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El Telégrafo
Roberto Follari (*)

Assange, castigo eterno

21 de noviembre de 2014

¿Se acuerdan de Assange? Van logrando que lo olvidemos, por la rutina inacabable de su encierro. La protección valiente que da la embajada del Ecuador en Londres no impide que quien publicara algunos de los peores secretos de la diplomacia y la guerra estadounidenses -y no solo de ese país- tenga que vivir el infierno de un castigo que no pasa por sede judicial, pero desde el capitalismo central se ejerce con la prepotencia de la fuerza.

Es un castigo interminable, sin final precisable, y con mal presagio posterior si es que hay alguna salida de la embajada. Tiene algo de literatura borgeana, de infinito y de eternidad: quizá es un capítulo más de la Historia universal de la infamia que fabulara el narrador argentino.

 Un castigo sin condena explícita y, como es evidente, ejercido por fuera del derecho, que apunta a esa atormentadora idea que es la del tiempo interminable. De niño, las inquisitivas ideas del catolicismo en que inicialmente se me formó, me llevaban a fantasear cómo sería la eternidad, esa que me podría tocar con fuego y pinchos por tiempo inacabable. Y la idea era horriblemente perturbadora: habían pasado 10.000 años, pero en nada habíamos avanzado; faltaba todo aún, era igual que el primer día. Y lo mismo si hubieran pasado ya un millón de años: igual faltaba todo, faltaba, propiamente, una eternidad para el nunca llegado final del tormento.

  No termina de ayudar la noción científica de que el tiempo es un factor interno al espacio, y por ello al universo. Hay, por ello, una historia del tiempo y un inicio del tiempo. Habrá un final del mismo.

 Pero ese final está tan lejos (digamos, 10.000 millones de años) que no alcanza ninguna escala humana. Por ello, nuestra eternidad como personas quizá sea simplemente la vida que nos tocó vivir. En los términos felices de aquella frase: “El amor es eterno mientras dura”.

Pero no solamente el amor se hace eterno: también ese castigo insondable que es el encierro, y que Foucault tan bien se encargara de escudriñar. Castigo terrible cuando hay juicio legal, pero sin dudas mucho mayor cuando no hay condición legal suficiente, y más aún cuando tampoco hay legitimidad de ese castigo y se trata de pena sin condena, impuesta a partir de la arbitrariedad del poder.

De cualquier modo, los imperios no son eternos; eso lo señala con precisión la historia. Y si bien nuestras personales vidas puedan no ver por completo los ciclos estructurales de inicios, apogeos y decadencias de las grandes potencias, para la historia no hay nudo que no se rompa ni tiento que no se corte.

No habrá eternidad, entonces, al margen de que lo parezca, para Assange. Pero tampoco la habrá para las fuerzas imperiales que lo confinan a su pequeño espacio actual de movimientos cotidianos.

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