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Jamás es buen negocio la corrupción. Jamás. No solo me refiero a los 2.6 billones que estima el Banco Mundial que se desvían por negociados irregulares, también se postergan el tratamiento de las grandes causas, como la erradicación de la desnutrición infantil, la educación de calidad o el cuidado del medio ambiente que se deberían impulsar con esos recursos.
Tampoco me refiero a los obscenos montos que desaparecen encaletados o no pueden ser transferidos a los “herederos” por la imposibilidad de justificarlos o blanquearlos.
Me refiero a un fantasma, una sombra permanente: La reputación.
Una vez que un funcionario público concluye su periodo de su “servicio” público regresan los pies al suelo. ¿Con qué cara saludan a sus amigos? ¿Con qué cara enseña a sus hijos que hay que ser honestos en las actividades escolares?
A propósito de la compra de los helicópteros Dhruv durante el correísmo y el inicio de investigaciones penales por peculado reflexiono. Una pésima compra, por la cual seguramente alguien habría recibido alguna recompensa. ¿Valió la pena? No lo creo. Una compra que se manchó enseguida con accidentes que dejaron cuatro fallecidos y una decena de heridos. Una pésima compra que aparentemente se intentó encubrir con un asesinato; que requirió la conformación de una Comisión para desaparecer las evidencias.
Cada esfuerzo por encubrir el caso señalaba a gritos su culpa.
Autoridades, asesores y militares de carrera seguramente podían retirarse de sus funciones con un buen nombre, la frente en alto y las manos limpias, pero no fue esa su elección. Seguramente desde el alto del Coliseo, jamás se podía imaginar que el Imperio Romano acabaría.
Es imprescindible que la justicia actúe y sancione. Que la sentencia sea ejemplar en varios sentidos. Ojalá funcionarios actuales y futuros reflexionen: No. No vale la pena el exilio, la cárcel y el mal nombre. Ojalá entiendan que es más valiosa la integridad y la libertad de invitar a tu hijo a tomar un helado y caminar sin ningún dedo que te señale.