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Literatura

Sobre el agua se refresca el amor entre mujeres

Mujer ante el espejo, obra de Paul Delvaux. Imagen: © http://museothyssen.org
Mujer ante el espejo, obra de Paul Delvaux. Imagen: © http://museothyssen.org
20 de octubre de 2014 - 00:00 - Pedro Artieda Santacruz, Psicólogo y escritor

El primer personaje lésbico en la narrativa ecuatoriana está a punto de cumplir 85 años. Así como Pablo Palacio fue vanguardista al visibilizar el deseo homosexual a través de Un hombre muerto a puntapiés (1926), Joaquín Gallegos Lara también lo fue cuando en 1930 publicó el corto relato ‘Al subir el aguaje’. La historia, que deja leer expresiones montubias, tiene como protagonistas a la Manflor, lesbiana, y er Cuchucho, quienes desde un principio establecen una tensa y violenta relación: Cuchucho quiere poseer a la mujer, pero es rechazado. Una suerte de duelo propone, entonces, el autor:

—Vamo peliándolo ar jierro… Si me ganas ta noche me quedo con vos… Duermo con vos en la barsa`sta mañana… Si te gano no friegas más…¿Quieres?

El primer elemento simbólico que irrumpe es el sobrenombre de la protagonista, Manflor, argentinismo usado hasta casi mediados del siglo pasado referido a un homosexual afeminado. Igualmente, al separar la palabra en dos: man (hombre en inglés), y flor (género femenino), se alude a una suerte de ser con características masculinas y femeninas. Y si ello se conecta con algunas descripciones sobre la mujer se evidencian las intenciones del autor: “…esos brazos redondos de músculos medio varoniles.” Una mujer-hombre parece sugerir el relato.

Se plantea un estereotipo que de todas formas constituye parte de la diversidad. Y, aunque la mujer sale airosa de la pelea, simbolizando también la lucha constante que los movimientos LGBTI han tenido con lo establecido (Cuchucho representa la norma) —y en esto es vanguardista Gallegos Lara—, significativos términos adicionales dejan ver la posición de inferioridad que el texto otorga a la lesbiana: “A voz izque no te gustan loj hombres sino las mujeres como vos mesma…!Voj eres tortillera!”, dice Cuchucho. Si a ello se suma la voz omnisciente que utiliza otro término peyorativo, ‘marimacho’, esa discriminación trasciende.

Puede ser que la intención (consciente o inconsciente) de un escritor sea reflejar cómo han sido maltratadas las personas sexualmente disidentes en épocas diversas por medio de personajes y escenas homofóbicas. Pero si el narrador omnisciente, que simboliza a un Dios que lo sabe todo, también evidencia exclusión entonces no existen fronteras. Todas las voces se suman para condenar. Vargas Llosa afirma que la voz omnisciente no es el autor. Sin embargo, quien procrea ese dios es el escritor. De allí la vinculación más íntima con él.

La figura masculina se impone en el siglo XX

Casi medio siglo después, en 1977, Eugenia Viteri plantea su propuesta a través de ‘Florencia’. Como en la mayoría de relatos del siglo XX en los cuales se representan personajes de la diversidad sexual, la muerte se constituye en el eje que atraviesa la historia. El día del velorio de la protagonista, su amor, Isaura, le increpa haber llevado un estilo de vida heterosexual, pero ante todo reprocha y enfrenta a la sociedad su amor transgresor: “Juntas éramos invencibles. Fuertes como la hierba que agita el viento, baña el polvo, humedece la lluvia y —aunque la pisoteen todos—, se mantiene cara al cielo…!”, dice.

