Seguramente usted, estimada o estimado lector, ha presenciado varias conversaciones acerca de la relación comercial y un posible Tratado de Libre Comercio (TLC), entre Ecuador y China. Probablemente se ha topado con opiniones diversas, que incluyen sesgos ideológicos, sentires racistas en contra del país asiático, y como no puede ser de otra manera, reflexiones absurdas que se reducen al “correísmo/anti-correísmo”. Le invito a desconfiar de todas esas visiones y le propongo un breve ejercicio cartesiano: dude de las posturas radicales a favor o en contra de un posible TLC con China, y fíjese en los matices.
China es un mercado significativo para el Ecuador. En los últimos tres años, nuestro país vendió más de dos mil quinientos millones de dólares anuales al gigante asiático. Con la firma de un acuerdo comercial, varios productos como la pitahaya o el taxo podrían insertarse dentro de este mercado, debido a la ventaja competitiva que Ecuador tiene para producir estas frutas. Productos como el banano, que actualmente son gravados con aproximadamente un 10% de arancel en territorio chino, podrían venderse a menor costo, y de igual forma el camarón, que actualmente es gravado con el 2% de arancel en ese país. Hasta el momento, firmar un acuerdo de libre comercio con China parece una excelente idea. Sin embargo, existen argumentos para dudar sobre aquello.
Varios países temen firmar acuerdos comerciales con China, debido a experiencias de “desindustrialización”. Esto debería ser motivo de preocupación, debido a que la balanza comercial no petrolera entre Ecuador y China es deficitaria en más de 1.850 millones de dólares. Por ejemplo, existen numerosos riesgos para ciertas industrias locales, como la textil. China representa casi la mitad de las ventas textiles globales, y mantiene condiciones de producción que hacen que sus productos sean mucho más baratos que en el Ecuador. En nuestro país, la industria textil es todavía poco competitiva en comparación con los grandes productores globales, y podría verse afectada con la llegada de textiles de ese país. Esto es riesgoso especialmente si consideramos que la industria textil en el país emplea a más de 300.000 de manera indirecta, y en su gran mayoría, sus empleadas son mujeres.
El acuerdo comercial no es bueno o malo por naturaleza. Es importante admitir los posibles riesgos que implica, y por eso el gobierno debe conformar mesas negociadoras técnicas que puedan compensar y dar contingencia a los sectores posiblemente afectados.
