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El Telégrafo
Tatiana Hidrovo Quiñónez

La invención del odio

23 de noviembre de 2017 - 00:00

El odio es un estado subjetivo que desea el exterminio del otro. Contrariamente a lo que se cree, este deseo no es connatural a los seres humanos, cuyos instintos primarios son proclives a la supervivencia propia y la de su especie, movidos esencialmente por el amor a la vida.

A lo largo de la historia han existido manifestaciones excepcionales de rencor entre individuos, las mismas que eran reguladas, canalizadas o castigadas por la moral o las religiones institucionalizadas, según cada cultura. En otras etapas históricas, las guerras no eran causadas por el odio, sino por ideologías expansionistas o razones económicas. Aun los sacrificios humanos tenían motivaciones ajenas al odio. El odio contemporáneo es, al parecer, un fenómeno reciente, más evidente desde el siglo XX. Se acuña en un individuo y aunque sus consecuencias pueden afectar a otro ser vivo, en realidad es sentido y desarrollado en el cuerpo del odiador.

El odiador no nace odiando, adquiere la enfermedad por la pobreza, la exclusión, la desesperanza, el fracaso, el individualismo, la incompetencia, el castigo, el desamor, la injusticia, el sometimiento, el sobretrabajo y el vacío que produce la ausencia de utopía y sentido social de vida. Todos esos estados de ánimo son producto del capitalismo, sistema cultural y económico fundamentalmente materialista y mercantilista que promueve, además, las ansias de poder para la dominación. El odio generalizado no es otra cosa que la pus del capitalismo.

Las prácticas del odio se multiplican no solo por las causas estructurales sino por su naturalización por medio de la promoción articulada y subliminal de los medios de comunicación planetarios -incluyendo las redes sociales- los cuales crean relatos para enfrentar a mujeres contra hombres; a heterosexuales contra homosexuales; a profesionales contra ‘fracasados’; a nacionales contra extranjeros.

Así sucesivamente se construye la racionalidad y sentido de nuevas categorías de las diferencias sobre las cuales cada individuo frustrado por causa del sistema encuentra la causa para sentir odio, que en realidad nunca será un sentimiento contra el otro, sino fundamentalmente contra él mismo, por el deseo de alcanzar un estado de realización que el sistema le exige, pero es imposible conseguir, aun con la riqueza y el poder.

Vivimos el tiempo del neoliberalismo de las pasiones inhumanas, de la ideología de la libertad asimilada como individualismo, lo cual se revela en las prácticas de violencia contra otros y, sobre todo, contra seres indefensos. Contra ese mal, solo cabe el humanismo, la interiorización de la naturaleza como ser total y el nacimiento de una religión de justicia, amor social y vida. (O)

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