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El Telégrafo
Roberto Follari (*)

Argentina, todos pierden

06 de febrero de 2015

Hay en el juego de la tómbola una opción que es ‘todos pierden’. Y, a diferencia del fútbol, donde para que uno pierda el otro debe ganar, hay casos -en la vida política- en los que pierden todos.

Así ocurre con el escándalo mediático instalado en torno de la muerte de Nisman en Argentina. Quienes urdieron la maniobra que se expresara en la ‘acusación’ del fallecido fiscal a la Presidencia han estado muy lejos de sus objetivos de máxima, que pasaban por voltear al Gobierno o por adelantar las elecciones. Nada de ello ha ocurrido, ni parece que fuera a ocurrir, en la medida en que la investigación muestra -de una manera aún no indubitable- que se trató de un suicidio. El intento desesperado por sostenerlo como homicidio sirve para alimentar a un grupo minoritario de fanáticos antigobierno, y confunde a otro sector poco informado de la población. Ya para la mayoría -aun de los opositores- la teoría del homicidio resulta insostenible.

Luego, está la cuestión de los motivos de la muerte. Para los menos informados la culpa sería del Gobierno, pues el fiscal había producido una acusación contra este. Para el discurso argumentado y los sectores más informados, es claro que el más perjudicado con la muerte violenta es el Gobierno; ergo, los que produjeron el hecho hay que buscarlos en otro sitio, el de los beneficiarios.

Estos, a primera vista, son los opositores varios, que se unen burdamente a la hora de atacar al Gobierno, juntándose los que fueron cercanos a la dictadura con otros que fueron perseguidos por ella. Algo han salido ganando todos ellos, porque si bien es verdad que lo lanzado desde la denuncia de Nisman no alcanzó ni remotamente los objetivos máximos, también lo es que no ha dejado de producir cierto desgaste para la legitimación gubernamental.

Pero para las oposiciones ha sido también una muestra más de su inoperancia y su incapacidad. Apoyaron una acusación sin pruebas contra la Presidenta -la hecha por Nisman-, y se plegaron a la simplista e interesada hipótesis de que la muerte del fiscal llevaba a culpar al Gobierno, sin que cuenten a esta altura con ningún indicio que apoye esa pretensión, que es simplemente una triste expresión de deseos. Es más, algunos miembros de esa oposición han quedado en evidencia de su cercanía con sectores del espionaje nacional y externo, según denuncias no surgidas desde el Gobierno.

Además, surgió de este caso la reestructuración de los servicios de inteligencia, cuestión central para que hechos de esta índole dejen de ser factibles: los opositores no discuten en el Parlamento, no traen versiones alternativas ni aportes de mejora, mientras siguen oponiéndose al Gobierno, como si hubieran demostrado algo contra el mismo, o como si la fiscal Fein -a cargo del caso- hubiera encontrado alguna prueba en favor de sus versiones conspirativas contra la Presidenta.

Mucho ruido mediático, pocas nueces. Mucho polvo, poca visibilidad. Algún desgaste producido al sistema político sin mínima muestra de alternativas, esas que les darían a las oposiciones políticas alguna posibilidad de triunfo (y, en tal caso, de sostener posteriormente la gobernabilidad) a partir de las elecciones de finales del presente año.

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