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El Telégrafo
Fander Falconí

La basura más pegajosa

23 de agosto de 2017 - 00:00

Así como hoy la llanta de los vehículos es de caucho artificial (antes provenía de un árbol tropical), la actual goma de mascar es plástica. Ya no es el verdadero chicle (nombre náhuatl) de origen vegetal. Aunque aún se discute si es bueno o malo mascar chicle, lo que sí es pésimo es arrojar ese plástico masticado en las calles. Si en nuestras ciudades ya es un problema, en algunas megaurbes del mundo el problema es desastroso. El periódico Mexico News Daily mencionaba hace poco (2017-08-04) que México es el segundo consumidor mundial de chicle, con ventas anuales de $ 1.000 millones.

El diario inglés The Guardian, 10 días después, publicó un reportaje al respecto, circunscrito a la ciudad más poblada de América, la capital mexicana. Cada semana, equipos especiales salen a recoger chicle de la más larga vía peatonal, la avenida Francisco Madero. Los equipos, armados con lanzavapores para despegar el plástico masticado, recogen en tres días 11.000 chicles. Esas armas que parecen sacadas de una película de ciencia ficción se apodan Terminators, en honor a la famosa película de Hollywood, que tuvo secuelas y versiones de TV.

Es un problema ecológico grave: destruye el ambiente y no se degrada, mata aves que se tragan chicle pegado a restos de alimentos y es un caldo de cultivo para bacterias, como la salmonella. Si bota chicle a la calle en Londres, deberá pagar una multa de 50 libras esterlinas ($ 65). Si lo hace en Singapur, la multa es de $ 500 y cárcel, ya que el chicle es tan ilegal como las drogas en el país asiático. ¿Cómo alcanzó esta sustancia la categoría de plaga?

El chicle vegetal de mayas y aztecas se había popularizado en ciertos círculos de México y Centroamérica en tiempos de la Colonia y después de la Independencia. A mediados del siglo XIX, el general Antonio López de Santa Anna, expresidente de México, se exilió en Estados Unidos. El viejo oficial masticaba chicle para calmar sus nervios y se hizo amigo del inventor Thomas Adams. Este experimentó con el producto y de ahí nació la industria del chicle. ¿Quién no recuerda la cajita amarilla de Chiclets Adams? El hábito de las élites mexicanas se hizo de consumo popular en Estados Unidos.

En la II Guerra Mundial los soldados estadounidenses recibían en su dotación alimentaria los chocolates Hershey y las barritas de chicles Wrigley. Así se popularizaron los chicles en todo el mundo. Pero, a diferencia del cacao que abastece de chocolates al planeta entero, el chicle vegetal resultó escaso. Entonces, tal como había pasado con el caucho para las llantas, se inventó el chicle plástico, un enemigo del ambiente.

Ecuador ya empieza a sufrir por la acumulación del indestructible chicle. Es necesario concienciar a la población y poner más basureros para desechar chicles masticados. Donde debe iniciarse esta enseñanza ambiental es en la escuela, porque ahí están los mayores consumidores y allí se empieza a formar hábitos. Pero más que decirlo con la boca, hay que demostrarlo con el ejemplo. (O)

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