Lo que voy a decir puede sonar completamente descabellado, pero ser amable es una disciplina que requiere de mucho entrenamiento.
Hace pocos meses, en un viaje internacional, me sentí incómoda desde el momento en que tuve contacto con la primera persona en ese territorio. Yo saludé y su respuesta fue un silencio sepulcral. Pocos segundos después extrañaba intensamente a “mi gente”, una sonrisa, un saludo, un gesto, sentirme segura. Pensé (seguramente por décima vez en el día) lo importante que es ser amable.
El 13 de noviembre celebramos el Día Mundial de la Amabilidad (cada año), ¿pero quién se acuerda de esta disciplina? Poco o nada se vio en redes sociales, nadie felicita a otras personas y menos se dan regalos. No, no es como el día del amor y la amistad, ni como el día del niño o el de la mujer. Pero, ¿es tan irrelevante ser amable?
Durante mi carrera profesional, que involucra mucho el ámbito social, he podido darme cuenta de que en nuestra cultura (así como en muchas otras), la amabilidad está percibida como la antítesis de la firmeza: “Si soy amable, entonces pierdo poder, control, estatus, hasta razón”. Solamente utilizamos la amabilidad cuando queremos conseguir aceptación y para mostrarnos agradables. Pero la realidad es que la amabilidad y la firmeza pueden ir juntas, y de hecho son la mejor combinación para las relaciones interpersonales en cualquier ámbito.
Para ser amables (como estilo de vida) debemos tener una excelente capacidad de autocontrol emocional y para ser firmes debemos tener una seguridad personal casi impecable. Nadie nace con todas estas cualidades, se las va formando con constancia y dedicación.
Si me preguntan por qué es importante ser amable podría pasarme horas escribiendo razones y resultados. Sin embargo, en este momento se me viene a la cabeza solamente una, quizás la que engloba todo el resto: ser amable, especialmente con las personas que más quieres, es la única manera de llevar una vida tranquila y vivir en un mundo en paz. (O)