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Poesía

La voz lírica que (des)ordena el horizonte: Hábitat del camaleón

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La poesía podría, si la pensamos desde la perspectiva de un entomólogo, ser un proceso de lectura y de escritura en el que convergen, como insectos, los habitantes del mundo de las letras. El poeta propone su texto, que no es otra cosa que su lectura crítica del mundo. El lector se acerca al poema y al leerlo lo reescribe, completando el proceso. El telón de fondo para este engranaje puede ser el terror de asistir a este espectáculo en que somos actores, público y tramoyistas. La mirada panóptica del camaleón equivale al que acecha para acabar con el escenario con su lengua avasalladora.

Hay ciertas particularidades en el último poemario de Santiago Vizcaíno, Hábitat del camaleón (Quito, Ruido Blanco, 2015). Aunque algunos de sus poemas construyan una(s) historia(s), no son los poemas ancilares del relato que desarrollan, sino al revés: producen significados otros que van hilvanando, al final, un sentido. La voz nos hace saber que se concibe la existencia como un permanente acechamiento de unos hacia otros. Aquí el poeta sabe que solo mediante la entrega de algo muy preciado (el esfuerzo, los recursos, en fin, la vida entera) es posible dejar algo de sí mismo aunque sean muñones o sus restos después de la batalla.

Si la poesía es un páramo donde tiritan las palabras, es también el hábitat que por inhóspito ha preferido el camaleón, esto es, el poeta. La marginalidad es inherente al discurso lírico de verdad; quiero decir que el poema es marginal / subjetivo / violento o no es. Esta escritura construye un discurso que se produce desde los intersticios de la oficialidad. Y descubre, por cierto, perspectivas que hallamos en la presente entrega de Santiago Vizcaíno. Da cuenta de la necesidad de inventarse y reinventarse a través de las formas escriturarias, precisamente en una actitud camaleónica ante el mundo. Si el mundo es una tabla donde se lee y escribe, podemos desde ahora seguir las huellas o marca de agua de Vizcaíno.

En su aparente acatamiento a la certeza de las cosas hay, más bien, una exploración expresionista del mundo. Y lo hace asumiendo un particular lugar de enunciación. Este nicho simbólico desde el que le grita al mundo evidencia a lo largo del texto un regodeo en la desgracia, en las fauces del infierno, las profundidades del abismo o, lo que es su equivalente, en las heterotopías. La ciudad, su ciudad, todas las ciudades.

Vázquez Montalbán la metaforiza como la rosa pérfida. La ciudad para Vizcaíno se convierte en el peor lugar para la convivencia con los demás, aunque ese otro sea en algunas ocasiones Vizcaíno. Tomar esta figura del hábitat como morada equivale a recrear el clásico laberinto con el propósito de habitarlo siendo a la vez un victimario y su víctima. Esto es, en él es plausible acometer contra el otro, así como caer y ser una baja más en la cotidianidad urbana. Escribir desde esta perspectiva es, en gran parte, echarle en cara a la modernidad la sevicia que sostiene el pacto social con que ha acogido y con que urge a los habitantes de su tiempo y de sus conglomerados.

La versatilidad expresiva de Hábitat del camaleón hace que se potencie esa cadena de significados que dan sentido al libro. Los tonos del camaleón son variados según las circunstancias pero convergen en la sombra oscura de la clandestinidad, algo así como una marca de agua que revela nulidad de compasión. Hay espacio aquí para la lacra y el desamor; en el extravío, o sea en los intersticios de este hábitat, el poeta se pronuncia porque esta voz le da sólido soporte a la derrota. Aunque, desde tal asumir la derrota, el poeta arrasa, como una bestia herida, con todo lo que tiene delante.

La madre, el padre, aparecen como importante referente en parte de estos poemas. Hay una cadena de espejos en que la repetición de imagen de rostros que se acercan es una constante, como el enfrentamiento al miedo, ese miedo transmutado en escritura: “Él te golpea para que respires (…) Él es el solitario frustrado que espera de ti algo más que su estúpida miseria (…) ¡Ah!, él nos ha enseñado tanto que haría falta vivir de nuevo para enseñarle a vivir”. Y en la resolución del fragmento se halla el espasmo: “Y otra vez vete a pasear en el puerto con tu padre porque alguna vez alguien también te odiará, como tu hijo” (de ‘Pater noster’). Por otro lado, la encarnación del cuerpo materno es proyectada a la del espacio nutricio.

