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El Telégrafo
Carol Murillo Ruiz

Carla Heredia no es una viciosa

24 de julio de 2017 - 00:00

Se hace más usual que la gente proteste por cosas aparentemente domésticas. Estos días la ajedrecista Carla Heredia se quejó a través de las redes sociales de que había sido mal-tratada por jugar una partida de ajedrez, o varias, qué importa, en el patio de comidas del Centro Comercial El Jardín; en teoría: no se puede jugar ajedrez en las mesas aunque se tome café al mismo tiempo y el patio esté casi vacío. Luego, ante el apoyo viral que alcanzó Carla y el dato de que ella es Gran Maestra del Ajedrez y Campeona Internacional –un peso simbólico que la ayuda a no ser una paseante/consumidora/usuaria cualquiera de un mall- los directivos del centro comercial la contactaron y le ofrecieron disculpas; a más de expresar su intención de tomar medidas para admitir el juego de ajedrez en sus instalaciones. 

En el mundo mercantil y moral de las instituciones (públicas o privadas) y sus voceros, los límites están dados por el riesgo que supone tolerar o consentir los juegos de azar y lo que pudiera parecerse a ello… en zonas decentes.

El ajedrez está lejos del azar y es un juego con reglas precisas, una gran dosis de lógica y ganadores o perdedores. Esto último, ganar o perder, basta para considerárselo un juego peligroso. Tanto que las personas, o muy prevenidas o muy prejuiciadas, toman al juego como sinónimo de vicio. La lista es larga: naipes, bingos, dados, tragamonedas, ruletas, etc. La gente juega para ganar, aunque muchos lo hagan también –exclusivamente- para divertirse. Pero la carga moral contra los juegos de azar es enorme y los sitios ¿logran? conservar su prestigio cuando en sus predios no se lleva a cabo semejante muestra de ocio, codicia o un modo de vida poco provechoso, es decir, cuando los usuarios no compradores son convertidos en unos proscritos de la industria formal y no azarosa del mall. Un centro comercial entonces, dicen, no es un casino ni un salón suburbano donde la gente de menor ralea juega al bingo y ríe con estrépito, no; el CC es un espacio privado donde el azar nunca es lícito. ¿Qué está autorizado ahí? Comprar. Comprar todo lo que se vende en sus locales: ropa, joyas, zapatos, dulces, en fin, moda.

Sin embargo, el ajedrez es distinto y ha dotado a este impasse de una significación potente. No solo porque Carla Heredia sabe defender su pasión con talento sino porque ha generado un debate sobre la dinámica de los espacios públicos y privados y sobre el reconocimiento de las diferencias entre un juego de ajedrez, un póker o un bingo. Una cuestión digna de valorar en una sociedad habituada a disciplinarse sin advertir que tras ciertos ritos de orden se halla la imposición mercantil. Por ejemplo: cuando disciplinadamente se va a botar la bandeja con los restos de comida al basurero, es que, en realidad, el patio de comidas se ahorra contratar un empleado para ese servicio. ¿Para qué contratarlo si se puede adiestrar a los comensales para que lo hagan disciplinadamente y además se crean muy educados?

Está claro que Carla Heredia no es una viciosa del ajedrez. Pero queda una duda: ¿por qué la sociedad separa a la gente que tiene talento de la gente común que tiene otras maneras de disfrutar o distraerse?   

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