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El Telégrafo
Sebastián Vallejo

Wish o la evolución del capitalismo

05 de mayo de 2017 - 00:00

En el New York Times apareció un particular artículo sobre una tienda online, Wish, que sugería tomarla como un vistazo de lo que depara la evolución del capitalismo. Wish es una especie de minorista de ofertas online, al estilo Amazon, pero sin el intermediario. Es decir, a pesar de la manera en que funciona Amazon, la empresa sigue siendo un importador (para la mayoría de sus productos, en todo caso), que luego distribuye a sus consumidores. Wish elimina ese (ya único) intermediario y envía directamente los productos desde su país de origen, todos en Asia, hasta el consumidor. Como cualquier mortal puede atestiguar solo mirando a su alrededor, ya la mayor parte de los productos son hechos en China. Wish parecería ser el paso natural.

De alguna manera, Wish transparenta las cadenas de importación y elimina muchas de las fricciones que se crean entre el productor y el comprador. Las grandes empresas importadoras terminan por maquillar los orígenes de los productos, algo que Wish no quiere, ni tiene que hacer. Pero así como es directa, es caótica. No tiene ningún tipo de principio organizativo, se puede encontrar juguetes al lado de ropa debajo de relojes. Y el motor del negocio se centra en sus precios bajos. Tan bajos, que uno simplemente duda, por lo que se entiende el esmero del portal por mostrar comentarios sobre la calidad del producto y la rapidez del envío.

Este modelo de negocio es posible, en parte, por la reducción constante del costo internacional de los fletes y los volúmenes manejados desde el mercado asiático. Y este modelo es también la antesala de un ‘futuro capitalista maximalista’, donde se ha identificado como fricciones en el proceso de ventas a los intermediarios de la cadena de comercialización y se los ha ido eliminando paulatinamente. Al final es un producto más barato, sin duda, a la vez que es un producto menos curado. Pero más allá de esta lógica, es importante recordar que hay otros fenómenos que se profundizan con estas evoluciones, que en este punto parecen inevitables.

Primero, se profundiza un proceso donde se incentiva a la producción desmedida en condiciones que permitan una reducción de costos (porque los intermediarios son únicamente una parte de ellos) para ganar una carrera que, sí, beneficia el consumidor (que tenga necesidad de un par de gafas con parlantes Bluetooth incorporados) que obtiene un producto más barato, pero que eventualmente termina por perjudicar al trabajador, a quien siempre se le puede pagar menos, o hacer trabajar más.

Lo cual lleva a un segundo punto, donde estas interacciones enfocan la atención en la novelería del producto, o en el precio de producto, olvidando las condiciones bajo las cuales fue producido. Y esto no significa que no estemos ya alienados del trabajo que produce lo que consumimos. Significa que se desplazan los espacios de interacción del mercado a un plano más abstracto aún, como es el digital, desprovisto completamente de humanidad. No es esto una renegación contra la tecnología, sino una descripción de ella. Es en estos espacios en donde se termina de esconder, por siempre, la presencia del trabajo.

En fin, se deshumaniza completamente el fetichismo del capital. Sin embargo, la capacidad que le damos al mercado, así en abstracto, de adaptarse y evolucionar, a veces parece desprovisto de agentes humanos que lleven a cabo esta evolución. Y al igual que los mercados, la contestación a estos -la crítica y la resistencia al modelo capitalista- también evoluciona. Lo importante, en este punto, será anticiparse. Ahí está la lucha. (O)

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