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¿Por qué ahora se ‘aburren’ en la fiesta quiteña?

08 de diciembre de 2013

Como ya no hay licor a granel, borrachos tirados en las calles al otro día, riñas y muertos, toros asesinados y un concierto de gastos de todo tipo, han saltado hasta los techos los supuestos ‘chullas quiteños’, los únicos que se rescatan a sí mismos como los auténticos patricios de la capital. Ahora se aburren y destilan rencores añejos, porque además no quieren ‘codearse’ con los pobres en los grandes escenarios donde los capitalinos sí festejaron a su ciudad sin ningún otro afán que rendir un homenaje sano, patriota y ciudadano.

Las empresas licoreras son las más ‘afectadas’. Y algunas de ellas tienen accionistas que, de un modo u otro, están ligados a determinados ‘actores políticos’. Como ya no venden licor en las chivas y con ello recaudaban harto dinero para fortalecer su ‘quiteñidad’, ahora generan la sensación de que las fiestas son aburridas y hacen editoriales con un tufo marcado por una intolerancia y falta de respeto a las clases populares que asisten a decenas de actos culturales.

Todo el aparataje montado para las corridas de toros y que generaba ingresos a un reducido grupo de ‘ilustres quiteños’ ahora no rinde igual. Montaron un escenario fuera de la capital y con ello suponían que se iba a sostener la ‘tradición’. Pero parece que no está muy arraigada esa supuesta tradición porque nunca se llenó la plaza de toros y tampoco hubo un alto rendimiento económico.

¿Qué es una fiesta, en el más estricto sentido del término? ¿Y sobre todo qué es la fiesta quiteña? ¿Constituye una celebración y un homenaje o un pretexto para sostener el consumo a costa de vidas humanas, alcoholismo juvenil y violencia callejera?

La celebración invoca otras prácticas y rituales para concertar identidades y visiones sobre lo que sigue siendo la capital ecuatoriana: un espacio de encuentros, de convivencias de diversidades, escenario para la confluencia de corrientes y pensamientos plurales. Que no sea todavía todo eso a plenitud no quiere decir que la ruta no sea la correcta.

La capital, lo único que no puede ser, es el hábitat del alcoholismo y el derroche de violencia para supuestamente afirmar unas prácticas propias del quiteño, macho y borracho, que no pueden borrarse porque solo así debe seguir identificándose.

Quito, en su capitalidad, ha mostrado en estos días de fiesta muchas de sus potencialidades, por los espacios ocupados y por los eventos realizados. Y sigue constituyendo un encuentro de todo el país, pero también de expresiones latinoamericanas. No será copia ni calco de esas ‘corrientes miamiescas’ donde el show banal y farandulero es lo único que cuenta, por encima de sus propias contradicciones.

Por suerte para los quiteños, por ejemplo, el 6 de diciembre, en el parque La Carolina o en el Bicentenario, no hubo borrachos por los suelos, pero sí centenas de personas haciendo deporte.

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