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Valeria Luiselli: “No me interesan las moralejas”

Foto: Dan Callister. Tomada de la web unperrorromantico.blogspot.com
Foto: Dan Callister. Tomada de la web unperrorromantico.blogspot.com
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Valeria Luiselli (Ciudad de México, 1983) es una de las voces literarias más frescas y prometedoras de la literatura latinoamericana actual. Desde que publicó su primer libro de ensayos, Papeles falsos (2010), se convirtió en el centro de atención de la crítica literaria. La escritora mexicana Margo Glantz dijo de ella: “Valeria Luiselli escribe sobre realidades cotidianas con gran maestría. Su libro Papeles falsos es casi perfecto”. De ahí le siguieron los títulos Los ingrávidos (2011) y La historia de mis dientes (2013). También ha sido colaboradora habitual de diferentes revistas como Letras Libres, Etiqueta Negra y Review, y de los diarios The New York Times y Reforma. Fue becaria del Fonca y actualmente estudia un Doctorado en la Universidad de Columbia.

Hace algunos meses, Luiselli participó en la antología de cuentos Voces -30, nueva narrativa latinoamericana, compilada por la escritora chilena Claudia Apablaza y publicada por Ebooks Patagonia. La antología convocaba a varios autores de la región, menores de 30 años, desde México hasta Argentina, y se decía de ellos que “sus estilos e imaginarios sorprenden por tener un espíritu fresco e íntimo. Aquí se cruzan el campo y la ciudad, la familia y la juventud, los fantasmas del pasado y el futuro. Los estilos y sus imaginarios son diversos. El humor negro y la ironía predominan, junto a una estética de lo íntimo, donde el universo privado de estos escritores se expone, junto a una apuesta en el formato y en la extrañeza de sus propios mundos”. Entre algunos de ellos estaban Diego Zúñiga (Chile), Valeria Tentoni (Argentina), Andrés Cadena (Ecuador) y muchos más. Esta entrevista a Luiselli toma como excusa esta acertada antología para conocer un poco más sobre su obra.

El prólogo de la antología de cuentos en la que participa los caracteriza como a un grupo de creadores que no fragmentan la realidad, porque “el mundo está fragmentado desde que nacieron”. ¿Desde qué fragmento del mundo escribe?

¿Desde mi escritorio?

La escritora española Jenn Díaz, a propósito de su libro La historia de mis dientes, comentaba que en su narrativa pesa más el cómo que el qué, y eso se siente en el cuento (‘Fictio Legis’), con el que participa en la antología. ¿Siente que le da más peso al cómo?

No creo que se pueda distinguir muy claramente entre forma y contenido cuando estamos hablando de una novela o un cuento — ambas cosas se determinan una a la otra y están íntimamente ligadas. Pero coincido con la escritora Jenn Díaz en que La historia de mis dientes, como mis otros libros, es una meditación sobre formas. Supongo que en mis libros siempre hago explícitas las preguntas formales que tengo acerca de ellos, o acerca de la literatura en general, y en ese sentido son libros en los que el ‘cómo’ es muy visible, como el reverso de un tapete.

Mis preguntas formales se integran al contenido de mis libros —son parte fundamental de ellos. La pregunta en Papeles falsos era cómo y desde dónde se podía escribir sobre un lugar como la ciudad de México o Venecia; la pregunta en Los ingrávidos tenía que ver con cómo la ficción modifica la realidad y cómo se refleja eso en la escritura; y la pregunta en La historia de mis dientes tenía que ver con el peso del discurso en la atribución de valor simbólico a los objetos. No son las únicas preguntas ni las más válidas, son solo algunas preguntas que a mí me obsesionan.

¿Cuál es su relación con el lector a la hora de narrar? ¿Cómo lo proyectas cuando estás escribiendo?

No proyecto a ningún lector mientras escribo. Pero cuando releo, para corregir mis textos, trato de leerme como si fuera mi peor enemigo.

