dejó su mítico color rojo (tonalidad apreciada por los más pequeños y que suele estimular el hambre) a favor del verde, en un intento de reposicionar su marca hacia la comida saludable y un estilo de vida sostenible.

Un mundo feliz nos alerta contra todas estas agresiones. Sin olvidarse de las manipulaciones mediáticas. Y puede verse como una sátira de la nueva sociedad delirante que se construye hoy día en nombre de la ‘modernidad’ ultraliberal. Pesimista y sombrío, el futuro visto por Huxley sirve de advertencia y alienta, en la época de las manipulaciones genéticas, de la clonación y la revolución de lo viviente, a vigilar de cerca los actuales progresos científicos y sus potenciales efectos destructivos.

Un mundo feliz ayuda a comprender mejor el alcance de los riesgos cuando de nuevo, en todos lados, ‘progresos científicos y técnicos’ nos enfrentan a desafíos ecológicos que hacen peligrar el futuro del planeta.

Y de la especie humana. (O)

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