Publicidad

Ecuador, 18 de Mayo de 2025
Ecuador Continental: 12:34
Ecuador Insular: 11:34
+593 98 777 7778
El Telégrafo

Publicidad

Comparte

Lectura

Si no lo leo, no lo creo*

Fotografía hecha a José de la Cuadra (Guayaquil, 1903-1941). ACCBJ.
Fotografía hecha a José de la Cuadra (Guayaquil, 1903-1941). ACCBJ.
-

Titulo esta relectura parafraseando un dicho popular, que viene de un anecdotario del Nuevo Testamento: santo el personaje con nombre de bribón y de broma, en el momento de su incredulidad era nada más uno, de los doce del camino, que quería ver y tocar la herida del redentor para luego, seguro de los hechos, predicar la palabra (de él) bajo la garantía del milagro de la resurrección. A don Tomás se le recuerda más por su exigencia que por su bondadosa prédica milenaria, si llevó el mensaje por otras latitudes no se sabe hasta la presente fecha, si fue él o su gemelo tampoco, su segundo nombre fue tautología.

A José de la Cuadra lo hemos leído todos, y nadie también. Lo recuerdo entre mis lecturas adolescentes y más tarde con cierto hato de inteligencia y sobriedad, con relaciones literarias, parangones geográficos hasta paralelismos lingüísticos. La osadía me persigue, trémulo me ahogo en la búsqueda de una disquisición en la que no quepa la menor duda de que la literatura delacuadriana es única entre todas las de su generación, después de ella, ahora y en adelante.

Las pasiones montubias aún me sublevan, las sigo, en esta edición, sin pista ni sosiego, paso de la fábula a la fantasía (revisen diccionario al uso para su diferenciación), de la realidad a la ficción, del folclor a la magia y termino en el nunca mejor ponderado realismo mágico, definición literaturesca que nos ha servido para ubicar al guayaquileño entre el México rulfiano y la Colombia garciamarquiana. No ha influenciado en nada, dicen de la obra de don José, pero hay cauces de la imaginación que coinciden en los paralelismos discursivos de la historiografía (1).

Libres de polvo y paja los seres humanos tratamos de convivir los unos con los otros, ellos con aquellos y esos con estos. Yo me ubico aquí delante de todos para hurtarles de lazarillo por los vericuetos verbales del volumen 4 de la colección Literatura y Justicia, dedicada al mentado José de la Cuadra, quien le dio vida a un lagarto, ensayó sobre una “especie” social, dándole un carácter soberano, libérrimo y aterrador: montuv(b)ios, ya sea en griego o latín, y terminó recreando un universo que aún subsiste por sus propios fueros, sin necesidad de rescate o protección.

En páginas web en abuso y bibliografías en desuso no aparece (no he buscado mucho que se diga) el cuento-crónica-relato ‘Honorarios’, texto anterior en publicación, estilo y riesgo literario al resto que compone la presente antología. Texto corto en páginas y de propuesta, que le ha servido al editor para caer como anillo al dedo en un tema de abogados, en una curiosidad bibliográfica para ascender entre los cauces narrativos de de la Cuadra y enfrentarnos a un universo que sin confesión de parte ni relevo de pruebas, corresponde a una identidad ecuatoriana y regional con una particular visión del mundo, con características propias que reconocen un devenir sin obligaciones de pertenencia, tiempo o espacio.

Las deudas se pagan en contante y sonante o, en su falta, en especies. Estas especies no han cambiado mucho entre las costumbres mundanas de estos lares, y la forma de cobrar los honorarios, del doctor Cercado, están más cerca del deseo por imposición pecuniaria que por conquista galante y arrobadora. Del cuento ‘Honorarios’ nos queda la costumbre de cobrar como se pueda para no perder la dignidad que no se tiene. La justicia, dicen, es dar a cada quien lo que le corresponde, sea cliente o abogado defensor.

La ironía se cuela en la narrativa del guayaquileño y con pinzas hay que tomar la risa que provoca o las de villadiego por el horror que impone, demiurgo indolente que va dejando a sus huestes hacer y deshacer a su albedrío, sin olvidar que el premio tarda pero el castigo nunca. Ley de dios y de hombres, estos arrimados a la idea de su hombro paterno, arrodillados ante la ira de su penalidad, él es texto que se recita, oraciones que se rumian. Agustín y Pelagio siguen en el concilio inútil de su discusión.

