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El Telégrafo
Tatiana Sonnenholzner

Lo que el aluvión dejó

09 de febrero de 2022 - 00:00

Me quería poner romántica y escribir un título algo así como “Lo que el viento se llevó”, pero versión ecuatoriana y claro, para que sea Made in la mitad del mundo debe haber lodo, muertos, heridos, alguien que perdió algo, alguien que se quedó sin nada, alguien que ahora tiene menos de lo menos que ya tenía. Por eso, lastimosamente, esto no es un poema y menos un texto de amor o romance. Es una queja, unas letras con frustración y, por qué no, un insignificante llamado a la reflexión.

 

La naturaleza es sabia dicen, a esta le puedes robar todo, saquearle, lanzarle basurita o llenarla de desechos grandes, MUY MUY grandes, cortarle algunos pedazos para construir casas, contaminar el agua, talar, talar y talar… Pero su sabiduría revela, tarde o temprano, que por agarrar un par de billetes, saltarte algunos protocolos o ver para otro lado cuando se trataba de revisar, justamente, esos protocolos, todo lo que faltó, se hizo a medias o no se hizo. Es sabia como una madre que te dice que si metes el dedo en el fuego te vas a quemar, solo que las consecuencias de nuestros actos no son inmediatos, como esa ampolla, y cuando llegan, es llover sobre mojado…literal.

 

Me quería poner romántica y escribir sobre la idealización y la fantasía, que a muchos de ustedes les gusta. Como por ejemplo querer que las mujeres sean obligadas a parir bajo cualquier circunstancia, porque hay que defender la vida desde la concepción ¿No? Vida, como si habitar fuera vivir, como si existir sin garantías fuera vivir, como si parir sin desear fuera vivir y como si ser parido es suficiente para vivir. Pero eso sería un cuento de terror y no quiero asustarlos, no todavía.

 

Y entonces volví a pensar en la naturaleza y lo que el aluvión nos dejó. Irónico porque se llevó bastante, pero en este país de ironías, nos dejó muchas cosas más. Como saber a dónde no se fueron algunos recursos, quiénes no hicieron bien su trabajo, qué espacios de la ciudad siguen abandonados, cuánto se ha priorizado al ecosistema y cuáles siguen siendo lugares comunes para discursos comunes de algunos políticos de turno comunes.

 

Me quería poner romántica y escribir sobre los deseos y anhelos. Sobre un país que priorice la educación con enfoque de género, en respeto, en cuidado ambiental y cívico, en valores en general, o simplemente en educación en general, al alcance de todos y todas. Sobre un país que combata al narcotráfico con otras herramientas más allá de lo punitivo, que deja de gritar endurecimiento de penas como solución a todos los problemas, que atiende a los adictos como pacientes y que no boicotea a una pareja del mismo sexo que decide adoptar. Sobre los deseos, como habitar en un espacio que así como promueve el arte y la cultura, además potencia sus productos locales y deja de solo ser materia prima y también es producto final.

 

Y entonces volví a pensar en la naturaleza y su sabiduría. En un territorio como el nuestro, los desastres naturales nos demuestran todo lo que nos falta por hacer. Un terremoto, un aluvión, una erupción… nos sacuden, desbordan y explotan en nuestra cara que todavía no hemos subsanado ni lo básico y por eso no podemos trascender a lo relevante. Cómo pretendemos saltar a esos debates si todavía hay barrios sin agua potable, alcantarillado, personas que siguen muriendo de dengue, falta de vacunas para bebés, niños y niñas con escuelas cerradas o ni siquiera una puerta a medio abrir.

 

Me quería poner romántica y cerrar esta opinión como típica novela de amor, señalando al malo que hace que los buenos tarden en alcanzar sus objetivos, y seguro en nuestra historia habrá un culpable, o algunos, unos peores que otros, pero esto no es Disney y culpabilizar es nunca superar ¿Sabían eso? Juguemos al gato y al ratón lo que nos dé la gana, corramos detrás de los malos, votemos una vez más por quienes creemos serán los buenos y esperemos un par de años más para ver que nos trae el aluvión…O cambiemos un poquito, mínimamente ese final que parece una condena y hagamos algo desde nuestro metro cuadrado, en menor escala, pero algo; como, por ejemplo, recoger la caca del perro y botar la basura en su lugar o que el romance se manifieste en cinco días y, por ahora, aterrizar en la realidad.

 

Aterricemos, que si no… vivimos suspendidos.

 

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