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El Telégrafo
Santiago Rivadeneira Aguirre

Columnista invitado

La despolitización de la política

14 de octubre de 2016 - 00:00

Cuando el ‘viejo zorro’ de la política ecuatoriana y único líder de la derecha socialcristiana habla de que el momento actual demanda la existencia de un partido único, que él denomina pomposamente ‘Ecuador’, no solo que se expresa desde la labia y el cálculo, sino que, de alguna manera, tiene razón, cuando reedita al revés la teoría de la ‘subida a la camioneta’ de Bucaram. Porque bien vale la pena hacer un barrido general y entender el mapa ideológico del país, para encontrar que las fronteras (ideológicas, programáticas, éticas) que delimitan a los partidos hace rato que dejaron fuera su impermeabilidad.

En el lenguaje popular, el ‘cambio de camisetas’ y los ‘diputados de alquiler’ es sinónimo de una práctica que se sustenta y negocia bajo la conveniencia electoral y aun después, durante el mismo ejercicio del cargo. De ahí el remoquete de ‘independiente’, que enseguida se vuelve el pretexto para justificar la escabrosa salida del partido, bajo cuya bandera el sujeto participó en las elecciones. Es el mercado de la oferta y la demanda, simple y definitivamente.

En el terreno de las ligerezas y las marrullerías, la política puede convertirse en el territorio excrementicio que propicia los desacuerdos, los desapegos y las traiciones. De ahí a las ‘renuncias’ hay un paso, que los ‘desencantados’ son capaces de darlos, sin el mínimo recato, confiando que el tiempo se encargará de disipar las brumas y los humores provocados por su gesto, tan arbitrario como contrario a una ética democrática.

El ‘viejo zorro’ de la política no solo que propone el partido ‘Ecuador’ (para ocultar sus propias carencias y arrugas ideológicas, suponemos), sino que en un repentino e inexplicable exabrupto llama a los candidatos con más opciones de la oposición, a renunciar a sus postulaciones para someterse a una especie de escrutinio público, que señale al contendor con el cual enfrentar al ‘correísmo’.

Esa ‘unidad’, que puede acomodarse con distintos matices, integra un elemento que degenera la esencia de la democracia como propósito constituyente: la honestidad. Y además hay un núcleo común en las llamadas que hace la oposición: la ausencia de bases sociales. Se borran los cotos ideológicos porque da lo mismo ‘ser de aquí o de allá’, frente a la supuesta petición de la comunidad política, a la que se le invita a decidirse desde la ambigüedad, la precipitación, el desvarío, cuando se le presentan alternativas vacías de contenido y construidas al apuro.

Entonces hemos visto a los trashumantes de la política, que tan pronto negocian con el PSC o con CREO, con el mismo deleite que lo hacen con Acuerdo Nacional para el Cambio (ANC) y con la izquierda pura, convertida ahora en el vagón de cola de la Izquierda Democrática, que rebrota al reinscribirse como partido y degenera al mismo tiempo al postular a un general en servicio pasivo como candidato a presidente de la ‘izquierda’.

El otro ejemplo patético es el de aquel militante socialista, premunido de su corbata roja, que se sienta a la mesa y participa de los diálogos que convoca la derecha e ¿intercambia? puntos de vista para desvanecer los antagonismos históricos.

El resultado final es una siniestra despolitización de la política, una ideología de la desideologización y una desdemocratización de la democracia, para angostar la participación ciudadana que, por el momento, ya deja algunos actores marcados en el camino: al socialcristianismo y a la socialdemocracia con sus socios -los antiguos y los nuevos- y que le permite al candidato de CREO seguir con sus sueños de perro. (O)

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