La hierba bien simboliza aquel universo discriminado de mujeres y hombres diversos que han enfrentado la censura y agresividad de sus entornos, que han sido pisoteados-pateados, y aun así han seguido creciendo, reverdeciendo. “La hierba que canta, la hierba que sueña”, acota el texto. Isaura reclama a la muerta: “…vivíamos cerca del río, anhelando beber su agua (como la hierba, infiere)… ¡No! La culminación de esos sueños. Dos hijos y una lancha. Te irías a pasear por ese viejo río cristalino y tierno, patriarcal y sabio, junto a un capitán de ojos verdes…”. Agua: elemento simbólico que no alcanzan a beber las mujeres para saciar su amor. El anhelo de beber muestra la imposibilidad, pues hay un orden que seguir. Y “patriarcal y sabio” (río-agua negada) simbolizaría el universo contra el cual se rebela, dominado por lo masculino. Conformar una unión heterosexual, casarse y tener hijos constituye el deber ser: “…no te importaron mis besos ni las canciones que aprendí para ti. ¡Todo lo cambiaste por un pecho viril; ah, mujeres, mujeres, mujeres, corriendo siempre tras los hombres!”, reprocha Isaura cerrando el texto.

Conformar una unión heterosexual, casarse y tener hijos constituye el ‘deber ser’, sin duda. Destino que Raúl Pérez Torres también deja ver en ‘Macorina’, estableciendo un diálogo con Viteri. En este relato corto de 1997 la protagonista-personaje narrador inicia con la frase “¿Que por qué me he separado?”, y tras confesar su pasión por las mujeres, describiendo con mucha poesía los vértices de sus cuerpos, cierra el círculo diciendo: “Dime pues, María Clara, dime tú ¿cómo entonces sujetarme a la grotesca, áspera, monótona, cotidiana trivialidad de Alfonso, mi marido…? Tras un primer momento de la historia, la protagonista revela: “Ya no siento nada. Ahora solo me conmueve la perversión, es decir lo que los moralistas llaman la perversión y yo llamo epifanía…”. Años antes, en 1984, Jorge Dávila Vásquez ya había traído a colación aquello de la perversión en su historia lésbica ‘Nuncamor’ y también lo de la pareja heterosexual como el ‘deber ser’. Sobre lo perverso, una voz que habla desde la omnipresencia (mezcla de narrador omnisciente y conciencia de Violeta, la protagonista) señala: “Te palpas la boca, en silencio, te pierdes a lo lejos, qué importa que Odile siga jorobando con sus chanzas literarias tan pesadas. Tocas tu pequeña nariz… ‘Dora’, piensas. Y ves un cuerpo joven a la orilla del mar, un rostro inocente, y tras esa apariencia de niña buena, la perversión. Nunca faltan estas Ceciles Volanges a la manera de Les Liaisons Dangereuse , observaba Odile con su saber perfecto e insufrible”.

Las palabras perversión y vicio han sido utilizadas a menudo para definir a miembros LGBTI, vinculadas durante muchas décadas con lo patológico. Y es que aquello de la enfermedad ha sido una carga muy pesada que los colectivo LGBTI han debido soportar. Oficialmente solo en 1974 se eliminó la homosexualidad como una patología del Manual de Psiquiatría de Estados Unidos (APA), luego de protestas de la comunidad gay iniciadas contra psiquiatras y psicoanalistas en 1970. Vale recordar, entonces, que probablemente fue Pablo Palacio el primer autor que estableció la vinculación de los términos vicio-vicioso con la persona homosexual cuando su personaje detective se obsesiona por descubrir ‘qué clase de vicio’ tenía el hombre muerto a puntapiés.

La enfermedad ha estigmatizado a las disidencias sexuales como una herencia de lo inmoral-pecaminoso tan reforzado por la Iglesia. ‘Florencia’, ‘Macorina’ y ‘Nuncamor’ establecen puentes sobre todo con la presencia masculina vista como un destino: “Entonces, ¿qué creías, ahhh? ¿Que esto iba a durar eternamente? Las mujeres hemos nacido para los hombres”, acota el texto de Dávila.

