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El Telégrafo
Ramiro Díez

Historias de la vida y del ajedrez

¿Cuándo empezó el cinismo?

06 de julio de 2017 - 00:00

De repente, en Riotinto, al sur de España, los amaneceres fueron más silenciosos. Era como si todos los insectos y los pájaros hubieran emigrado. En el otoño las cosechas bajaron. Y ahora, muchos matrimonios hablaban de abortos espontáneos y de bebés con deformidades incapacitantes. La gente empezó a sufrir dolores en el cuerpo y aparecían manchas en la piel de un color gris verdoso, como si debajo tuvieran ceniza. Ni el ganado escapó a lo que parecía la presencia de la muerte en el aire que respiraban.

Aquello sucedía en el siglo XIX y parecería imposible hablar de contaminación ambiental. Pero esa era la causa: Un poderoso consorcio británico-alemán, con permisos del Gobierno español explotaba minas que, en aquel entonces, producían más cobre que los yacimientos chilenos. Allí trabajaba buena parte de la población, sin excluir a niños de 7 años.

Pero más grande que el empleo, eran los daños a la salud colectiva. Sin necesitar más argumentos que la evidencia de la catástrofe, los pobladores protestaron. El gobierno, entonces, envió una comisión de médicos, pagados por la minera, que certificó que no había motivo de alarma. Fueron recibidos en fiestas con abundante champán y nunca visitaron a los afectados en el hospital. Aquella comisión de médicos declaró que el humo originado en las quemas para extraer el cobre era benéfico para la salud porque combatía algunas enfermedades, entre ellas el cólera.

Ante esa burla y tanto cinismo, la gente se lanzó a la huelga y exigió la salida de la empresa. El gobierno argumentó con tropas que dispararon contra la multitud y la primera descarga dejó más de cien víctimas: gente escéptica que no creía en el aire saludable bendecido por aquellos humos de color gris verdoso.  

Ese fue un caso famoso del cinismo del poder. Después han venido otros. En Flint, Michigan, en 2015, un funcionario dirigió un linchamiento mediático contra una periodista que denunció que el agua de la ciudad contenía altos niveles de arsénico, plomo y metales pesados que causaban daños cerebrales irreversibles, en especial en los más jóvenes, otros males severos, incluso la muerte. El funcionario que lo negaba, en su casa y oficina solo consumía agua embotellada traída desde cientos de kilómetros.

Y Pence, vicepresidente de EE.UU., en defensa de la industria tabacalera, argumenta que “el tabaco no mata. Todo es un cuento de un grupo de histéricos”. Pero él, claro, no fuma.

A diferencia de la vida, en el ajedrez el cinismo nunca gana. Solo la inteligencia. (O)

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Izq: Río Tinto, en España, escenario de explotaciones mineras. Centro: protesta contra el agua de la ciudad de Flint, USA. Mike Pence: ''El tabaco no mata. Es un cuento de histéricos''. Pence no es fumador.
Foto: Internet
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