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Entre el frío de la madrugada y el calor del atardecer, corre frente al mar, jadeando por la orilla. Sus pies pisan la arena, siempre en la franja dura y oscura, justo donde el agua acaba de retirarse. Los brazos extendidos al cielo; a un lado le espera la gloria, al otro, el abismo de lo incierto. El deportista profesional se ha salvado de la oficina. Y aunque tenga que sudar como un aspersor, espera que le paguen por divertirse; sin derecho a descansar, sin permiso para equivocarse. En vísperas de una posible gloria deportiva, se encierra en un campo de concentración: trabajos forzados, comida triste y uno que otro analgésico, de esos que disimulan el dolor.
Repasemos las postales deportivas de mayo en Ecuador. El día 9, Lucía Yépez se coronó campeona panamericana de lucha en Monterrey y ascendió al primer lugar del ranking mundial en los 53 kg. El 12, Harold López conquistó la edición 46 del Tour de Hungría, consolidando su nombre entre las nuevas promesas del ciclismo nacional. Más adelante, en Cali, Kiara Rodríguez dejó su marca en el paratletismo mundial: el 16 de mayo rompió el récord mundial de salto largo y, al día siguiente, sumó otra medalla de oro en los 100 metros planos. Ese mismo 17, Ecuador se proclamó campeón por equipos en el Panamericano de Marcha, con el oro de Jordy Jiménez en los 20 km y la plata de Johanna Ordóñez en los 35 km.
Como si aquella jornada aún guardara más páginas por escribir, Michael Morales subió al octágono del UFC Vegas 106 y noqueó en el primer asalto al brasileño Gilbert Burns, sellando su ingreso al top 10 welter con un récord perfecto de 18-0. Al día siguiente, el 18, Richard Carapaz completó la novena etapa del Giro de Italia y se ubicó cuarto en la clasificación general, a 1 minuto 41 segundos del líder. Y mayo aún no termina: el miércoles 28, Moisés Caicedo disputará la final de la Conference League frente al Betis. Por último, el sábado 31, Willian Pacho buscará convertirse en el primer ecuatoriano en levantar la Champions League, cuando el PSG se enfrente al Inter de Milán.
A diferencia de otros oficios, en el deporte profesional los músculos se cansan más temprano. Los malecones cambian por pistas atléticas; las playas, por estadios colmados de luces y multitudes. El deportista profesional carga con el deber de trabajar y la obligación de ganar todas las batallas. No sabe de hielos ni soles, ni de lluvia ni de rencores. Sabe de triunfos, pero también de derrotas. Aun así, cada mañana, vuelve a correr.