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En los últimos días hemos visto una arremetida de los medios privados, no solo contra la nueva Ley de Comunicación sino contra el Gobierno y los ciudadanos. En principio podríamos decir que es entendible, pues la nueva ley no solo que los norma y regula, sino que los podrá sancionar y, además, los obliga a cumplir con sus responsabilidades sociales y culturales.
Sin embargo, me llama la atención la gran hostilidad y agresividad con que ciertos medios privados, y determinados voceros de esos medios, han respondido a la expedición de la nueva ley, incluso -vaya contradicción- apelando a la defensa de los derechos humanos. Comentarios ofensivos, inclusive, en contra de aspectos absolutamente positivos, como el fomento a la cultura nacional.
Siempre hemos dicho que es necesario contar con una nueva ley de comunicación, que la supuesta autorregulación nunca funcionó y que es falso aquello de que “la mejor ley es la que no existe”. Y también que quien trabaja honestamente, cumpliendo todos los mínimos parámetros éticos y que cada día se empeña en hacer buen periodismo, no tiene el más mínimo temor. Y por el contrario, la nueva ley constituye un incentivo para profundizar el trabajo, la investigación y caminar siempre apegados a la verdad, no al filo del abismo.
Me sorprende que voceros de ciertos gremios de periodistas y de asociaciones de propietarios de medios sostengan que no tienen miedo y llamen a los periodistas a no tener miedo. ¿Miedo? Tiene miedo a una ley solo quien atenta contra esa ley, la incumple y la viola. El llamado implica decir: cometan un delito, pero no tengan miedo. La ley debe generar una reflexión en torno a la calidad del trabajo periodístico, la forma en la cual abordamos las coberturas, el acceso a las fuentes, los métodos de investigación, cómo potenciar las capacidades y fortalezas de su capital humano, e incluso en torno a cómo está funcionando su modelo de negocio.
Pero no, por el contrario, se aferran al mal periodismo, a la mediocridad y a la amargura. El creciente rechazo de la ciudadanía a esta forma de concebir la información también debería llevar a una reflexión y a enmendar esa visión, incluso tan frívola y superficial con la que se aborda la mayor parte de los temas.
La nueva Ley de Comunicación debe ser una oportunidad -gran oportunidad- para que todos los medios y quienes trabajamos en ellos podamos replantear nuestro trabajo cotidiano. Es una oportunidad para refundar nuestro modo de concebir el ejercicio periodístico. Es una oportunidad para volver sobre los principios y valores, aquellos que nunca debieron dejar de ser la base imprescindible en la cual se asienta la comunicación y el periodismo, que es, como dice García Márquez, el mejor oficio del mundo.