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Perfil
El día en que Alfonsina se fue a dormir
No sonó el teléfono aquel día de 1938. En cambio, las aguas ferruginosas de Mar del Plata devolvieron a la orilla el cadáver de una mujer de 46 años y de ojos claros. Una mujer, según la describió Gabriela Mistral, “con un cabello enteramente dorado, empinada nariz francesa, muy graciosa y de piel rosada”. Se trata de la misma mujer que a la edad de 26 dijo: “Tengo el presentimiento de que he de vivir muy poco”.
Alfonsina Storni, la escritora que muchos reconocen y tipifican, esa especie de mito que todavía arroja hipótesis sobre su suicidio, vagas explicaciones que aún se mecen en algún lugar del mar. “Me llamaron Alfonsina, que quiere decir dispuesta a todo”, habría dicho, y de esa forma, expuesta a lo mejor y a lo peor de su entorno, abre, pues, la ducha helada y se aguanta hasta morir(1).
Nació el 22 de mayo de 1892 en Sala Capriasca (Suiza) durante una larga estancia de sus padres en aquel lugar. Hay otras versiones que indican que nació el 22 de mayo, pero la registraron el 29, y otras que afirman que nació en un barco en altamar. Cuando los padres de Alfonsina Storni, de origen helvético, deciden regresar a la localidad argentina de San Juan, la situación económica se pone muy mala y Alfonsina comienza a trabajar lavando platos y atendiendo mesas a la edad de 10 años.
El trabajo hogareño no la conformaba, ya que no le rendía económicamente y conllevaba largas horas de encierro. Entonces buscó trabajo en forma independiente: lo encontró en una fábrica de gorras y, posteriormente, entregando volantes.
A pesar de ser casi una niña todavía, Alfonsina encara los problemas económicos de su familia. Su espíritu inquieto la lleva a enrolarse en la compañía teatral del actor español José Tallaví, que realiza una gira por Argentina. A los 16 años decide estudiar educación y al mismo tiempo trabaja en un pequeño teatro de Rosario. También se dedicó a la costura y a las tareas domésticas. Pero a pesar de estas exigencias, Alfonsina componía versos en su tiempo libre, señalan sus biografías.
En 1906 murió Alfonso Storni, su padre, quedando los cuatro hermanos al cuidado de su madre. Alfonsina recuerda a su padre como un hombre “melancólico y raro”, quien además tenía serios problemas con el alcohol, “se sentaba en una mesa a beber hasta que su esposa, junto con uno de sus hijos, lo arrastraban hasta su cama”, señala.
Mientras tanto, a ella se la recuerda como una chica “curiosa y que hacía muchas preguntas, imaginaba mucho y mentía”. Su madre tenía dificultades para enseñarle a decir la verdad. Inventaba incendios, robos, crímenes que nunca aparecían en los periódicos, metía a su familia en líos. Incluso imaginaba lugares lejos de la ciudad con el propósito de que todos fueran de vacaciones.
¿El amor nunca estuvo del otro lado?
Alfonsina fue parte del nacimiento de la llamada Generación del 16, un grupo de poetas que surgió en Argentina en los años subsiguientes a 1916.
Según sus críticos, la obra poética de Alfonsina se divide en dos etapas: a la primera, caracterizada por la influencia de los románticos y modernistas, corresponden La inquietud del rosal (1916), El dulce daño (1918), Irremediablemente (1919), Languidez (1920) y Ocre (1920). La segunda etapa, caracterizada por una visión oscura, irónica y angustiosa, se manifiesta en Mundo de siete pozos (1934) y Mascarilla y trébol (1938).