Su obra inicial fue el ensayo Papeles falsos, sin embargo, se percibe en este una suerte de desborde de los géneros narrativos que hace que ese libro pueda confundirse con la novela…

Y Los ingrávidos se parece mucho a mis ensayos en Papeles falsos. Lo que me interesa no es explorar, per se, las fronteras entre géneros. Lo que me interesa es simplemente encontrar el registro y la forma exacta para explorar los temas que me interesan. Ese registro y esa forma son necesariamente híbridos.

¿Cuán importante es la reelectura de libros y personajes de la historia para crear su obra? Por ejemplo, en su segundo libro, Los ingrávidos, convierte en ficción parte de la vida del poeta Gilberto Owen.

Mis libros están siempre en conversación con otros libros, así que sí, la relectura es parte fundamental de mi trabajo.

¿Cuáles son los autores a los que siempre vuelve y qué ha aprendido de ellos? En un artículo decía que releyó Pedro Páramo para ver cómo resolvió Juan Rulfo los cambios de tiempo. Y señalaba al respecto: “Cada vez que llueve sabemos que cambiamos de un tiempo a otro. A partir de esa lectura deseché el mecanismo de cambios temporales y confié en el lenguaje cada vez que cambiaba de un tiempo a otro”.

A Rulfo he vuelto muchas veces. Vuelvo siempre a los ensayos de Joseph Brodsky, a los poemas de Emily

Dickinson y a las novelas J. M. Coetzee. Cada tanto releo las listas de Sei Shonagon y cartas de Flaubert.

“Yo no era un vil vendedor de objetos sino, antes que nada, un amante y coleccionista de buenas historias”. ¿Quizás estas palabras del personaje central de su tercer libro, La historia de mis dientes, sintetizan el objetivo de su literatura? ¿Hay necesariamente un objetivo cuando escribe?

No, no hay objetivos últimos en mi escritura. Es decir, no me interesan las conclusiones cerradas, las moralejas, ni los ‘mensajes’. Supongo que mi único objetivo es siempre presentar la novela como un instrumento de cuestionamiento, como un objeto que cuestiona la realidad pero que al mismo tiempo se cuestiona a sí mismo. No podría pensar en una sola novela que me guste y que no sea, a su modo, una novela que cuestione y experimente con las posibilidades tan diversas del género. La historia de mis dientes es un libro que escribí preguntándome por los límites y usos de la novela contemporánea.

Por supuesto, las novelas tienen muchos usos posibles —pueden ordenar para nosotros un mundo en apariencia caótico, o al revés, mostrar el grado de complejidad de lo aparentemente simple; pueden ser un espejo crítico de nuestras circunstancias, o al revés, un instrumento siniestro del poder. En este caso, lo que más me interesó fue explorar la posibilidad que tiene la novela —como género— de ser un interlocutor activo de otras disciplinas actuales. Y en concreto, del arte contemporáneo.

Ahora que está estudiando un doctorado en la Universidad de Columbia, ¿cómo aporta la academia a su obra?

La noción de ‘academia’ es amplia y ambigua. Lo que atesoro del espacio de la universidad es la interacción con personas brillantes de toda clase de disciplinas y, por supuesto, las paradisiacas bibliotecas de Nueva York.

Veo que tiene mucha interacción en las redes sociales como Twitter, ¿considera que ese es el lugar futuro de la literatura? ¿O ya lo es?

No creo que Twitter tenga que ver en lo absoluto con la literatura. Creo que tiene que ver simplemente con nuestra nefasta e inconfesada incapacidad de superar el patio de la escuela. Twitter es solo una continuación del patio de la escuela, pero sin adultos: hay bullies, hay presumidos, hay autistas, hay paleros, hay gritones, hay moralistas y bienpensantes, hay chistosines en busca de aplausos, hay chismosas, hay gente seria que da noticias graves, hay la insoportable boba popular, hay futuros jefes sindicales, hay grupos y grupitos, y grupies, hay simpáticos, hay amigos; hay días buenos y días malos y, en general, es un espacio estúpido y muy divertido porque no hay profes.

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