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Ilitch Verduga Vélez

Ciudadanía universal

24 de octubre de 2014

La suprema evanescencia de los mitos y las leyendas, que acompañan a la humanidad desde siempre, cede terreno frente a la realidad mágica del mundo cierto, de aquel cuya paradojal existencia va más allá de la fantasía de escritores y artistas y nos sorprende y angustia día a día. La epidemia del ébola que está asolando países de la denominada África Occidental asombra y conmueve en cada jornada, no solo por los  guarismos siniestros de los millares de muertes y las decenas de miles de infectados, sino, además, por la indiferencia del planeta opulento para ayudar a paliar dolencias de reminiscencia casi bíblica que hoy son una amenaza real y no virtual.

África fue el continente que en el siglo XIX fue conquistado por las potencias europeas, Inglaterra y Francia especialmente, otros enclaves coloniales, correspondientes a Bélgica, Portugal, España Alemania e Italia, completaban el múltiplo colonial, que expolió sus territorios, explotó sus recursos naturales, esclavizó a sus pueblos y liquidó su cultura y que ahora, en pleno tercer milenio -en gran medida- lo sigue haciendo.

Escudriñando la historia de las patrias africanas, nos encontramos con la  materialidad de una latitud con una gran riqueza cultural y artística, con naturaleza privilegiada en producción agrícola, minera, ictiológica, y una población pujante y valiente, sometida a las mayores exacciones, por esclavistas y colonialistas de toda laya.  

Cuna de grandes civilizaciones: Egipto y Cartago en la antigüedad, y tiempo después, la árabe y la bereber. Mas la realidad creada por el dominio extranjero y el coloniaje voraz, depredador de riquezas y almas, cultivador del atraso y de ignorancia, la hicieron retroceder en su devenir, aun obtenida su independencia. La frase del obispo sudafricano Desmond Tutu lo describe magistralmente: “Los europeos vinieron con la Biblia a nuestra tierra, nos dejaron la Biblia y se llevaron la tierra”.

Hoy sus poblaciones, fundamentalmente de tres países: Liberia, Guinea Sierra Leona, enfrentan a una más de sus desgracias, la calamidad exponencial de una enfermedad mortal por un virus que, por su origen incierto, la hacen sospechosa y, aparentemente, incurable: el ébola. Pero estamos por sobre todo ante un drama comparable a la desolación sustentada por el cólera en el medioevo.

Empero, la ayuda urgente para esos pueblos no llega de aquellas naciones que disponen de los recursos financieros y científicos, aptos para evitar su propagación. Se considera que tratar a un ser afectado por el mal cuesta más de un millón de dólares, la quinta parte del valor del dron artillado que, lanzado por centenares, devastó a Gaza. Mas al Norte, rico, cicatero y belicista, le importa poco. No obstante la reacción solidaria para combatir la aflicción, llegan del Sur, pobre y fraternal, en primera línea nuestra hermana Cuba, que ha enviado centenares de médicos y enfermeras a luchar contra esa afección maligna; Venezuela donó millones de dólares para su combate; la Alba, reunida en La Habana, tomó medidas para prevenirla y enfrentarla y socorrer a África que sufre.

La admiración de la humanidad por estos modestos esfuerzos es trascendente, tanto que el secretario de Estado de EE.UU., John Kerry, ha elogiado a Cuba por el gesto: “Un país de apenas 11 millones de habitantes que envía 165 profesionales de la salud y que considera enviar 300 más es prueba real de ciudadanía global”. Sin comentarios, ¿verdad?

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