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Evelio Tandazo, el artífice de La Venus Tropical

Evelio Tandazo, afuera de su casa-taller, en donde tiene una réplica de la Venus, obra escultórica por la cual es ampliamente conocido.
Evelio Tandazo, afuera de su casa-taller, en donde tiene una réplica de la Venus, obra escultórica por la cual es ampliamente conocido.
Foto: Karly Torres / El Telégrafo
13 de agosto de 2016 - 00:00 - Redacción Cultura

Al maestro Evelio Tandazo parece no hacerle falta la luz. A sus 83 años, no ve nada con el ojo izquierdo y con el derecho, solo un 40%. Pese a esto, la memoria de sus manos tiene frescos todos los planos del cuerpo humano. Un apareamiento constante con el yeso, la arcilla, el bronce, la resina y el cemento lo ha hecho posible.  

Sentado en el portal de su casa de la 16 y Alcedo, en un suburbio guayaquileño, a una cuadra del Estero Salado, está convencido de haber creado una obra para la posteridad: la Venus Tropical, aquella mujer que les sale al paso, con su erguida desnudez, a todos los visitantes de la Biblioteca Municipal.

Transcurría 1948 y sus manos aún no sabían de obras de arte sino de zapatos sucios, de franelas y negro al agua. Era betunero, había llegado desde Loja y la calle le permitía sobrevivir a empujones.

“Un día me topo con un amigo betunero, quien llevaba una figurita de barro, además de su cajón de trabajo. Me llamó la atención y le pregunté qué era eso que llevaba”.  

El chico le contó que asistía a la Escuela de Bellas Artes de las calles Bolivia y Chimborazo y le aconsejó que fuera y se inscribiese. La invitación lo entusiasmó a tal punto que ese mismo día acudió al centro de estudios a ver qué de bueno tenía.

Como los requisitos eran pocos     —haber terminado la primaria y dos recomendaciones— Tandazo se vio entre los alumnos sin demora. Allí, en poco tiempo, confirmó que sus manos no estaban ya para seguir sobando zapatos sino para otras cosas.

Pasó seis años estudiando y obtuvo las mayores calificaciones que hasta ese momento ningún otro alumno había tenido. “El único con el que competía era Luis Peñaherrera, otro estudiante sobresaliente”, recuerda Tandazo.

Una vez egresado, se dedicó a vender gallinas. La cercanía inmediata del Salado le ofrecía bagres, viejas, camarones y hasta cangrejos, pero no era suficiente, quería más. Su arte había sufrido una pausa  que, cierto día, se interrumpió en media calle.

“Andaba con mi atado de gallinas por el Mercado Central, trabajando, cuando un amigo me encuentra y me dice ‘oye, Tandazo, el señor Juan José Plaza te busca para que le hagas un trabajo’. Plaza era un mecenas que ayudaba a Bellas Artes”.

Consecuente con su necesidad de crear, fue hasta la casa de Plaza, quien le hizo el mejor encargo de su vida: le pidió que elaborara una escultura de la madre de Atahualpa, de un 1.20 cm. “¿Y quién es ella, de dónde la saco?”, le preguntó, sorprendido. El benefactor cultural lo llamó a la calma y le pidió que fuera donde el historiador Francisco Huerta.

“Entonces me acudí donde Rendón y me explicó los detalles, más o menos, de la madre de Atahualpa. Con esa información fui pensando cómo hacerla, pues nunca había realizado algo semejante”.

El primer paso —recuerda— fue pedir permiso en Bellas Artes para poder trabajar cómodamente. En su casa hacía malabares sobre el agua y no había cómo, era muy riesgoso. Empezó haciendo el esqueleto.

“Conseguí unos tubos, los cuales, como no tenía herramientas, los doblaba en los huecos de los postes de energía eléctrica. Todas las noches desde una construcción cercana, cargaba barro para la obra, caminaba varias cuadras con el material necesario. Me quedaba hasta las dos de la mañana trabajando en la Venus, que aún no se llamaba así”.

En casi un año la madre del inca había crecido hasta los 2.40 de altura. Cuando se la mostró al director de la Escuela, Alfredo Palacio, este, sin titubear, le dijo: “Tandazo, has creado una obra de arte”.

Era 1960 y, como la obra superó las dimensiones iniciales, a Plaza se le ocurrió no solo bautizarla como la Venus Tropical, sino llevarla hasta la Biblioteca Municipal. No era un obsequio ni una donación, solo una forma de exhibirla en un lugar adecuado y concurrido.

Ese mismo año, al maestro la vida le tendió una emboscada y lo mandó entero al Hospital de LEA (Liga Ecuatoriana Antituberculosa). Allí lo tuvo por cinco años.

Cuando se recuperó de su dolencia lo primero que hizo fue ir a ver su obra capital, pero en la Biblioteca recibió una respuesta contundente: La Venus ya no era suya porque la había dejado “abandonada”.  

“He estado en cama cinco años, por eso no he podido venir a verla”, les dijo, pero sus palabras no tuvieron efecto alguno. Nunca más volvió a reclamarla y su último contacto fue cuando la escultura se deterioró y nadie más que su creador podía curarla. El Municipio lo llamó para que la reparara y, desde entonces, no tuvo más contacto con ella.

Para el director de Cultura municipal, Melvin Hoyos, “de lo que yo sé”, el escultor lojano hizo una donación, un obsequio. Además, para ilustrar su postura, recordó aquel dicho de que “el que da y quita, el diablo le hace una jorobita”.

Un maestro para crear y enseñar

Profesor durante más de 15 años en la Escuela de Bellas Artes, algunos de sus alumnos, como el artista digital Freddy Fiallos, lo recuerdan así: “Es una leyenda viva del arte, es el padre de un legado escultórico que será muy difícil de superar. Como maestro posee las riendas de la claridad al enseñar anatomía, puesto que la domina al 100%; su obra tiene un ritmo muy próximo a la expresión absoluta, su Venus Tropical (escultura del museo), por ejemplo, es una muestra de sobriedad al estilizar”.

Para el también pintor guayaquileño Wladimir Torres, Tandazo tiene memorizado en sus manos lo que él llama “El canon de 8 cabezas que le permite crear obras de perfecta dimensión, no solo la Venus, sino el busto de Julio Jaramillo y el Cristo del Paso, de la Iglesia Espíritu Santo”. (I)

El Cóndor de  Oro también le fue arrebatado

Tandazo, también reconocido por ser el creador del busto que domina el hemiciclo de la tumba del cantante Julio Jaramillo, cuenta otro contratiempo que tuvo con una de sus creaciones. “Creo que era 1985, cuando el entonces gerente del Banco La Previsora, Álvaro Guerrero Ferber, me mandó a llamar para que hiciera un trofeo para premiar a Rolando Vera, que había ganado varias veces la carrera de San Silvestre”. Se trataba del Cóndor de Oro, una pequeña estatuilla por la cual iba a cobrar 700.000 sucres. Para cumplir el trabajo le adelantaron la mitad, 350.000. “Cuando llevé el boceto del cóndor, lo recibieron, pero al cabo de unos días me mandaron a llamar para decir que ya no lo querían, que habían mandado a hacer otro a Cuenca.

Yo dije no hay problema y les devolví el cheque”. Para sorpresa de Tandazo, la nueva obra tenía un 90% de similitud con su propuesta. Entonces fue a reclamar al banco el plagio pero una funcionaria lo recibió con esto: “Nosotros tenemos 20 abogados; usted haga lo que quiera”. (I)

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