Hacia la naturalización del amor lésbico

A finales del siglo XX, los cambios de discurso empiezan a surgir. No es casual. Los primeros cambios culturales y legales en favor del colectivo LGBTI se concretan. Yanko Molina publica, entonces, ‘Idénticas en el espejo’ (cuento, 1999), cuyas protagonistas lesbianas son hermanas gemelas. Y, aunque se trata de una historia incestuosa, las conexiones con textos anteriores se dejan ver, pero también las rupturas, las inflexiones. Como en los relatos de Viteri y Pérez Torres irrumpe igualmente la imagen masculina que quiere imponerse, pero que, ahora, es fácilmente burlada: “…sé que él te acaricia, sé que te besa sobre el sofá, y se te sube encima y te toca los senos, mientras yo los estoy viendo escondida… Debo inventar nuevos juegos… tengo que buscar la forma de que te olvides de él, de que volvamos a estar juntas… volver a encontrarme en ti…”. El giro, el cambio de discurso, se produce cuando esa figura, representante de un ‘orden’ que quiere imponerse, es asesinada: “…en tanto pienso que es mejor que él no vuelva, porque entonces tendría que volver a matarlo, y sería un problema con todo el escándalo que armaron los perros”.

En 2005 se publica el corto relato de Leticia Loor, ‘Por el mismo sendero’, cuya protagonista es una publicista enamorada de una actriz de televisión inalcanzable que forja un mundo imaginario. El amor no se concreta ante la indiferencia de la mujer. No obstante, una pasión obsesiva irrumpe libre y sin culpas. Sin un destino que se interponga como en cuentos pasados.

Pero es en ‘Los Azules’ (2013), de Adolfo Macías, en el cual se producen los mayores cambios en la representación de personajes lésbicos, incorporándose, además, referencias a momentos sociopolíticos que ha vivido el país y parte de Occidente en el tema de derechos a favor de la comunidad de lesbianas, homosexuales, bisexuales, personas trans e intersexuales en la primera década del siglo XXI. Dos de sus protagonistas conforman una pareja de mujeres, una de las cuales, Trilce, se ha divorciado para establecer su nueva relación. Y aquí viene el primer quiebre. El hombre aparece pero ya no como la figura que quiere imponerse sino más bien como un sujeto que se debilita ante la irrupción del amor lésbico. Sobre Ernesto, protagonista de la historia, el narrador omnisciente dice: “Tras el nacimiento de Ernestito, sin embargo, tuvo que bajar la cabeza y trabajar como supervisor en una planta de leche. Fue entonces cuando las cosas se vinieron abajo y ella empezó a salir por su cuenta, hasta enamorarse de su amiga Mireya con la que compartían militancia a favor de mujeres maltratadas”. Por primera vez se da paso al amor entre mujeres, naturalizando un sentimiento antes satanizado, a pesar de la insistencia de ese ‘deber ser’ que quiere imponerse cuando el protagonista trata de tener sexo con la pareja de su exesposa, sin éxito: “Venciendo la presión de Mireya, Ernesto se pegó a ella nuevamente, le levantó la falda con las manos… pero ella… retiró sus brazos”.

Si bien es cierto que se evidencian aún términos y frases que discriminan, estos, en el nuevo contexto sociopolítico y cultural del momento, simbolizarían más bien la tensión existente entre el sistema y la demanda del cumplimiento de derechos por parte de una comunidad afectada históricamente. El relato habla de “razas del espacio exterior que han mezclado sus genes con los humanos… Los arios del norte de Europa, con el tipo de Trilce, son arturianos”, explica el personaje Carmen, nueva esposa de Ernesto. En otro momento del relato, los amigos de esta mencionan que el mundo está siendo controlado por extraterrestres impidiendo el avance de la humanidad. Y en el marco de este impedimento, de un “plan involutivo” estaría la lucha por el matrimonio entre personas del mismo sexo y la adopción: “Los compañeros de Carmen… le hablaron… sobre la campaña política mundial a favor del matrimonio homosexual y la adopción de niños por parte de lesbianas y gays… esto formaba parte de ‘el plan involutivo”. Es claro, entonces, que entre esos otros, ‘los extraterrestres’, están homosexuales y lesbianas.

¿Personas con genes de un espacio exterior? Extranjeros, finalmente, como el hombre muerto a puntapiés de Palacios, con la diferencia que ahora ya no pueden ser asesinados.

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