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No debe ser sencillo gobernar un país como este. Mejor dicho, no debe ser sencillo gobernar ningún país, pero debe ser mucho más complicado gobernar un país como este, en donde circulan múltiples intencionalidades, múltiples intereses, muchas veces contrapuestos, que determinan agendas dispares.
Se dice que el objetivo que debe regir en cualquier organización o grupo es el bien común, y ese bien común no es solamente la suma de múltiples bienestares que finalmente se reúnen y construyen una sociedad feliz y equilibrada. Porque el bien común no siempre es una suma, a veces también consiste en pequeñas restas necesarias. Alguien tiene que ceder, como decía una película. Y ahí es donde las cosas se ponen difíciles porque nadie quiere, a nadie le interesa ceder. Sobre todo, si se trata del tema económico o de ciertos privilegios.
Fue precisamente ese uno de los principales problemas que tuvo que enfrentar el actual Gobierno, y posiblemente todos los otros gobiernos de la misma línea en América Latina. Muchísimos grupos de oposición a los anteriores gobiernos se acercaron a una propuesta innovadora, suponiendo y esperando que satisfaría sus agendas particulares, y cuando advirtieron que no sería precisamente así, tal vez en aras de un bien común más amplio, más inclusivo… más común, en fin, su decepción fue tal que, sin pensárselo mucho, se cambiaron al bando contrario pensando en que lo mejor que se puede hacer cuando a uno no le dan el gusto al ciento por ciento es preferible convertirse en enemigos antes de intentar transar cualquier cosa.
Es cierto que el Gobierno actual ha cometido (y posiblemente siga cometiendo) errores. Sin embargo, no está por demás reconocerle la buena intención y, sobre todo, el afán transformador que ha hecho que el actual Ecuador esté muy lejos de ser lo que era. Hay personas y grupos que, hoy por hoy, en una perversa mezcla de ironía amarga e ingratitud patológica, minimizan, por ejemplo, la obra pública, los avances en educación y salud, la disminución de la brecha entre pobres y ricos y muchos otros notorios cambios en el país.
Hay personas que porque les asaltaron o les rompieron el vidrio de su vehículo desconocen todo el trabajo hecho en el tema de seguridad ciudadana, olvidando así las diferencias entre lo particular y lo general. Y hay gente que repite, a gritos y donde se les pueda escuchar, que no existe libertad de expresión, que se ha criminalizado la protesta y de tales, sin darse cuenta de un aspecto de lógica elemental: si así fuera, no podrían repetirlo con tanta frecuencia ni entusiasmo.
Todavía nos queda mucho por caminar. Y sobre todo mucho por entender que el bien común no solamente consiste en que nos llueva desde un lejano cielo gubernamental todo lo que soñamos, sino que aprendamos a discernir cuál es nuestra parte en la construcción de ese ansiado bien común, qué nos toca ceder y qué podemos ganar. Ah, y aprender a tener esa mirada agradecida que nos hace apreciar lo que tenemos, más allá de pensar que nos lo merecemos todo solamente por el hecho de existir. (O)