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Reseña
Extrañas o la mujer transeúnte en la ciudad que se inunda
En el escenario de la ciudad que bulle, cada individuo tiene definidos sus roles por desempeñar. Todos deambulan pero en ese recorrido frenético por las calles calientes y mojadas de Guayaquil, unos miran y otros son mirados. Mujeres extrañas van por ahí usando peculiares armas de defensa contra los ojos curiosos, cuero, medias de rejilla, látigos… Salen a ser protagonistas de historias a las que no les interesa precisamente el amor; lo han cambiado por todas las posibilidades que la itinerancia pueda ofrecerles; a veces es, sí, piel para gozarla, o a veces es únicamente la palabra, reflexiva e íntima, la que se vuelve un sitio tranquilo donde retozar del escándalo de los viandantes.
Las mujeres de El árbol negro (línea primitiva, 2014) primer libro de relatos de Paulina Briones viven historias en las que el gran marco es la ciudad —un tema abordado obsesivamente por los narradores de Guayaquil, quienes la describen como un puerto rebosante de sensualidad y cerveza—, pero lo diferente de esta obra es que ofrece un ángulo femenino para recorrer sus caminos, un espacio que, como sus personajes, se revela ante un destino pasivo y guarda situaciones inesperadas.
En esta lectura sugiero tres códigos para descifrar el libro de Briones. El primero se refiere a la observación y la reconstrucción de situaciones en las que hay un enigma, herramienta de los relatos policiacos —este género se incorpora a los códigos narrativos de la autora ya que este texto incluye al personaje de una mujer detective agotada por trajines de su profesión—; otro trata sobre la hembra monstruosa, representada por personajes femeninos que se saben diferentes pero que hacen lo posible por parecer normales a fin de tener un lugar en el mundo: una familia, una pareja, amigos; y detrás de un tercer código se bosqueja la recreación de Guayaquil como una ciudad donde la mujer es una sobreviviente del apocalipsis porque el puerto en donde residen ‘las extrañas’ se ahoga cada invierno.
Un caso para Mirabella Láudano
Mirar, espiar, estar atento a pequeños detalles del entorno. ¿Acaso no hacen eso los detectives? El primer cuento de El árbol negro relata la historia de una investigadora privada que es contratada para resolver un misterio. El alcalde de la ciudad ha recibido un anónimo y ella debe descifrar de qué se trata esa posible amenaza. Así como lo indica Tzvetan Todorov en Tipología de la novela policial, este tipo de relatos en los que algo está por descubrirse no solo contienen una historia, sino dos, la historia del crimen y la historia de la investigación. En este caso, conocemos que la detective escudriña la realidad y se entretiene especulando acerca de detalles insignificantes como cuando deduce que una violinista está fumando afuera del teatro porque espera a alguien. Las pistas que halla le ayudan a inferir más cosas sobre su vida que sobre el caso que está siguiendo. Ella es una mujer que disfruta contemplando a extraños porque entre raros se siente acompañada.
La mujer detective que aprecia detalles delicados de la realidad ha elegido muy bien su nombre profesional: Mirabella. Va haciendo pesquisas por un puerto gótico-tropical donde hay que defenderse con armas originales de miradas invasoras: botas y una Smith and Wesson. El apellido, Láudano, es propio del veneno que posee toda femme fatale y como se espera, la protagonista no escatima esfuerzos para darnos a los lectores detalles sabrosos de su vida como aventurera de cuerpos. Afirma, por ejemplo, que lo que la tiene a punto de renunciar a su tarea son los excesos, los amantes y el insomnio. También, más adelante describe lo siguiente: “Una vez tuve un amante que me chupaba el dedo gordo como si fuera un mango. Así en seco puede que la idea no sea provocativa, pero juro que lo era”. Mirabella disfruta de los juguetes y los fetiches, tampoco deja pasar la oportunidad de una buena historia; todo lo que la deslumbra, va a parar a su cuaderno de notas donde intenta bosquejar relatos.
El escritor argentino Ricardo Piglia señala sobre el género policial su carácter metafórico acerca de la condición de las sociedades donde se desarrolla. En este cuento de Paulina Briones, ‘Concierto’, Mirabella Láudano describe una ciudad donde la cultura es un montaje, un ridículo entramado donde las apariencias siempre importarán más que la verdadera ejecución. Y continuando con las representaciones propias de esta línea de escritura, ella, la detective, es también un personaje marginal y excéntrico. Durante el día desenreda el caos pretendiendo servir a la justicia y en la noche ella es quien lo fabrica mientras la ciudad la espera hambrienta cuando se atavía como una dominatriz experta en dar latigazos.
