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El Telégrafo
Roberto Follari (*)

Ceguera de los intelectuales

10 de octubre de 2014

Se nos paga, a los académicos, para tener palabra no condicionada. Un privilegio que no siempre devolvemos en compromiso con lo público y los intereses ciudadanos mayoritarios. Nuestro rol nos permite instalarnos en lo crítico; lo cual no es sinónimo de lo quejoso, o de la actitud de ‘nada me conforma’. Tampoco lo crítico implica imposibilidad de agregación de voluntad colectiva, esa que exige cualquier proyecto político. Sin embargo, la puesta de los lentes singulares de clase media acomodada por encima de aquellos que hacen a las necesidades populares se hace evidente hoy en intelectuales de varios países de nuestro subcontinente.

Los procesos de Argentina, Bolivia, Ecuador, Venezuela, o el Brasil de Lula y Dilma (puesto a prueba electoral en estos días) distan de ser perfectos. No responden a la previsión revolucionaria de una teoría que no podía prever el presente de un capitalismo mundial consolidado. No son la continuidad homogénea de lo que quieren los movimientos sociales, por ejemplo, indígenas y ecologistas, pues estos no están en la necesidad de tensionar sus intereses particulares con los de la población en su conjunto, como lo exige la gestión del Estado. En fin, estos gobiernos no dejan de tener entre sus filas algunos minoritarios oportunistas y algunos personajes de escasa probidad: todo movimiento de masas, por serlo, tiene que incluir a muchos seguidores, y es imposible seleccionar solo a los mejores; tal selección está solamente en los sueños ideales de algunos intelectuales que desconocen las formas de acumulación efectiva de poder popular.

Con base en situaciones como las descritas, la hipercrítica de no pocos intelectuales se enfrenta a gobiernos que han mejorado fuertemente la condición de los sectores populares, que han enfrentado dignamente la geopolítica imperial, y que han sostenido coherentemente la defensa y ejercicio de derechos que antes no eran tenidos en cuenta. Que han hecho todo esto con claroscuros, por supuesto; como siempre ocurre en la realidad, como los claroscuros que tienen aún las personas que más amamos y admiramos. Las perfecciones solo habitan en el platónico marco de las teorías, impolutas y cerradas a la plural combinatoria de la vida efectiva.

Lo mejor es enemigo de lo bueno. Por pedir tener todo, muchos intelectuales pueden contribuir a dejar a sus pueblos sin nada. Por una perfección que estos gobiernos no cumplen se puede hacer oposición a ellos, convergiendo en los hechos con la derecha ideológica y la geopolítica del Pentágono. Se puede tratar de echarlos abajo sin poder ocupar el lugar vacío, dejándoselo en ese caso a liberales y conservadores, entregando así a ellos el poder del Estado, además del que ya tienen consolidado en la economía, los medios de comunicación y las finanzas. Muchos intelectuales actúan así, desde sus ‘buenas conciencias’, contra las necesidades e identidades mayoritarias de los sectores populares a cuyo servicio dicen operar.

Ojalá quepa la revisión de comportamientos en ciertos sectores académicos. Sería bueno que estos, en vez de solo ocuparse por la coherencia ‘interior’ a su pensamiento y personales convicciones como rasero de autovaloración, supieran advertir que más importante es la coherencia entre su conducta y los intereses mayoritarios de los sectores populares. Sectores que -nadie puede dudarlo- son el suelo de legitimidad electoral y política de los gobiernos sudamericanos a que nos estamos refiriendo.

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