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Rodolfo Bueno

La mayéutica

23 de agosto de 2016

Sócrates nació en Atenas en el año 470 a.C. y murió a los 70 años de edad, luego de ser juzgado y condenado por un tribunal a tomar la cicuta; fue acusado de no reconocer a los dioses atenienses y corromper a la juventud. Su padre fue un escultor y su madre una partera. Inicialmente fue educado en literatura, música y gimnasia, más tarde se familiarizó con la dialéctica y la retórica. En su juventud siguió el trabajo de su padre y esculpió un conjunto de estatuas de las tres Gracias, que estuvieron en la Acrópolis hasta el siglo II a.C.

Según Platón, en sus conversaciones, Sócrates sigue una serie de pautas que conforman el llamado diálogo socrático. Comienza la tertulia alabando la sabiduría de su interlocutor y se presenta a sí mismo como si fuese ignorante. Tal fingimiento,  preside la primera parte del diálogo. En ella propone una pregunta, por ejemplo, ¿qué es la belleza? Después de alabar las palabras del cuestionado, opone con sucesivas preguntas y contraejemplos, reparos a la respuesta recibida, con lo que sume en la confusión a su interlocutor, que acaba reconociendo que no sabe nada sobre el tema. Este fingimiento, o ironía socrática, es el meollo del “Solo sé que nada sé”. Frase que es un verdadero contrasentido, pues algo sabe el que sabe que nada sabe.

Sócrates espera que su pregunta ‘¿Qué es?’ sea contestada con una definición. El procedimiento para llegar a la definición verdadera, finalidad de la mayéutica, es el método inductivo, o sea, examinar los casos particulares y, a partir de ellos, obtener una generalización que permita encontrar la respuesta buscada. En este sentido, su método busca elaborar una cadena de definiciones que expliquen la esencia inmutable de la realidad investigada; así, inaugura la ruta de la búsqueda de lo esencial.

Según Sócrates, en nuestro interior está la Verdad y la respuesta a todas nuestras inquietudes, y la mayéutica es el arte de dar a luz esta Verdad. Su método es el del crecimiento del hombre, y consiste en el ejercicio constante de la meditación, del silencio reflexivo e introspectivo, de la observación y la reflexión creadora, como la única manera de entender mejor el mundo exterior, lo intangible y lo etéreo.

La reflexión interior, el estado del más absoluto control del pensamiento, para así mantenerlo concentrado en la observación y aprehender conocimientos o tomar conciencia de lo observado, es la ejecución y la puesta en práctica del deber más importante del hombre que busca superarse, cuya obligación principal y propósito es buscar la virtud mediante el conocimiento. Su síntesis filosófica tiene la siguiente secuencia: Saber y Pensar, Saber y Dudar, Saber y Callar. Esto permite al hombre superar la pasividad, los rencores y resentimientos, que lo aíslan y lo alejan de los demás.

Mediante la mayéutica, el hombre que emprende el camino de su superación debe buscar el conocimiento de su yo interno. Solo quien se conoce a sí mismo puede conocer a los demás y a todo lo demás. El conectarse con su mundo interior, con su consciencia, le permite obtener criterios puros para analizar y estudiar el mundo exterior y el universo, constante y eterno. Esta búsqueda de su interioridad lo faculta para mantener una conexión íntima con su consciencia, y debe ser su única meta. (O)

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