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El Telégrafo
Iván Rodrigo Mendizábal articulista

“Chuzalongo”, ¿terror o costumbrismo?

23 de noviembre de 2024

Una nueva película ecuatoriana pone en evidencia el interés de algunos cineastas de entrar en el género de terror. Es el caso de Diego Ortuño con “Chuzalongo” (2024), más aún cuando en el país dicho género no ha sido explorado del todo. Esta película tal vez abre un camino que merece aplaudirse toda vez que el cine ecuatoriano, como sucede con el latinoamericano, tiene un amplio recorrido en el marco de los dramas o comedias de carácter social. Sin embargo, hay aspectos que caben discutir para saber si este propósito se cumple.

“Chuzalongo” parte de la mitología indígena ecuatoriana que ha avivado la fantasía y el miedo por espacio de algunos siglos. Tal mitología se refiere a un ser de rasgos mágicos (de hecho, un duende), nacido de relaciones incestuosas y que, maldito, se dedicaría a violar y matar mujeres, extrayéndoles su sangre, la cual, en definitiva, sería su único alimento. En otras palabras, se trataría de un ser mítico, medio vampírico y demoníaco, el cual, además, tendría un apetito sexual, por el que, en algunas comunidades, sobre todo de la costa, se le emparenta con el Tin-Tín. Ortuño toma este motivo mitológico, le dota de otras dimensiones y lo sitúa a fines del siglo XIX en el contexto de la revolución que llevaría a Eloy Alfaro al poder. La historia, así, se desarrolla en la región andina cuyos protagonistas son, en primera instancia, un padre adoptivo que lleva sobre sus espaldas el cuidado del niño Chuzalongo, y en segunda, un cura que toma a su cargo dicha responsabilidad, quizá apiadado y, además, fascinado por lo que es dicho niño y lo que produce cuando mata y/o desparrama la sangre de las mujeres asesinadas en el campo: su florecimiento y, sobre todo, la aparición del maíz morado, el que serviría para la elaboración de la colada morada.

Nótese entonces que Ortuño hace una reinterpretación singular del mito del Chuzalongo. Le quita lo erótico y nos lo presenta como el producto de una violación por parte del hacendado, maldito por dicha causa, luego como un niño enigmático, y pronto como un ser, entre angelical y demoníaco, el cual estaría signado por su destino, destino además que tiene el peso de la muerte sobre él. Por este efecto, la película se decanta por lo trágico, devolviéndonos la dimensión humana al mito.

“Chuzalongo”, de este modo, puede verse como una película sobre un niño que busca su sobrevivencia. Ortuño lo sitúa en un entorno hostil determinado por el autoritarismo de un hacendado que aprovecha la mano de obra de los indígenas, el cual les roba la producción de sus alimentos, en particular el maíz, empeñado, además, en mantener el régimen colonial-explotador ante la amenaza de las huestes liberal-radicales que impulsarían un cambio en las relaciones sociales y económicas de su tiempo en Ecuador. En dicho entorno, tanto el padre adoptivo, como el sacerdote sirven de protectores y, el segundo, en particular, sabe que el Chuzalongo vendría a ser una especie de salvador de los abusos y de la hambruna indígena producida por la maldad del hacendado. El cura en sí vendría a ser una figura opuesta que, asimismo, alienta a los indígenas a alzarse en reclamo de sus derechos, aunque finalmente no sea reconocido así por los revolucionarios liberales-radicales.

Dicho así, “Chuzalongo” nos remite a un espacio social y político y, más aún, enfatiza otro aspecto que ya indiqué antes, relativo al mito de los orígenes de la colada morada y su relación con la celebración de los muertos. Cabe indicar que este mito en el área andina tiene variaciones y explicaciones remotas de las cuales el filme de Ortuño se nutre y las actualiza al punto de sorprendernos. En este contexto, “Chuzalongo” tiene un valor en el marco de lo antropológico al hacernos redescubrir el peso de los seres míticos en el equilibrio ambiental, ecológico y humano: la película podría ser un ejemplo muy particular del ecohumanismo.

De ser así, “Chuzalongo” tiene un peso narrativo, visual y temático, más bien dentro del género costumbrista, contra la idea de ser un filme de terror. Aunque ciertas secuencias podrían asociarse al terror, incluso a lo gótico, mucho de lo que vemos nos acerca más al costumbrismo si lo entendemos como la representación de comportamientos o hábitos sociales (incluidos los paisajes, los conflictos, el color local…) en un marco crítico-social. Tal como anoté antes, en parte esto obedece a un guion que acentúa las dimensiones humanas y humanísticas del mito del Chuzalongo, devolviéndole su inocencia, es decir, que su “maldad” no sería sino producto de su condición de exclusión y su devenir más bien ayudaría al sostenimiento de una socialidad ligada con la naturaleza. Además, a su hechura técnica. El color local resalta; el paisaje es magnífico; la fotografía es un logro e incluso las actuaciones. Pero sobre todo el trabajo con la banda sonora y la propia música, con sus tonos dulces y otras veces tristes, los cuales nos llevan a que de pronto nos zafemos del terror. Esto lo hace un filme singular que merece considerarse pese a estos hechos de la técnica y del guion.

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