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¿Cómo es la vida de la primera transgénero ecuatoriana en China?

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Viernes Santo, 19:00. Carlos llegó a Pekín proveniente de Shenyang, ciudad al norte de China donde enseña inglés a niños pequeños. Mide 1,65 centímetros y es muy delgado. “Vamos a algún bar a tomar algo, he escuchado de uno con música latina, quiero ir”. A las 21:00 nos encontramos en el lobby de su hotel, cerca del estadio de los trabajadores de Pekín, ubicado en una de las zonas más movidas de la ciudad y muy concurrida por extranjeros.

De la puerta sale una mujer de larga cabellera castaña con mechas rubias que cubren intencionalmente una parte de su cuello. Lleva un ajustadísimo pantalón negro que roza el piercing que cuelga de su ombligo. Sus piernas están asfixiadas por unas medias de nailon súper stretch y además por un cachetero que ayuda a esconder a ese ‘enemigo’ que lleva bajo el vientre. Una floreada blusa tipo top deja descubierto todo su abdomen. En el escote sobresalen sus senos que aún no han terminado de desarrollarse pues tan solo lleva un año tomando estrógenos. Un brassier con relleno ayuda a conseguir el efecto que Camila anhela. Pero la clave de su look está en sus ojos. Cuando ese rostro andrógino arquea seductoramente su ceja izquierda ocurre la magia. Sus grandes ojos cafés son la puerta por donde aparece Camila.

Su postura es la de una modelo de pasarela: las piernas separadas y la cadera reposando sobre el lado izquierdo forman un triángulo que se sostiene sobre unos tacones rojos, de 15 centímetros de alto a los que maneja con seguridad. Desde hace 7 años, esta cuencana se presenta en clubes gay donde hace shows imitando a Nicole, la vocalista del grupo Pussycat Dolls. Esta vez, Camila fue contratada por la discoteca Destination, el club gay más grande y antiguo de la capital china. A la medianoche del sábado de gloria estaba previsto que Camila salga al escenario. Pero habíamos quedado en conversar un día antes.

Junto a esta ecuatoriana caminé por las calles de Pekín. A medida que avanzábamos, los hombres le clavaban la mirada. Que los chinos miren fijamente a los extranjeros no es novedad, pero que los extranjeros lo hagan, sí lo es. “Hay tres tipos de miradas: las de aquellas personas que lo hacen porque soy bonita, las de quienes me miran porque se dan cuenta de que nací como hombre, y las de quienes me miran con odio. En China hay más del primer tipo, soy afortunada”.

También depende de la raza. “Los hombres caucásicos se quedan impresionados, dicen que soy exótica, muy hot. Los árabes también. En cambio, los latinoamericanos como conocen nuestra raza se dan cuenta”. Eso explica que tenga numerosos pretendientes de Alemania, Eslovaquia y Polonia. El magnetismo que provoca es tal que sus amigas le preguntan cuál es clave, cómo logra que un hombre heterosexual la prefiera a ella en lugar de alguien que nació como mujer. “Los hombres se quejan de que sus enamoradas no los atienden, que las relaciones se vuelven monótonas, que ellas no están dispuestas a satisfacer sus fantasías, que son descuidadas y olvidan que uno debe enamorar y enamorarse todos los días. Aparte yo tengo la ventaja de que conozco los puntos sensibles del cuerpo masculino porque también los tengo”, afirma.

Un alemán le decía: “A mi exnovia tenía que rogarle para que tuviéramos sexo, en cambio contigo todo es distinto”. Un pretendiente polaco se quejaba: “Mi esposa no se arregla, no se maquilla, dice que está cansada de atender a los niños y que no tiene tiempo para mí”. Actualmente, Camila sale con un eslovaco al que recién dos semanas después de conocerlo le confesó su verdad. En principio, él se alejó, la eliminó de sus contactos en el celular, pero luego le volvió a escribir y le dijo que quería explorar. Este caso no es el más usual, Camila ya está acostumbrada a que los hombres se alejen una vez que ella les confiesa sobre su ‘enemigo’.

La conversación no se detenía ni tampoco las miradas hacia ella. Así llegamos a Salsa Caribe, la principal discoteca de música latina de Pekín. Cuando llegamos, la banda tocaba ‘Mi niña bonita’, de Chino y Nacho. Mientras Camila se dirigía al baño para retocarse el maquillaje, de lejos, hombres blancos, negros y amarillos la miraban con hambre. Las mujeres murmuraban, la miraban con recelo. Seguro se dieron cuenta. Luego nos sentamos en una mesa cerca de la pista (bueno, yo me senté, ella bailaba sola). Camila me comentó que le gustaba cómo bailaba un chico moreno en la pista. “Lo sacaré a bailar, lo peor que puede pasar es que me diga que no”. El chico, que resultó ser cubano, aceptó sin dudarlo y bailaron agarrados un merengue de Juan Luis Guerra.

