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El Telégrafo
Juan Montaño Escobar

Cimarroneando asaltos al cielo

12 de diciembre de 2018 - 00:00

Muere el “hombre” y nacen los seres humanos. Muere ese “hombre”, con sus ciencias falsas o falsificadas. O prestigiando cualquier tontería con el peso insoportable de “científico”, el rótulo genérico es “positivista”. Nada, que alguien descubrió, organizó y perfeccionó el truco con lo verdadero. Religión verdadera, conocimientos verdaderos, historia verdadera hasta personas auténticas. La parcialidad fue “hombre”. Elevado a categoría suprema con una larguísima cuerda de adjetivos: blanco, cristiano, europeo, racional, vestimenta, color de sangre, civilizado, etc. El resto perdía calidad por tono definible de piel, creencias, geografías, idiomas y, más que todo, por sus riquezas naturales.

En sus revoluciones estaba vivo y activo el germen de la involución. Por estas orillas las cimarronerías no se detenían: Martina Carrillo y Pedro Lucumí anduvieron para desandar las millas de la opresión, llegaron al Quito colonial, del 6 de diciembre de 1534, a exigir en los términos de las leyes de esos tiempos sus derechos humanos. El primero e imprescindible: libertad, chévere, al menos de manera parcial. No sobrevivieron a aquello que mucho después, por otras rebeliones parecidas, alguien llamó: “asalto al cielo”. Una década más tarde, en París, el miércoles 26 de agosto de 1789, la Asamblea Nacional francesa proclamaba los Derechos del Hombre y el Ciudadano. Las mujeres no se tragaron la áspera mentira del “está sobrentendido”, ese mal comedido: “incluye a las mujeres”. Aún se suele aceptar el cuento de la inclusión tácita, descuidando la igualdad real de derechos.

Las mujeres francesas, lideradas por Olympe de Gouges (nació como  Marie Gouze hasta que se acimarronó), lanzaron este hard boiled político: Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana. “Hombre, ¿eres capaz de ser justo? Una mujer te hace esta pregunta”, así comenzaba la pedrada simbólica. ¡Vaya pregunta! Reventó sorderas y volvió pedestres los sacrosantos derechos de ese ínfimo eccehomo. (O)  

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