Alfonsina Storni se sitúa en la tradición literaria del modernismo y la vanguardia. La muerte y el amor están en todos los versos. De hecho, en el ensayo ‘El personaje poético de Alfonsina Storni’, de la escritora Milena Rodríguez Gutiérrez, se señala que en los últimos poemas que no fueron publicados en libros, la muerte es un ingrediente muy explícito. Estos tienen un tono confesional, casi testimonial: “Confesión empieza y termina con las mismas palabras: ‘Pequé, pequé, buen hombre…’. Aunque confiesa sus ‘pecados’, no se arrepiente. En Versos otoñales, la naturaleza y el otoño representan la muerte, pero predomina el sentimiento de la angustia y melancolía: ‘¡Oh, pálida muerte que me ofrece sus bodas y el borroso misterio cargado de infinito. ¡Pero yo me rebelo!’”, anota Rodríguez.
El poema más conocido de la escritora es Voy a dormir, y justo aquí nos vamos a detener un poco, en el soneto que Alfonsina escribió presumiblemente entre el 20 y el 21 de octubre de 1938, y que ella misma llevó al correo el 22, así, llegó a tiempo para salir, al pie de su necrológica en La Nación, al día siguiente de su muerte. Aquí compara la muerte con el sueño. “Voy a dormir, nodriza mía, acuéstame… Déjame sola”.
Sueño y muerte suenan bien cuando el cuerpo no da más. ¿Eso fue lo que pensó Alfonsina? ¿Acaso el cuerpo ya no daba más? La incógnita persiste: ¿al final habría alguien por quién Alfonsina hubiera querido dejar de vivir? “Siempre nos llamó la atención el final de su poema ‘Voy a dormir’: ‘Si él llama nuevamente por teléfono/ le dices que no insista, que he salido...”, señalan sus biógrafos.
Para Milena Rodríguez, este verso contiene un sarcasmo: “Pero este sarcasmo sólo lo percibe quien conozca la obra de Alfonsina, y específicamente, la obra escrita en sus cinco primeros libros. Sólo quien conozca esta obra, quien sepa —a través de la lectura de sus poemas— que el ‘él’ poético de Alfonsina no se caracterizó nunca siquiera por ‘estar’, menos aún entonces por insistir, ni telefónica ni físicamente ni de ninguna forma sino al contrario —sus lectores sabemos que en sus versos Alfonsina tiende a presentar a una mujer sola, condenada al desamor masculino—, puede leer con sarcasmo estos últimos versos. Alfonsina ‘miente’, pues, miente como mienten los verdaderos creadores, pero sólo conocen su ‘mentira’ sus lectores, o aquellos lectores que saben descifrarla… Con este poema, Alfonsina se instala en la herencia romántica modernista y en la concepción de la obra como verdad interior subjetiva; pero, a la vez, ‘se instala en la máscara literaria’”.
Alfonsina, quien se desliza de uno a otro texto asumiendo múltiples voces, desdoblándose y construyendo nuevas identidades, quien en ocasiones es Tao Lao, en otras simplemente Alfonsina; a veces, Julieta, Mercedes o hasta una niña, nos deja en un panal lleno de abejas sin saber si en realidad algún día podremos obtener la miel, la esencia, el causal de sus aguas turbulentas.
Aunque se la relacionó sentimentalmente con el escritor Horacio Quiroga, nunca fue oficial la duración y el tenor de esta relación. Alfonsina acompañaba a Quiroga al cine, a las tertulias literarias y a escuchar música. Frecuentemente viajaron a Montevideo y se tomaron fotografías. Los viajes se realizaron porque Quiroga fue adscrito del Consulado uruguayo y siempre lo hacía acompañado de intelectuales femeninas. Se especula su posible relación finalizó en 1927, cuando el escritor conoció a María Elena Bravo y contrajo su segundo matrimonio. Lo que sí quedó registrado es que Alfonsina apreciaba a Quiroga como un amigo que la comprendía, al que le dedicó un poema cuando él se suicidó.
Morir como tú, Horacio, en tus cabales,
Y así como en tus cuentos, no está mal;
Un rayo a tiempo y se acabó la feria...
Allá dirán.
