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Un presidente de la supuesta “gran democracia” gringa, debería expresarse y comportarse como todo un estadista, no como un autócrata e imperialista, que da al traste con todo lo que hizo su antecesor, y viene deshaciendo lo que quedaría de democracia en ese país, por lo demás, expansionista desde sus orígenes, que mantiene bases militares a través del globo, y constitucionalmente tiene establecida la pena de muerte. Ahora ha decidido que Jerusalén sea la capital de Israel, y ante la oposición universal, amenaza con que “dejarán de recibir ayuda, quienes hayan votado en contra”.
Tales decisiones, apenas dadas a conocer, fueron rechazadas a través del mundo, y se espera un resurgimiento del antiimperialismo, a medida que vayan surgiendo más mentes descolonizadas, que defiendan con entereza la soberanía patria.
Es estimulante ver el firme rechazo mundial, notablemente de los países árabes-musulmanes, en la Unión Europea y por la ONU.
Su secretario General, Antonio Guterres, dio la pauta: “el estatus final de Jerusalén es un problema que debe ser resuelto a través de negociaciones directas entre las dos partes sobre la base de las resoluciones pertinentes del Consejo de Seguridad y la Asamblea General de la ONU, y teniendo en cuenta las aspiraciones legítimas de las partes palestina e israelí”.
La Asamblea General, que consta de 193 miembros, adoptó una resolución por mayoría de votos contra lo decidido por Trump: 128 a favor, 9 en contra y 35 abstenciones y el Consejo de Seguridad reafirmó que cualquier decisión adoptada fuera del marco de negociaciones es “nula”, no tiene efectos legales y debe ser rescindida.
Se espera que se avive el anti imperialismo, que condena y se opone a la sujeción política y económica de un país por otro, aunque lamentando que existan países “arrodillados”, como Guatemala y Honduras y otros cinco más que votaron en contra, junto con EE.UU. e Israel. (O)