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Una nueva película ecuatoriana, “Alucina” (2024) de Javier Cutrona, nos presenta en la pantalla un retrato juvenil con dimensiones traumáticas. Aunque la estrategia narrativa esté dada por lo fantástico, la película inquiere y pone de manifiesto aspectos ocultos que permean a la juventud contemporánea.
“Alucina” cuenta la historia de una joven, Camila, que deambula la ciudad de Quito intentando buscar a su novio. Lo complejo es que, a partir de esta línea narrativa, su curso se bifurca, por un lado, hacia el intento de recordar su origen, su familia perdida, ya que ella sufre de amnesia y, por el otro, a situarnos en el mundo ilusorio que se construye para ocultar un trauma oculto.
La película sorprende porque obliga al espectador a tejer estos y otros niveles narrativos, contados a partir de una matriz surrealista y fantástica, pero al mismo tiempo pesadillesca. En otras palabras, no es un filme que lleve a admirar paisajes o situaciones que podrían ser solo imaginativas, sino que su trama se complejiza cuando dichos niveles van develando la figura de una mujer que, en la práctica, está sola en el mundo, quizá buscando el último abrigo en su existencia.
Esta mujer se aloja en un hotelito. En su habitación guarda las cajas de pizza donde anota, como una especie de diario, el relato de sus amoríos, que en realidad vendrían a ser las piezas del ideal de un amor al que aspira. Pero también carga siempre una mochila donde guarda un cuaderno en el que registra las ideas o las frases que va recogiendo cuando transita por las calles, como si la misma ciudad le hablara, en contraste con el mutismo del novio aparentemente perdido. Y si estos son los dispositivos que nos permiten conocer una interioridad que aún sueña y que busca desesperadamente la comunicación humana, además tiene una carpeta en la que está compilado lo necesario para comprender algo de su vida, no de lo que escapa, sino de lo que es inenarrable.
Un primer nivel entonces tiene que ver con la memoria. Rossana Cassigoli en “Morada y memoria: antropología y poética del habitar humano” nos dice que la memoria es sobre todo “sentimiento activo”. En el día a día, la memoria parecería simplemente aquello que nos permite entender las cosas. Pero hay algo más: la memoria, en efecto nos lleva a sentirnos vivos porque supone anclas hacia circunstancias, hacia instantes, hacia mundos vividos y soñados, con los cuales, además podemos fabular. Camila en la película de Cutrona, tiene para sí aquellos dispositivos que remiten a la memoria porque, aunque se nos diga que sufre de amnesia, es decir, que paulatinamente va perdiendo la memoria, la capacidad de recordar o de retener algo que podría ser objeto de evocación, ella sabe que tiene para sí lo esencial que aseguraría la no desconexión con la realidad.
De este modo, notamos que Camila tiene un anclaje existencial con su madre, la cual la habría formado conectada con el mar y la tierra. De ahí que nos demos cuenta de que la joven y su familia provienen de la zona costera ecuatoriana. La imagen que ella tiene de su madre es la de un pez, considerándola una especie de sirena. Y esta imagen y esta memoria estarán permanentemente siguiéndola, cuidándola y conduciéndola en su devenir. Es así como esta imagen de la memoria pronto nos remite, ya en un nivel simbólico, al hecho de que somos seres de un universo en el que, pese a que podríamos estar separados los unos de los otros, como cuando se ven las estrellas, en realidad estamos más interconectados. La memoria vincula vivencias y recuerdos, enseñanzas y deseos, mundos de aquí y mundos de allá. La conexión de Camila con su madre entonces es vital y, a ratos, nos hace pensar que dicha ligazón es sobre todo uterina: mujer-útero alude al poder de la creatividad, a la memoria como emoción. Camila entonces es un ser creativo, es un ser con libertad, pero que está sujeta a las determinaciones que la misma vida materialista impone. En su afán creativo, dibuja, crea historias, imagina. Todo esto es contado por Cutrona desde lo fantástico; gracias a ello hay una construcción poética del personaje, queriendo salvarla de su otro estado que la trama de la película trata de que se diluya: importa la vida de una joven con una soberanía en sí misma, con una estructuración mítica que no es posible olvidar.
Como toda memoria como sentimiento activo, esta requiere de la comunicación. Cutrona enfatiza este hecho. Cassigoli, tomando en cuenta las tesis de Hannah Arendt de “La condición humana”, señala que la memoria se convierte en praxis, es decir, hace signos, por los cuales se revela y se significa el mismo Ser, pero, al mismo tiempo, produce relatos que producen efectos. Así, Camila se narra a sí misma como una mujer que tiene aspiraciones, pero que también tiene miedos; quiere llenar sus vacíos con las palabras que emergen del entorno, es decir, grafitis, paredes pintadas, frases al aire. Lo interesante es la ciudad y sus ruidos, que también la llenan de comunicación; en contraste está la música metálica, excesiva, del concierto donde hallará finalmente a quien persigue, que preanuncia la imposibilidad de una comunicación plena.
Y he aquí los relatos que producen efectos: están contenidos en la carpeta con los últimos vestigios de su pasado. Así es como comprendemos que Camila bordea la esquizofrenia con la que debe lidiar. Un tema por evocar sería la locura, en este marco. Cutrona se acerca a este tema de una manera sugestiva. Es eso que tiene que ver con lo que mencioné, lo inenarrable.
Si el relato de una joven mujer que ansía tener anclas en su vida es la parte fantástica del filme, los otros relatos, uno relacionado con su padre, a quien se le insinúa como un abusador, y el otro del propio accidente que lleva a parte de su familia a la muerte, operarían como una forclusión en el sentido lacaniano, cuestión que daría lugar al cuadro psicótico que Camila no desea exhibir, pero es consciente de tenerlo. Es decir, ella sufre de un trauma que la habría llevado a su recuerdo base y a reconectarse con el mundo al que pertenece: el útero-universo.
Dicho esto, “Alucina” alberga una tensión muy singular en su trama. Bien podemos ponderar lo fantástico, hecho que está muy manifiesto. Pero es sobre esa base que se estructura la segunda trama, que en realidad estaría ligada a lo oscuro y lo siniestro.
Ricardo Piglia en su “Tesis sobre el cuento” (parte de “Formas breves”) ha expresado que una bien elaborada narración encerraría otra narración, otro relato secreto: “El cuento se construye para hacer aparecer artificialmente algo que estaba oculto”. De eso se trata “Alucina”: la historia con tono fantástico de Camila hace que surja otra que es atroz. Es la violencia patriarcal, es el plano machista inconforme con ese poder uterino de Camila, es el silencio de la sociedad que además hace caso omiso a esos jóvenes que sufren de traumas incomprendidos y los califica de locos. Y lo peor de todo, es esa mirada perversa y pervertida del administrador del hotel, un anciano que, haciéndose pasar por poeta o por pintor de cuadros y miniaturas, es el mirón, es el voyeur que habría instalado cámaras en las habitaciones de su hotel, entre ellas la habitación de Camila, para observar lo que se daría en ellas. Pretender poner en un plano simbólico a este personaje, es algo contradictorio si nos atenemos a la segunda historia que sugiere Piglia. Y es contradictorio porque todo lo inenarrable que tiene que ver con el trauma hace que de pronto se subsuma en la retórica de alguien que podría asemejarse a un dios que lo ve todo. En esta parte Cutrona falsea lo que pudo llevar a su película a dimensiones extremadamente metafóricas. Con todo, diré que es en esta segunda trama donde hallamos lo gótico, es decir, la representación de una crisis.