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El Telégrafo
Antonio Quezada Pavón

¿Cómo vamos a votar?

07 de julio de 2016 - 00:00

¡Qué compleja se vuelve la elección presidencial 2017! Me parece que nosotros, los electores, cada vez tenemos dos mentes cuando se refiere a la política: lo que queremos  y lo que necesitamos como Presidente son cosas totalmente distintas. Los psicólogos dicen que es por culpa de nuestro lóbulo límbico que elegimos a los candidatos que queremos, pero se supone que ellos gobernarán de acuerdo a la influencia de su lóbulo cortical.

En la base del cráneo está el lóbulo límbico -el viejo cerebro-  que es la fuente de nuestras más básicas motivaciones e instintos, así como de nuestras emociones y que responde a aquellas claves que ayudaron a nuestra sobrevivencia como especie. Desde aquí tomamos nuestras decisiones viscerales. Encima del sistema límbico está la corteza cerebral -el nuevo cerebro-, el lóbulo cortical que nos separa del resto de los mamíferos y nos hace racionales y humanos. Es este cerebro el que nos permite analizar y juzgar.

El viejo cerebro es similar al de un chimpancé, lo cual explica la razón del éxito de Donald Trump debatiendo con otros diez candidatos, muy similares a una tropa de micos luchando por su estatus de macho alfa. Mientras la prensa lo declaraba perdedor, los televidentes sin embargo, lo vieron a través de su lóbulo límbico y pensaron que había ganado. Era el candidato que se golpeaba el pecho y lanzaba basura contra sus oponentes -más grande, más sonoro y más orgulloso-. Y es así como declaramos mentalmente ganador desde nuestro viejo cerebro al más visible, audible y agresivo de los candidatos. Me queda una pregunta: ¿Podrá nuestra programación primate aceptar una mujer como macho alfa?

Pero más allá de energía y agresividad, hay otros rasgos que definen el éxito de un candidato presidencial: optimismo a toda prueba, carisma, confianza en sí mismo, visión expandida y muchas veces gran dosis de extroversión, lo que está ligado a un temperamento hipomaniaco, que no es una enfermedad mental, pero que tiene ligeras características maniáticas que incluyen el empuje competitivo para dominación, que a veces se extralimita. El buen juicio, tan necesario para un candidato, es lo opuesto a la hipomanía. El tener una pobre capacidad de juzgar las situaciones distingue a la hipomanía: impulsividad, arrogancia, la tendencia a pensar y actuar muy rápido trabajan en contra de la mesura, sobriedad y pensamiento paciente que demanda el buen juicio.

Todas las personas batallamos por balancear los dos lados competitivos de la naturaleza humana, los candidatos presidenciales lo tienen que hacer a la vista del público. El país necesita un macho alfa que hable por nosotros y nos mantenga seguros, es decir, que nos haga sobrevivir y progresar: un líder fuerte. Pero necesita también ser un visionario que mire más allá del horizonte y que nos lleve a los ecuatorianos a hacer cosas que de otra manera no las aceptaríamos. Para ser visionario, una persona necesita un toque de hipomanía, la grandiosidad  de creer que puede guiar a su pueblo a la tierra prometida. En cierta forma, ser irracionalmente confidente en que sí se puede hacer. Pero debe tener -además- un gran respeto y apego hacia el proceso racional de toma de decisiones que se encuentra en la corteza cerebral. Debe tener gran curiosidad intelectual y respeto hacia las opiniones divergentes. Con lo cual describo al tipo neocórtico  de persona. Pensadores introvertidos que tienen pequeñas dosis de carisma, que pueden inspirar, pero no arrastrar a las masas.

En estas elecciones, con dificultades políticas y económicas afectando al mundo y al país, quien tenga la fuerza de ganar por energía y agresividad necesita -más que nunca- la sabiduría para saber gobernar. Y así como se demanda esto a los candidatos, los electores tenemos la obligación de convocar nuestro mejor entendimiento para elegir al presidente que necesitamos y no solamente al que queremos. Aquel que pueda aprovechar el dinamismo de nuestros más bajos atributos con la perspicacia de nuestras habilidades de más alto grado. (O)

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