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“La causa permanece (…)” dijo el pasado viernes el presidente de Uruguay, José Mujica. Y así es. La causa de una profunda transformación en América Latina permanece y toma el rostro de infinitos seres humanos ansiosos por terminar con un orden de miseria y exclusión que se entronó en las estructuras de los Estados, los cuales se convirtieron en los instrumentos de dominación y sometimiento para la mayoría de latinoamericanos.
Y los pocos, en cambio, supieron sacar su tajada que les permitió vivir en opulencia inmisericorde. Ese Estado, en los últimos quince años, se ha venido quebrando y generando las reacciones más audaces por parte de las élites dominantes. Y a esto no escapan ni las ciencias sociales que, en algunos casos, sirvieron para otorgar el estatus de “objetividad” a procesos de explotación sistemática. La quiebra del viejo Estado es lenta y significa soltar viejas ataduras en todo el orden de la sociedad.
Sin duda la muerte del presidente Chávez es lamentable en todo sentido, pero la coherencia de que la causa permanece, hace que su muerte sea superada, que su muerte no es la muerte de un proceso, ni el fin de un ciclo político, como la derecha más retardataria quiere pintar en las pantallas mediáticas que controla.
Los procesos de ruptura, en todo período de transformación, superan a los propios seres humanos que luchan. Incluso su pérdida habilita a potenciar, a dar más fuerza a mediano y largo plazo. La muerte no es el fin, o la pérdida bien puede significar la mayor inflexión de un proceso. La historia de América Latina es claro ejemplo del aprendizaje de no centralizar el núcleo ideológico en algún ser humano, sino que su “figura” es un articulador político necesario que conecta al pueblo con el tiempo histórico.
Al liberalismo no le gusta esto; lo que quiere es que seamos una copia fiel de las democracias anglosajonas -eso sí, pagando derechos de autor-, las cuales se van quedando secas y enmohecidas por la falta de participación popular; y no es una cosa de creer o no, basta observar el quiebre institucional en que viven, entre capital y bienestar social.
El 5 de marzo de 2013 exige un poderoso pragmatismo histórico y fuerte sensibilidad social para no hacer de los acontecimientos, aunque dolorosos, vacuos cánticos al vacío y, por el contrario, lo que se exige es acciones solidarias, concretas, poderosamente políticas, reivindicativas y transformadoras, con el ánimo de ir hasta el fondo de las estructuras y partirlas, quebrarlas o mínimamente intentar quebrarlas ya que, también, es quebrar la inercia de una dominación colonial recurrente en el diario vivir.
Ahora presenciaremos cómo las derechas aprovecharán para “matar” la muerte de Chávez, es decir, tratar de sepultar cualquier incidencia que pueda tener -y que tendrá-; pero, sobre todo, modificar la historia vivida a través de sus reportajes noticiosos, de su autoatribuida capacidad de ser oráculo, no solo del futuro sino del pasado.