Como en los bestiarios de la Edad Media y el Renacimiento, el sujeto lírico inventa una teratología con que puebla su geografía. Es decir, hay en este libro una relación de monstruos que empieza con el mismo Santiago Vizcaíno. En ‘Canto a sí mismo’ la voz dialoga con un Whitman tutelar, pero se distancia a su vez del modelo. No hay gozo ni canto en sí, sino más bien una línea irónica que da cuenta del desarraigo con referencia a varias instituciones sociales como la patria, la familia, la identidad. Son tantas las enunciaciones autopeyorativas, que pensamos también en Informe contra mí mismo, del cubano Eliseo Diego o, retrocediendo más, a la sátira de Marcial. “Toda la noche escupe el morbo de un dios necrófilo./ toda la noche se masturba santiago/ para olvidar el caminar de la sombra como una mula vieja, / como una mula tuerta”. Sin embargo, no es un espíritu como el de aquellos precedentes el que sostiene a este poema, sino uno que lleva a ‘santiago’ a una suerte de aura de virtud y ejemplo pero en negativo. Incluso se lanza a la aventura de escribir una antiletanía: “Santiago ya no está solo/ pero ya no tiene ganas de repetir su nombre”.

La voz lírica de Hábitat del camaleón fractura el orden, si es que alguna vez lo hubo, de los hechos y su registro constante que son las palabras. Del cosmos primigenio origina su propia versión del caos. La herramienta es el enfrentamiento de la angustia. En este libro la metáfora suele ya no ser contrapunto de la realidad; es, más bien, un bien utilizado recurso que anula la distancia entre lo figurado y lo literal. Y hay un acogimiento de esa desolada derrota de la que hablamos antes, como en ‘El folclor no es la música original’: “Pero eres un hombre vulgar, un hijo de la tierra.// Llevas diez años esperando./ Diez años como cruces alrededor del tronco de la infancia” (página 33).

Un gran peso en esta entrega poseen los momentos en los que la voz se detiene a pensar el oficio de poeta. Aquí, sombreando todo el libro, hay una cadena de imágenes que conducen a la reflexión sobre el trabajo con la palabra. Como en ‘La literatura justifica el desorden, produce la dicha de toda falsedad’: “La literatura no es una preocupación, / como sí es comer o penetrar a alguien, / aunque no parezca”; o: “Aquí no hay nadie que contemple la farsa de tu música” (en ‘Carne de cañón’).

‘Hábitat del camaleón’, el poema que da nombre al conjunto, es un recorrido por el tiempo más que por el espacio, aunque sea una evocación de la ciudad (de Málaga). “La ciudad es una copia de la juventud a un lado de su patria// Vamos a compartir a la ciudad como en una orgía”. Por un lado, reaparece el juego de los dobleces, y por el otro, la condición de objeto de los males de la ciudad ha cambiado: la voz actúa en arenga a sus lectores para reclamar un espacio activo.

El hijo es un eslabón más en la cadena de sangre que escribe la voz. Leemos en ‘Canción para el hijo’ una especie de gradación compleja: compañía y soledad, lo que pudo ser y no es, o lo que pudo no ser y es. Pliegues y repliegues hasta el infinito: “Cuando tus gritos ensucien el aire, / ya no estaré solo”. Y para afirmarse en la condición humana de desarraigo, la palabra cumple con registrar el vacío: “Una casa es una voluta de humo, / una casa es un marsupio donde anida el horror./ Ven a verme, hijo mío, esta es mi casa llena de espanto”. Es un personaje, el hijo, uno al que se le adjudica funciones: “Tú: hilo, eslabón, hijo, / furia que reúne a dos fantasmas”. Y esas funciones se proyectan hacia el otro, ese otro que es quien escribe: “Todo rastro de mí se borra en mi cabeza// Este es mi luto// Si juntáramos nuestras soledades, hijo mío, llovería fuego”.

Decía al principio que la poesía podría verse desde el punto de vista de un entomólogo. El insecto actúa por instinto, pero el ser humano, por hallarse en la cima de la escala zoológica, unta de razón sus acciones. Este es el escenario: el camaleón moviliza, se camufla, se mimetiza, es el monstruo organizador del palacio oscuro. Es el poeta que con su voz (des)ordena el horizonte que tenemos frente a nosotros.

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