Más pudre el miedo, Horacio, que la muerte
Que a las espaldas va.
Bebiste bien, que luego sonreías...
Allá dirán.
Casualmente —o quizá no—, en un período de 20 meses, no solo murió Storni sino también sus amigos y escritores Horacio Quiroga y Leopoldo Lugones (ambos por suicidio).
El mar como refugio del mal
Despertar uno: un día, cuando Alfonsina se estaba bañando en el mar, una ola fuerte y alta le pegó en el pecho, sintió un dolor muy fuerte y perdió el conocimiento. Cuando recobró la conciencia, descubrió un bulto en el pecho que antes no había notado pero que ahora podía tocar plenamente con la mano. El 20 de mayo de 1935 Alfonsina fue operada de cáncer de mama en el Sanatorio Arenales. Se pensaba en un principio que era un tumor benigno, pero luego se constató que tenía ramificaciones. La mastectomía a la que fue sometida la poeta le dejó grandes cicatrices físicas y emocionales. Siempre había sufrido de depresión, paranoia y ataques de nervios, pero ahora los síntomas de enfermedad mental se recrudecieron. Se volvió recluida y evitaba a sus amigos.
“Su carácter cambió, ya no visitó más a sus amistades y no podía admitir sus limitaciones físicas; deseaba vivir pero no aceptaba los tratamientos impuestos por los médicos. Sólo asistió a una sesión de rayos que la dejó exhausta y no pudo soportar el tratamiento. No permitía que su hijo la besara y se lavaba las manos con alcohol antes de acercarse a él o de cocinar”, dijeron sus conocidos. Las ramificaciones llegaron hasta el brazo y llegó el momento en que no podía articularlo para escribir.
Despertar dos: hacia la una de la madrugada de un martes 25 de octubre, Alfonsina abandonó su habitación y se dirigió a la playa La Perla. Se dice que esa noche su hijo Alejandro no pudo dormir (nació el 21 de abril de 1912. El padre era bohemio, periodista y diputado. Alfonsina nunca reveló su identidad); a la mañana siguiente, lo llamó la dueña del hotel para informarle que le habían reportado del hotel que su madre estaba cansada pero bien. Esa mañana, la mucama había golpeado la puerta del dormitorio para darle el desayuno y no obtuvo respuesta de la escritora, por lo que pensó que era mejor dejarla descansar. Pero cuando dos obreros descubrieron el cadáver en la playa, se difundió la noticia; su hijo se enteró por el cuidador del hotel.
Hay dos versiones sobre cómo se suicidó Alfonsina Storni: una dice que se internó lentamente en el mar, y otra, la más apoyada por los investigadores y sus biógrafos, afirma que se arrojó a las aguas desde la escollera del Club Argentino de Mujeres a doscientos metros de la costa. Sobre la escollera se encontró uno de sus zapatos, el cual se habría enganchado con los hierros en el momento en que su dueña decidió dar el salto al vacío.
Aunque se la caracterizaba como una persona delicada y cariñosa, hay testimonios de algunos días melancólicos donde se encerraba en sí misma y cantaba canciones tristes y dolientes. Su suicidio inspiró de hecho la célebre canción ‘Alfonsina y el mar’, de Ariel Ramírez y Félix Luna, que ha sido interpretada por innumerables músicos de lengua española, lo que popularizó a Alfonsina, como figura y escritora, en su natal Argentina.
Despertar tres: el mar, el agua, las olas, terminaron siendo la luz al final del túnel, la respuesta a todos sus tormentos y desesperaciones. Nada de imágenes literarias ni palabrerías baratas tratando de explicar cuál es el color que reposa al final de la olla. Aquí lo que hay es una mujer que tiene muchas ganas de dormir, por eso se va.
Notas
1. Parte del texto que Alfonsina Storni escribió en Palabras prologales, en la selección antológica Entre el largo desierto y la mar, publicada por el fondo editorial Casa de las Américas en 1999.