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El Telégrafo
Tatiana Hidrovo Quiñónez

María Chiquinquirá

29 de diciembre de 2016 - 00:00

Me encantan las palabras largas llenas de vocales, como la palabra Chiquinquirá, que además alude a la imagen de un pájaro tamborero. María Chiquinquirá fue una zamba rebelde de finales del siglo XVIII, que huyó para conseguir su libertad y la de su hija, e implantó una demanda basada en un discurso sobre el derecho natural a ser libres.

Hija de una esclava, que murió envuelta en la lepra; criada después por una india y crecida en Baba (Guayaquil) entre un mundo de cacaotales, terminó siendo, como su madre, sirvienta de los señores de la hacienda y de una de las hijas de la poderosa familia, donde recibió un rosario de azotes antes de convertirse finalmente en propiedad del Presbítero. Resolvió liberarse cuando su dueño pretendió ejercer la esclavitud de su hija, llamada María del Carmen, cuyo padre era un sastre. Su historia es una historia de género y contestación al poder desde la subalternidad, que salió a la luz por medio del estudio realizado por María Eugenia Chaves (1998).

Los ‘negros’ de la Costa estuvieron dedicados durante los primeros siglos de la Colonia a actividades de servidumbre, pero en el siglo XVIII, los cambios en la dinámica económica regional orientados a la producción cacaotera en las haciendas terratenientes, para la exportación, provocaron una mayor demanda de fuerza de trabajo bajo formas de servidumbre. Las mujeres afrodescendientes eran vendidas a mayor o menor costo, según fueran sanas, bellas, fuertes, supieran coser, bailar y cantar, incluso de acuerdo a su destreza para ser parteras. Los amos explotaban también a sus esclavos, permitiéndoles temporalmente el trabajo libre a cambio de reportar parte de la ganancia a sus dueños. Algunos de los ‘negros’ lograron, sin embargo, reunir un capital para pagar su libertad.

La mayoría de los afrodescendientes guayaquileños perdieron su identidad étnica, no mantuvieron una memoria histórica consciente ni el control sobre una territorialidad, a diferencia de los grupos que se tejieron en el Chota, en el norte de Manabí y en Esmeraldas. Sin embargo, su referente de identidad fue el tipo de trabajo, su condición social de esclavos y en muchos de los casos la lucha por la libertad. La historia de María Chiquinquirá no solo demuestra los recursos discursivos, las nociones de libertad e identidad que construyeron los afros en Guayaquil a finales de la Colonia, sino la historia social de los mulatos y las mulatas porteñas, los cuales desplegaron distintas formas de resistencia.

En la antigua provincia de Guayaquil, que abarcaba casi toda la costa de lo que hoy es Ecuador, el área de mayor población esclava fue la ciudad puerto, y en su orden le seguían Baba, Daule, Palenque, Babahoyo y Samborondón. En 1780 el área de la ciudad de Guayaquil tenía 19% de blancos-mestizos; 3,3% de indios, 63% de pardos y 14,5% de esclavos. En contraposición, Santa Elena tenía una mayor población descendiente de indios (Hamerly, 1987). La historia demográfica de doscientos años explica por qué hoy vive en Guayaquil la mayor parte de la población afrodescendiente y las María Chiquinquirá de Ecuador, lo que rompe la creencia de que se encuentran concentrados solo en Esmeraldas y el Valle del Chota.

Cómo habrá sido María con su rostro Chiquinquirá. Dicen que los nombres se parecen a sus portadores: me parece que aquella mulata irreverente fue menos una María y más una pajarita chiquinquiricosa y rebelde, que en vez de piar, chiquinquiriquiaba y tocaba el tambor hecho con la piel de los legajos que contenían las leyes coloniales, para alcanzar su libertad. (O)

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