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Familia Barcia, la última cabuyera de El Chorrillo

El taller de los Barcia está ubicado en la parte alta de El Chorrillo. Por el momento trabajan con el abacá.
El taller de los Barcia está ubicado en la parte alta de El Chorrillo. Por el momento trabajan con el abacá.
Foto: Rodolfo Párraga / El Telégraf
23 de septiembre de 2017 - 00:00 - Vivian Zambrano Macías

El sonido de la máquina liadora en el Taller Johanna detiene su marcha. La jornada de trabajo ha terminado a las 16:00. Es hora de que la familia Barcia Castro, de la comuna El Chorrillo de Montecristi —dedicada por más de 40 años al arte de elaborar cosas con cabuya—, descanse.

El clan Barcia es guiado por Manolo  Barcia (64 años). El tema de la cabuya lo llena de sentimiento, más cuando ha sido su arte desde pequeño (comenzó a los 12 años).

“El cabuyero se acabó, ya no hay quién nos compre; la gente de aquí El Chorrillo dejó trabajar con este material”, concluye. La cabuya se procesa para fabricar cuerdas, cordeles, piola, sacos, telas y tapetes, entre otros artículos.

Manolo aprendió la historia de que gracias al colombiano Flavio Corral este lugar de la Cuna de Alfaro conoció el oficio de hacer cosas en cabuya. “Por él estamos bien, no sabíamos nada y nos dejó su legado”. El colombiano Corral llegó hace 80 años. Puso su taller. Al conocer la humildad de la gente comenzó a enseñar y el arte se regó.

“Él murió en 1984. Está sepultado en el cementerio de Montectisti”, destaca. En 1968 se instaló una fábrica que botaba 5 mil sacos por día. La marcha era  con puros botones. “Se hacían sacos de manera automática”. Esta tuvo su boom hace 20 años. Era de unos gringos, recuerda.

La cabuya que usan en el taller de los Barcia, lugar muy visitado por cruceristas para conocer este arte de cerca, proviene de Imbabura. “Aquí había cabuyal por la zona de Manantiales, pero cuando la gente dejó de comprar los agricultores le tiraron machete y acabaron con esta principal materia prima”.

Las fundas de plástico fueron opacando este trabajo. Jhon Castro, vicepresidente de la comuna y quien también se dedicaba antes a esta labor, concluye que esa frase de Barcia es cierta. “Además que este material comenzó a subir el precio”.

Otra de las posibles causas es que el café bajó su cosecha y la gente dejó de comprar, porque ya no llegaba el producto a las piladoras que había en Manabí.

En la zona hasta 1998 fue regular ver a cerca de 60 cabuyeros.

William, uno de los hijos mayores de Manolo, explica que con cabuya producen más los artículos que los muestran en una vitrina como sombreros, guantes, esponjas para bajos, escobillón y más.

 Elena Castro, esposa de Manolo, exhibe orgullosa las artesanías.

William, de 41 años, comenta que cuando empezó a decaer el interés por la cabuya, los habitantes prefirieron dedicarse a otras actividades como a la conducción de taxis.

Manolo dice que ante la poca importancia por poseer artículos de cabuya le cayó “desde el cielo” una forma para tener ingresos y pagar a sus colaboradores: la elaboración de  lonas con el abacá. “Fueron unos señores que me dijeron que tomara el trabajo, me trajeron la materia prima y es la que estamos fabricando”. Las lonas son de 10 y 20 metros. Las usan para hacer plantados en el mar. Con esto estamos innovando, es un proyecto de unos pescadores  mantenses y le hemos apostado”. Por cada metro le pagan $ 3, mientras que cada saco de cabuya tiene el valor de $ 3,30. El abacá (proveniente de Santo Domingo de los Tsáchilas) es de mayor calidad que la cabuya y su valor también es más alto. “La cabuya sale a $ 0,60 la libra, el abacá cuesta $ 1,12. Esperamos seguir con pedidos”, sostiene Manolo, quien en su billetera tiene mezclado dólares con sucres, estos últimos de sus primeros pagos de cabuyero. (I)

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