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Cárcel de Cotopaxi: así luce a más de un mes de intervención militar

Un grupo de comunicadores realizó un recorrido por el Centro de Privación de Libertad de Cotopaxi tras más de un mes de ser intervenido por militares y policías.
Un grupo de comunicadores realizó un recorrido por el Centro de Privación de Libertad de Cotopaxi tras más de un mes de ser intervenido por militares y policías.
Foto: El Telégrafo
24 de febrero de 2024 - 07:00 - Redacción Web

El panorama es totalmente distinto al que en enero de 2024 se vivía en la cárcel de Cotopaxi cuando internos se tomaron las instalaciones provocando caos y desorden. Ahora militares custodian, junto con elementos de la Policía Nacional, los alrededores, ingresos y cada uno de los pabellones del Centro de Privación de Libertad (CPL) en el que más de 4.300 personas privadas de la libertad (ppl) están recluidos.

Las cosas empezaron a cambiar a partir del 14 de enero cuando 1.000 militares y 758 policías ingresaron y retomaron el control de la cárcel donde, desde 2019, se han registrados motines y han sido asesinados detendios incluido el capo del narcotráfico Leonardo Norero.

Y es que en los lugares por dónde transitaban libremente los internos ahora vemos a uniformados custodiando el orden. Incluso la ropa, implementos de aseo que dejan los familiares de los reos son revisados para evitar que ingresen objetos prohibidos, esos mismos que fueron encontrados en pisos, paredes, techos y hasta debajo de los inodoros.

Los privilegios de ciertos reos se terminaron, sentenciaron militares durante un recorrido por el centro carcelario con  representantes de medios de comunicación. Ahora, por ejemplo, todos los internos comen por igual, sus tres comidas (desayuno, almuerzo y merienda) sin que nadie coma más que nadie, reciben sus tarrinas con sus alimentos. Antes lo hacían en bandejas que permitían que unos coman más, que se extorsione a los reos, “ahora todos comemos igual”, destacó un interno.

Y ese es solo uno de los cambios, porque las intervenciones a esta cárcel desvelaron otros detalles, por ejemplo lo que ocultaba un bloque de celdas destinado a víctimas y testigos. Allí los uniformados encontraron conexiones de internet, fibra óptica, que se distribuía a las celdas, incluso un cuarto para conferencias telefónicas; todo esto fue desmantelado.

Bajo la mirada de dos militares y dos policías, que custodian desde una de las torres de vigilancia, los uniformados mostraban los sectores donde, con maquinaria, realizaron excavaciones que les permitió encontrar desde drogas, hasta televisores. En la tierra aún se veían las marcas del trabajo que realizaron los uniformados, casi 200 caletas fueron encontradas durante las inspecciones en el centro.

Mientras reos llevaban las fundas con cosas que sus familiares enviaron, se veía murales, antes con logos de bandas delincuenciales, hoy pintadas por los mismos internos. El silencio del lugar poco a poco era irrumpido por las voces, risas y cuchicheos de las internas, estaban en el patio central de la zona destinada para las mujeres, donde hay tres pabellones, de máxima, media y baja seguridad.

Pero eso no era lo que los militares querían mostrar ya que unos metros hacia delante de observaba un sitio en particular, las celdas para los presos con enfermedades catastróficas y de la tercera edad. De forma circular, en el centro había una especie de patio techado, “nos dijeron que aquí era la discoteca”, aseguraba un oficial, los reos utilizaban huecos en las mallas metálicas para pasar de zona en zona, así como lo hacían en los motines, libremente, ahora esos orificios están sellados.

En ese sector, con la ayuda de las detenidas, se están activando los talleres de costura, en donde se encontró celulares ocultos en las telas. Todo se ordenó y las internas ya tienen cómo generar ingresos, por lo que para algunas de ellas consideren bueno la intervención militar. “Ya hay más seguridad”, contó una interna.

Y es que lo que hallaban al interior de la cárcel tras cada intervención los sorprendía, en áreas donde funcionan oficinas administrativas no solo en el techo se ocultaban objetos, tras mover un inodoro encontraron armas y municiones. En el mismo sector, un sonido diferente les permitió encontrar una tapa de cemento debajo de las cerámicas, al removerlo todo, un hueco, de aproximadamente dos metros y medio de profundidad y un camino de dos metros de distancia con una escalera. No se sabe cómo lograron su construcción, si fue con complicidad de los guías, si los amenazaron o aprovechaban las noches para hacerlo.

En las paredes los agujeros de balas continuaban para narrar que en esas zonas hubo enfrentamientos entre presos y uniformados. En la zona destinada para visitas conyugales, suspendidas por el estado de excepción, ahora se acumula ropa decomisada, ordenada por prendas estas se entregan a quienes salen de prisión, “para que no vistan de naranja siempre”, mencionó la autoridad.

Uno de los lugares del centro penitenciario que despertaba curiosidad por conocer es la zona de mediana seguridad, allí otro muro, a uno al que se le veían las orejas de un animal en la parte superior, también pintado. El silencio del lugar se mezclaba con el ruido lejano de internos. Subiendo unas las escaleras, un sitio que era destinado para la vigilancia del lugar, pero que fue tomado por los prisioneros y readecuado. “Aquí encontramos una cama de tres plazas, muebles, licores, luces de neón, ventanas adornadas”, sí privilegios de los capos de este centro.

Pero eso no era todo, cruzando el pasillo, un centro de diversión nocturna donde incluso había dibujos con tono sexual, licores, muebles y hasta karaoke. Todo esto fue desmantelado por los uniformados. En una pantalla un video exponía todos los lujos que los internos, los capos, tenían. Las celdas se amoblaban, tumbaban paredes, tapizaban y hasta jacuzzi tenían. Imágenes de los mismos internos los delataron.

“Cada capo estaba ubicado en el último piso y en las esquinas”, comentaba un militar mientras en la parte baja los presos realizaban ejercicios en el patio del pabellón. “Uno, dos, tres”, gritaban obedeciendo las indicaciones de los militares, mientras en la otra ala del pabellón las paredes de las celdas se habían derrumbado, cerámicas, muebles, eran la tónica de quienes “gobernaban” el lugar. Todos ellos fueron trasladados a otros centros, como La Roca.

Y es que, al parecer, los detenidos utilizaban todo para esconder objetos prohibidos, en los talleres, también suspendidos por el estado de excepción, se puede constatar las habilidades de los internos. Esculturas, figuras de origami, barcos hechos con balsa, eran algunos de los objetos, mucho talento, enfatizaba un militar, pero, algunos en su interior también tenían drogas, celulares, entre otras cosas.

Pero no todo fue malo tras la intervención de los militares, además del almuerzo que ahora era repartido por igual y por el que incluso agradecen los reos pidiendo que “no le falta el pan a ningún ecuatoriano”, los uniformados habilitaron el centro médico para hombres y mujeres días después de la intervención. Según una interna, “sin importar la hora siempre son atendidas”, algo que era cierto, afuera de estos lugares, internos esperaban su turno para que curen sus dolencias.

Ahora, siguiendo un listado proporcionado por el Servicio Nacional de Atención Integral a Personas Adultas Privadas de la Libertad y a Adolescentes Infractores (SNAI), familiares llegan con ropa, colchones, utensilios de aseo y los militares controlan que nadie abuse de nadie y les quiten sus pertenencias.

Falta mucho por mejorar en este y otros centros penitenciarios, enfatizaban los militares, pero es un trabajo que desean seguir realizando para mantener el orden en las cárceles y evitar que se repitan los desmanes registrados.

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