El árbol negro plantea otros enigmas en el bloque llamado ‘Extrañas’, que describe las aventuras emocionales de una mujer según los meses del calendario. La protagonista, quien se declara ‘una espía’, se obsesiona por descubrir la identidad de un hombre que iba a alquilar el departamento donde ella vive actualmente, al punto de imaginar que está enamorada de él. En el juego de pesquisas que ella monta, la mujer y el hombre finalmente se encuentran y repara en que aunque él es de lo más normal, ella se esfuerza por crearle un misterio, algo peculiar para que este le siga atrayendo: “A estas alturas le he dicho a Extraña dos que me gusta un hombre que no conozco / — ¿Será por eso que te gusta , pues. / —Tal vez”.
Lo cierto es que en este libro, las mujeres prefieren no dejarse contemplar o ser deseadas gratuitamente como sucede con la mayoría de personajes femeninos de la literatura del siglo XX. Tampoco son las víctimas de los crímenes como es común en los relatos de intriga, ni los objetos de las desafortunadas circunstancias. Las extrañas como Mirabella Láudano arman sus propias tramas ya que han sido creadas para ser dueñas del placer, lo que les da el poder de protagonizar sus propias extravagancias.
Colmillos, mortajas y huevos
Ana Casas, en el prólogo de la obra Las mil caras del monstruo, estipula que la monstruosidad es un tema que causa revuelo en el alma del hombre moderno porque reconocemos que los seres raros, esos que no quisiéramos toparnos ni de broma en un callejón, están bien escondidos bajo nuestra piel, anidando dentro de nosotros mismos hasta saltar como consecuencia de alguna provocación. En otras palabras, el monstruo interno está latente y lo intuimos cada vez que nos palpamos el pecho.
A las mujeres extrañas de Briones, justamente por serlo, la normalidad les obsesiona, así: una familia espera el acontecimiento extraordinario-cotidiano que sucede con la puesta de un huevo por parte de la hija quinceañera de la casa; una niña vampiro que ama a las muñecas seduce a una dependienta, y la devota esposa de Lázaro aguarda a que su marido cadáver vuelva de la tumba para que puedan acostarse juntos en la cama. Lo notable es que estos acontecimientos son relatados sin alteración, desde una cotidianidad donde la voz narrativa relata con aplomo los sucesos más fantásticos para hacerlos digeribles, entre ellos, la escritura.
La protagonista del relato al que hice referencia en el apartado anterior, la muchacha enamorada del hombre que no conoce, cuando se presenta ante él, finalmente, declara que es escritora y luego decide acomodar esta aseveración añadiendo que trabajó hace tiempo en un diario, para lucir algo más corriente ante sus ojos. La escritura, entonces es abordada como un acto peculiar de gente ensimismada que puede resultar incomprensible para el resto; como ese espejo que a veces devuelve la imagen fiel o distorsionada, dependiendo de quién se refleje en él. Para la mujer monstruo de Briones poner ideas por escrito es una forma de reflexionar sobre su rareza, una tautología, porque escribir es también un acto raro.
En la ciudad que se inunda
Apocalipsistas es el nombre que se las da a los teóricos o escritores que han decidido tomar el mito del fin del mundo y ponerlo a dialogar con la tradición americana. Así, Roberto Bolaño, Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa y José B. Adolph, entre otros, han especulado acerca de cuál sería el futuro posible para el habitante de la urbe contemporánea y al parecer, el desastre es inminente dado su pronóstico. Al igual que supuso Leonardo Valencia en El libro flotante de Caytran Dölphin, Paulina Briones apuesta porque Guayaquil perecerá bajo las aguas.
La ciudad de las extrañas es líquida: gotea, el agua sube de nivel y se derrama; pareciera que siempre es un abril feliz de no ser porque los cadáveres se acumulan en las aceras, pero como sucede con ciertos puertos del trópico, la muerte llega en medio del carnaval y casi no se nota. En el cuento ‘Un cuerpo como los demás’, se relata el proceso de recolección e identificación de ahogados en una ciudad que “se difuminaba por la lluvia “y en la que “el río se estaba tragando la ciudad como una gran boa”. Pese al horror, la voz narrativa hace una pausa para apreciar algo de belleza en los cuerpos que surgen de las aguas cuando repara en un pañuelo atigrado que pendía del cuello de una de las víctimas. Ese pequeño esplendor le basta para continuar contando a los muertos que quedan sobre el pasto como flores.
Las mujeres de este libro viajan ligeras de equipaje porque la urbe que habitan es como un castillo de naipes, siempre está a punto de desplomarse y para estar a salvo hay que andar de prisa, antes de que los extraños frutos de El árbol negro terminen de tomarlo todo, o antes de que piedra por piedra se destruyan sus construcciones.
María Paulina Briones
Licenciada en Literatura y Comunicación por la Universidad Católica de Guayaquil. Profesora, periodista y escritora, se ha desarrollado como gestora cultural en su ciudad natal, Guayaquil, creando blogs —La Mandrágora— y espacios para intercambio de textos —El garaje de libros— y otros eventos culturales. En 2009 abrió la librería La casa morada, que también acoge a varios actores en eventos culturales y desde ahí comanda Cadáver exquisito ediciones, que cuenta con cuatro sellos. Ha publicado Extrañas (2013) y El árbol negro (2014).