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El Telégrafo
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"No pretendo ser un poeta oscuro, aunque lo sea"

Félix León Batista junto a la estatua del poeta porteño Medardo Ángel Silva, en el parque Seminario o Bolívar.
Félix León Batista junto a la estatua del poeta porteño Medardo Ángel Silva, en el parque Seminario o Bolívar.
Foto: José Morán / El Telégrafo
23 de noviembre de 2016 - 00:00 - Redacción Cultura

León Félix Batista (República Dominicana, 1964), pese a haber olvidado sus lentes en el hotel, se da cuenta de todo; incluso, de cosas que los propios guayaquileños no ven.

Antes de hablar de literatura, afirma, sonrisa de por medio, que Ecuador es el único país del mundo en el que ha visto una Virgen María en estado de gestación -“ocho meses por lo menos”- y un cartel con una advertencia, dentro de una Iglesia católica, que alerta del peligro de que les roben a los fieles cuando alzan sus manos para rezar.

Llegó a Guayaquil para ser parte del quinto desembarco poético en una ciudad que lo recibió “con sus luces, pero también con sus gentes medrando en la oscuridad”.

Trajo sus libros y poemas, y un entusiasmo renovado por esa condición de ser poeta, un estado mental y espiritual que inició muy pequeño, 6 o 7 años, cuando comenzó a descubrir que la poesía trasciende géneros, aptitudes, oficios, porque siempre está presente. Aquí y allá.

“Desde que tengo memoria siempre fui un niño que tendía a expresarme verbalmente, empezaba a mandar cartitas muy emotivas a mi madre, que vivía en Nueva York.

Empecé a hacer acrósticos, todo ese tipo de poemitas sencillos. Después, en la adolescencia, en el bachillerato, fui otro. Los profesores de Literatura me aconsejaban leer a los clásicos, textos fuera de los libros de estudio”, cuenta Batista.

Siempre tuvo a mano el ejemplo de una familia lectora y como cree en la indisolubilidad de la lectura con la escritura, mientras más leía, más ganas de escribir tenía. Todo esto pese a que, “para complicar las cosas”, tuvo que estudiar contabilidad en el colegio, donde lo que menos había era literatura. Ya en la universidad tampoco estudió nada que tuviera que ver con las letras, lo que le planteaba una seria disyuntiva de sobrevivencia.

“Los poetas no tenían de qué vivir; de hecho, la generación que me precedía, todos los poetas eran abogados, vivían de eso. Entonces intenté ser abogado, sin éxito, esa no era mi naturaleza. Luego, cuando pude hacer una carrera de posgrado, ahí sí la hice en otra cosa, en Gestión de la Creatividad Literaria y Artística, en la Universidad Autónoma de Santo Domingo”.

Considerado un poco de elite, complejo de leer, Batista manifiesta que la poesía, desde hace más de 100 años, se ha refugiado en una especie de coto cerrado, donde muchas veces “solo los poetas entienden el lenguaje de los poetas”, pero tiene una explicación para ello.

“Hay gente que lee poesía, pero como decía Juan Ramón Jiménez, es una ‘inmensa minoría’. Yo no creo que la gente deba consumir poemas para acceder a la poesía, que está presente en todas partes. Si es así ¿por qué no puedo yo convertir mi objeto artístico, que es un poema, en un objeto específico, con sus propias características y poderme expresar tal y como me demanda mi circunstancia emocional?”.

Aunque reconoce ciertas condiciones de dificultad en su poesía, dice que no pretende ser un “poeta oscuro”, simplemente, se expresa de la manera cómo le sale el poema.

“Para mí, siempre los poetas modelos fueron los César Vallejo, los Gonzalo Rojas, los Paul Celan, poetas de los que dices este es Paul Celan, este es Gonzalo Rojas. Yo quería que cuando alguien abriera un libro, sin ver mi nombre, dijera: este es León Félix Batista”.

Admirador de César Dávila Andrade -poeta al que ya no considera ecuatoriano sino universal-, el vate dominicano admite que la evolución de su poesía ha tenido ciertos saltos estéticos, producto de ciertas lecturas, pero que, en lo medular, siempre ha tenido una sola voz.

Lo que sí considera nunca ha cambiado es el propósito de mantenerse alejado de su generación, de no ser parte de ese ‘ánimo coral’ en los poetas que se formaron en la generación de los ochenta.

“Todos querían parecerse, todos querían tener la misma parafernalia escritural. Creo que fue una generación importante, pero dentro de esa misma generación yo quería ser diferente. Con eso, con esa rebeldía, les rendía un homenaje”. (I)

Datos

Algunos de sus libros son El Oscuro Semejante (Egro, 1989), Negro Eterno (Taller, 1997), Vicio (Taller, 1999) Crónico, segunda edición de Vicio ( Tsé-Tsé, 2000).

Además, ha escrito Tour por Todo (Las Hojas del Diluvio, 1995) y Se borra si es leído, poesía 1989/1999 (que incluye Los rombos de la red, traducciones de poetas angloparlantes, Consejo de Cultura 2000).

En Ecuador ha publicado El hedor de lo real en la nariz imaginaria, bajo el sello editorial Ruido Blanco. Su poesía permite que el lector componga todo tipo de figuras con los argumentos que se amalgaman en cada uno de sus textos.

Ha ganado el  premio de poesía de Casa de Teatro y -con el título de Torsos Tórridos- una Mención Especial en el Premio Internacional de Poesía “Diario de Poesía/Vox 2000”.

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