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Visitar la Casa Museo de León Trotsky en Ciudad de México es una lección tremenda para la memoria y la historia del socialismo en el mundo. Reflexionar al militante de la revolución internacionalista en el contexto de su hogar, de las condiciones de vida a las cuales fue sometido por la persecución estalinista, es abrumante. Perseguido por las paranoias de Stalin, Trotsky se vio urgido a protegerse de cualquier intento de asesinato. Observar sus habitaciones al interior del fortín construido para protegerlo da cuenta de las ansias de terminar con uno de los líderes fundamentales de la Revolución de Octubre de 1917. Esas ansias de acabar con la memoria del fundador del Ejército Rojo se plasmaron en las prácticas de borrarlo de los archivos del pueblo ruso. Alterar fotografías, documentos; exiliar a sus familiares y seguidores, y por último exterminarlos. El terror que se impuso obligó a quienes protegían a Trotsky a tenerlo en condiciones mínimas: habitaciones con puertas blindadas, al estilo de las puertas de submarino; ventanas blindadas; torres de vigilancia. En esas condiciones el ser humano no dejó de escribir, de pensar, de reflexionar las condiciones del proletariado mundial; de las condiciones de la Revolución Bolchevique y sus desvíos por parte de Stalin; como también la crítica al “culto a la personalidad”; el poder popular, las formas de organización populares de campesinos, obreros, de intelectuales y el rol que debe cumplir cada uno en una revolución denominada “permanente”. Impresionan en su casa las condiciones actuales de los edificios, quizás para hacer palpable cómo vivía la persona, su nieto y amigos. Quizás para sensibilizar la memoria y cuestionar los grandes mitos de las revoluciones de izquierda en el mundo. Quizás para provocar un remezón y humanizar a estas grandes figuras que generalmente se las conoce a través de libros y uno que otro video.
Contrastar su pensamiento con sus condiciones de vida es una lección de humildad para todo ser humano. Sobre todo serviría para aquellos que se asumen como “Illuminatis” de los procesos revolucionarios. Reivindicar a la personalidad de Trotsky, a pesar de los estalinistas y ciertos maoístas, es reivindicar la memoria de las luchas sociales en los últimos doscientos años. Siglos de búsqueda de los caminos para transitar al socialismo sin dogmas ni prejuicios; con pensamiento crítico. Y sobre todo el que ninguna revolución puede tener un fin nacional. El internacionalismo es necesario para articular procesos de integración, consolidar fuerzas progresistas en el continente y el mundo. El legado de Trotsky es complejo. Su valía radica en la rigurosidad de sus análisis, la superación del nacionalismo y una fidelidad a las fuerzas populares como constructoras del socialismo en el mundo. Quizás el caso ejemplar en América Latina, donde el trotskismo ha sabido adaptarse bien a las condiciones particulares, es Bolivia. Sin duda el pensamiento de Trotsky tiene mucho que aportar a la comprensión del capitalismo y las vías de su superación. El ser humano que aún habita en esa casa, aquél que contrastaba la reflexión dialéctica con el cuidado diario de sus gallinas y conejos, es un ejemplo de los valores de un revolucionario, la antítesis del oportunismo electoral. (O)