Era la medianoche y nuestro tour rumbero apenas había comenzado. La siguiente parada fue el bar Kokomo. Esta vez sí la acompañé a la pista. Mientras Ricky Martin cantaba “muévete duro, muévete duro, así, así, así, así me gusta mí”, la oscuridad del lugar jugaba a favor de ella. De pronto, cinco hombres giraban alrededor de su eje. Uno con todo el aspecto de árabe (barbudo, alto y fornido) se puso estratégicamente a su espalda. Yo estaba expectante para ver quién de los cinco se le lanzaba primero. No tuve que esperar. El árabe le agarró la cintura y comenzaron a bailar. Ella no se volteó y con su mano izquierda se aferraba a su cuello. Siguieron meneándose y yo desaparecí en las sombras cómplices de Kokomo. Ella se despidió guiñándome el ojo. Esa noche comprobé que ella no exageraba respecto a su poder de atracción: el árabe resultó ser chileno. Los latinos no son infalibles.

Ese mismo magnetismo lo desplegó al día siguiente en la tarima de Destination donde se presentó con dos strippers chinos que llevaban tanga y alas negras. La coreografía de Camila fue agresiva, incluyó puños y patadas al aire, sin importar los zapatos de taco aguja de 16 centímetros que llevaba. Como siempre, interpretó a Nicole con la canción ‘When I grow up’. Luego vino ‘Hush Hush’. Entre aplausos y papel picado que caía del techo, Camila se despidió. La buena acogida de su show podría llevarla pronto a Shanghái.

Su historia

Camila es una mujer trans, es decir una persona transgénero que nació como hombre, pero cuya identidad de género es mujer. La palabra no está en el diccionario ni tampoco en la Biblia. Para unos, es una perversión anormal; para otros, una realidad que no se eligió.

Hace 26 años nació en Cuenca, la tercera ciudad del sur de Ecuador con un impresionante casco colonial y múltiples iglesias. En una de esas iglesias a Carlos, un día le enseñaron que Dios nos había creado a su imagen y semejanza, que era misericordioso y que el mandamiento principal era “que se amen los unos a los otros, así como yo los amo a ustedes”.

“Todas las noches rezo. Le agradezco a Dios porque soy muy afortunada. Estoy segura de que Dios me quiere así. He tenido tantas bendiciones que es imposible pensar que él no me quiere”.

Sin embargo, durante la niñez y adolescencia se topó con personas que le restregaban que era una abominación que un hombre se acostara con otro hombre, que el fin del sexo era la reproducción y que los fornicarios, adúlteros y homosexuales no entrarán al Reino de los Cielos.

Profesores y catequistas alimentaron un sentimiento de culpa que, sumado al acoso escolar o bullying que sufrió por parte de sus compañeros en la escuela, convirtieron a Carlos en un niño gris, con temor a sonreír para evitar que algún gesto afeminado evidenciara a Camila.

Por ser distinto, Carlos, a temprana edad tuvo que cargar con la cruz de ser el ‘rarito’ de la clase. Ante las burlas, no se defendía, solo callaba y bajaba la cabeza, mientras por dentro, Camila gritaba fúrica. “La gente hace que nosotros sintamos que somos un error, pero el error son ellos porque piensan así”.

Ella, por su parte, no le teme a nadie, tampoco a la muerte, solo le atemoriza causar sufrimiento a su familia que la acepta y la apoya. Viene de un hogar funcional y tiene una hermana y un hermano mayor heterosexuales. De todos ellos, con quien tiene una relación especial es con su mamá quien es su mejor amiga y cómplice.

Al terminar la secundaria, Camila se cansó de ser la amiga imaginaria de Carlos y, a la vez, su motivo de vergüenza. Hace 7 años, ella decidió salir de esa cárcel. Se cansó de vivir atrapada en el cuerpo de él, escondida bajo su ropa, eclipsada por los prejuicios de la conservadora sociedad cuencana. Así que viajó a Bélgica para aprender el idioma durante un año. Allá fue libre por primera vez. Nadie la quedaba mirando raro por hacer un gesto que no encajara con su apariencia masculina. Esa experiencia le dio la seguridad necesaria para regresar a Cuenca con otra actitud. No estaba dispuesta a agachar la cabeza. “Yo no decidí ser así, yo no le pedí a Dios venir así y, sin embargo, tengo que pagar las consecuencias de vivir en esta sociedad”.

Pobre del que se atreviera a burlarse o a criticar. “A quién le duele, ¿a ti o a mí? Entonces, ¿por qué te importa si yo no le hago daño a nadie?”, responde ahora a quienes se burlan. Los 4 años de Universidad en los que siguió Periodismo fueron muy diferentes a los del colegio. Más de una vez apareció en la universidad vestida como hombre, pero con tacos rojos y lápiz labial. Su desinhibición fue en ascenso hasta que llegó el primer show en la discoteca gay Manú.

A mediados de 2015, llegó a Shenyang para trabajar en el jardín de infantes. Además, forma parte de una agencia de modelos. “A los chinos les gusta aparentar, que los vean con extranjeras hermosas y pagan por su compañía. Llaman a la agencia y les piden modelos para que los acompañen en sus reuniones. Nos pagan 600 yuanes (unos $ 95) a cada una simplemente por sentarnos junto a ellos y sonreír. Por supuesto que hay quienes proponen ir más allá, pero eso no va con mis principios”.

Dice que lo hace para ahorrar. Siete operaciones y $ 80 mil separan a Carlos de Camila. El plan ya está trazado: todas las cirugías de rostro se las hará en Venezuela y el cambio de sexo en Nueva York. Ese es el precio de ser ella misma. En la película Todo sobre mi madre, del español Pedro Almodóvar, el personaje la Agrado lo explica en una frase: “Una es más auténtica cuanto más se parece a lo que ha soñado de sí misma”. (I)

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