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El Telégrafo
Karla Morales

Columnista invitada

Colombia, the lady in red

Columnista invitada
18 de julio de 2014

“Hardly know this beauty by my side” reza una línea de la clásica canción de Chris de Burgh que hoy hago mía para referirme a los 1141.748 km² que acompañan a Ecuador en el norte. Y es que mucho se habla de Colombia, sin hablar de ella realmente. Los estrechos vínculos entre políticos colombianos y grupos paramilitares derivan, coherentemente, en una guerra permanente, basada en enfrentamientos entre fuerzas opuestas con poder armado. El mejor ejemplo de la relación, casi romántica, entre corrupción, violencia y crisis política.

Ahora, reduzcamos las consecuencias y los efectos de esa guerra, sobre la mujer, sus derechos y la situación de riesgo en la que se encuentra como miembro de un grupo vulnerable. El propósito es conocer sobre la intersección entre género y violencia en el contexto colombiano, pues la mujer colombiana ha presenciado, sufrido e infligido dolor y conoce la violencia de primera mano, incluso experimentándola indirectamente en las calles y en las historias cotidianas que están a su alcance. La violencia vive en ella como una parte tóxica de sí misma y está inseparablemente conectada a su nacionalidad, a su experiencia de patria en discurso y práctica.

¿Existen diferencias importantes en la manera en que los habitantes masculinos y femeninos experimentan y/o practican la violencia? Sí. La guerra de 40 años entre el Ejército y la insurgencia coexiste al lado de la llamada ‘guerra de las drogas’ y esta a su vez produce una guerra a civiles, quienes yacen atrapados entre los traficantes, el Ejército, los paramilitares, la guerrilla y la delincuencia común, haciendo de la discriminación, abuso y maltrato más palpables, pero no creándolos necesariamente. Esto quiere decir que, antes del conflicto armado, había conflicto, todavía no armado, todavía no totalmente polarizado, pero existía. Solo permanecía innombrado e inadvertido, tratado desde lo trivial, lo común y lo normal.

Es jodido, terriblemente jodido ser mujer y ser colombiana al mismo tiempo. No solo porque debes lidiar con el prejuicio internacional que despierta el radar antidrogas de cualquier mortal cuando escucha tu acento, sino también porque debes aprender, en países como Ecuador, a demostrar que tu país de origen no te hace prostituta. La mujer colombiana se enfrenta a la violencia permanente de la guerra; a la violencia doméstica que caracteriza la vida de la mayoría de mujeres latinoamericanas; a la violencia de género; a la violencia sexual; y a una violencia casi invisible: la violencia que nace del Estado cuando no se implementan políticas garantistas, cuando se implementan ineficientemente o cuando no se las implementa en absoluto, porque firmar la paz con la guerrilla es más importante que proteger íntegramente la vida de sus mujeres.

Las colombianas llevan en sus historias violencia y compasión; pesadillas y sueños. El miedo guía la manera en que viven y usan la ciudad. Son un blanco, al mismo tiempo que lo es todo el mundo. Sienten una guerra, pero de batallas visibles e invisibles. Viven en medio de un conflicto que no produce titulares. Y es que la violencia invisible y normalizada (la violencia contra la mujer) es fundamentalmente tratada con negación, justificación o resignación. La violencia nombrada y visible (las guerras contra el narcotráfico, la guerrilla y los paras) permite otras formas de acercamiento: a través de titulares, voluntaria participación y resistencia.

Colombia, como decía al principio, es la ‘lady in red’ que nos duele al norte y nos duele adentro, la situación de sus mujeres también es un asunto de Ecuador, además de regional: cada 6 horas, una mujer colombiana es abusada por causa del conflicto armado y un promedio diario de 245 es víctima de algún tipo de violencia.

Entre 2001 y 2009, más de 26.000 mujeres quedaron embarazadas a causa de una violación y en la última década cerca de 400 mil fueron abusadas. Según registros, hay más de 1’950.000 desplazadas. Y, si no les preocupa humanamente la realidad de ellas, les dejo un dato para que se interesen por egoísmo y bien propio: haber sido víctima es una de las características frecuentes en las mujeres victimarias.

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