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Mariana Velasco

Cómplices silentes

08 de junio de 2022

Cuando todo está podrido y corrompido, se aprecian mejor la verdad, la pureza, la honestidad, el decoro o la decencia. El Ecuador, aprisa, se extingue y somos cómplices silentes. Lo vemos, sentimos y duele. Necesitamos que nos conmueva pero que no nos paralice.

Desde años atrás, una lanza atraviesa en lo profundo del corazón de los ecuatorianos. La montaña de calamidades y la parálisis en cuanto a opciones para superarla, indican que vivimos en una nación que tiene dificultades con algunas preguntas fundamentales: ¿ha aumentado nuestra tolerancia como país hacia las barbaridades que hacen nuestros políticos, y luego nos sacudimos el polvo para darle paso al siguiente? ¿Cuánto valor le damos a nuestra democracia?

Ese temor atraviesa todos los zarcillos de la conciencia, del bien común y la capacidad de actuar juntos, porque en el cálculo final nos hemos convertido en animales salvando el pellejo, y parece que lo hacemos con la indiferencia y disociación.

Hay que reconocer que, en lustros recientes, hemos vivido una época de pertenencia reducida, al perder ampliamente la confianza en las organizaciones políticas, religiosas, movimientos sociales, sindicalismo, medios de comunicación y las instituciones. Analizar las últimas estadísticas y pensar que las redes sociales tienen mayor credibilidad, obliga a reconocer que algo hacemos mal.

Empiezo a convencerme que habitamos un mundo lleno de sombras que clama a gritos que alguien encienda la lámpara de Diógenes sobre todo cuando se trata de democracia, sociedad civil o política tan fragmentada que evidencia la insatisfacción de un pueblo que no se siente  representado.

Las dificultades económicas que día a día vive tanta gente empobrecida, la corrupción rampante, la inequidad que abre brechas insalvables, la recíproca desconfianza – pueblo, élites-la percepción ciudadana de que los partidos políticos se convierten en impermeables funcionales como maquinarias que garantizan el acceso al poder, son entre otras, razones por las cuales un pueblo menosprecia a los políticos.

En medio de la vorágine que vivimos, no caemos en cuenta que las democracias también mueren y no en manos de generales golpistas, sino a manos de sus propios mesías o líderes electos. Ejemplos sobran: Nicaragua, Perú, Filipinas, Rusia, Turquía, Venezuela. ¿La dejamos extinguir o le damos vida a nuestra débil democracia?

No obstante, en vez de impulsarnos a hacer duelo juntos y tomar medidas colectivas, ahora parece que las crisis (política, económica, social) sumen al país cada vez más en la división y recrudecen los enfrentamientos respecto a las acciones que debemos aplicar en respuesta. Esto requiere de una acción colectiva y parte del problema es que ahora mismo-como hace más de diez años- estamos muy divididos, cuando la cuestión que nos debería motivar es: ¿qué se va a requerir para obligarnos a impulsar juntos un cambio?

Me aterra la sola idea que los ecuatorianos tenemos un romance con la violencia (física, política, de género, económica) Miro asustada que el país se desploma frente a la impasividad colectiva. Ya nada nos sorprende. Navegamos en aguas turbulentas y muy poco hacemos para enderezar el timón o variar de rumbo. Ya no percibimos los olores nauseabundos que permean el ambiente. Un somnífero de extraordinario poder nos aletarga peligrosamente, mientras los creadores de este gigantesco deterioro cívico trabajan a sol y sombra para agigantar el caos y regresar al poder.

Hoy se mata con saña y a sangre fría.  Nadie está a salvo. No hace falta razón. La vida ha dejado de ser el milagro cotidiano de mayor valor. Los barrios son inseguros, las calles una trampa, las carreteras una incógnita y los medios de comunicación depósitos de crónica roja.

¿Qué nos ocurrió? El país se cae a pedazos, la sociedad se resquebrajó y guardamos silencio entre nuestra comodidad para protestar; una Asamblea donde se subasta el honor y la dignidad, una justicia que mueve las fichas cual dominó para beneficio de sus panas, un ejecutivo, carente de poder para ejercer y transformado en comodín, además de un Consejo de Participación y Control Ciudadano- cual joya de la corona-disputado por la clase política para nombrar las autoridades de control …y nada decimos.

La patria no necesita redentores, requiere de ciudadanos de bien, comprometidos en su afán de servir al país, apegados a principios éticos. ¿Los tenemos? Claro que sí. Unos conocidos, otros cubren la retaguardia. Hay mujeres y hombres capaces y dispuestos para frenar el acelerado descenso del país y presentar caminos de enmienda, solución y bienestar nacionales; pero nos hemos vuelto cicateros con nuestro tiempo, ajenos a lo público, endiosados en lo individual, carentes de óptica cívica que apunte al más allá.

Solo una sociedad civil y organizada puede destruir el andamiaje jurídico creado por mentes –perniciosamente brillantes– que idearon una telaraña legal- para encubrir delincuentes que paseen libres por el mundo, que paguen millones de dólares de fianza para en Estados Unidos, defenderse en libertad, para jueces y fiscales de pacotilla que liberan a presos con sentencias en firme , para cual matrimonio o divorcio ‘al vapor’, con agilidad receptar el pedido de revocatoria del mandato del presidente … y van por más, mucho más y callamos. Quienes saquearon este país, avanzan a paso firme, en la ejecución de su hoja de ruta. Los ecuatorianos honestos y patriotas tienen la palabra.

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