Me alejo de esa enmarañada brega teológica que no la entienden ni ellos, colmo críptico de un creador preguntando por ahí acerca de su destino ulterior. José de la Cuadra parece proponer en su escritura las formas de un pasado ajeno, y su lectura es inmiscuirse en el presente latente de los personajes recreados, que siendo únicos son reflejos de otros, bárbaros universales, pasado inmediato que tememos. Hoy es hoy; mañana, nunca. La Tigra no deja de suceder, gira como tiovivo. Móntense y manden.

Francisca domina el fundo, a su casa se llega, nadie se va de ahí. Quizás se esconden, se deshacen en su permanencia, la vida es cuando ella domina, cuando sus deseos y temores se exponen como gozo y miedo, en tajo y sexo, el amor es solo el dolor latente de un sueño interrumpido. De la Cuadra consigue que la voz narrativa nos descubra ese mundo como un parque atroz de diversiones, lleno de luces y efectos de sonido, con vértigos y placeres. Las situaciones narradas son como juegos independientes que embaucan a unos, hipnotizan a otros, cargan y dominan a todos quienes van en busca de descanso, comida, o hueco para el placer o su muerte, que llegado el caso, en el monte, es más o menos lo mismo.

Sabemos de todos los personajes a través del relente de La Tigra, omnipresente hasta en el antes de sus padres asesinados, en la valentía cobarde de los hombres. Ella es tiro y ráfaga, fuerza y molicie, ella es sentencia y verdugo, maldición y magia. El demonio le sirve para rezarle a Dios si fuera necesario. Todo es posible en su ley, falo y vulva que domando se doman. La naturaleza también está a su servicio, el árbol y el río, la fruta y la tierra, la lluvia arrecia para que suceda el crimen pero le sirve también a su venganza. Solo los muertos no pueden hacer justicia, por eso La Tigra vive a pesar de sí misma, como el “fiel amigo” no se falla ni en el hambre.

El sol clarea como repunta la marea en el río, así va La Tigra, por décadas, cayendo y levantando en ‘Las tres hermanas’, dando posada y ganando centavos, pagando peones y sirviéndose hombres, hembra joven, diosa amazona que sigue sorprendiendo en la feria del pueblo gracias al generador de luz de su soberbia con la vida, que prende los motores para quienes quieran leerla, apacentar en su catre, hasta que el día les espante el orgasmo a balazos.

La justicia es ubicua para quien crea merecerla, así describe el mundo José de la Cuadra, las habilidades de los hombres, los deseos de las hembras y viceversa. La naturaleza como escenario y guarida, los elementos como grito de río, susurro de viento, quejas de hombres, gozo de dioses y al revés también.

Todo depende de quién manda, cómo, para qué. Nicasio Sangurima lo ha hecho todo y le falta morirse a carcajadas, pero no logra hacerlo porque no ha llorado nunca a un muerto propio.

Los Sangurimas, para no contradecir a los exégetas de la obra del autor de “Banda de Pueblo” (texto que me hace falta y no es cuento), es el universo creado más completo de su narrativa, aunque no falte por ahí alguna comparación acuciosa y rutilante con algún autor ecuatoriano de su generación o de otra latitud comaliana o macondina. Perdonen que lo reitere pero esta novela montubia tiene su mal secreto y hay que descubrirlo en cada lectura, repetida o no.

De perogrullo es apuntar que la voz narrativa es colectiva, principalmente la tercera persona del singular o de la prole, nosotros o ellos, prolífica la verbalización de don José, pero sin decirlo no queda claro aquello del demiurgo y su creación. Construido el texto por viñetas que describen personajes y situaciones, anécdotas y acontecimientos, narran la vida en temporalidades que se van incorporando página tras página hasta lograr un sistema vivo e independiente con momentos históricos definidos que nos compete como ciudadanos del mundo.

Al decir mundo no exagero, quizás la calidad de ciudadano sí, de la Cuadra teje tramas, hila enredos, arma mundos alrededor de la figura del viejo Sangurima, que tiene casi la condición de inmortal, hasta el final de la historia, que no se muere pero siente que todo ha terminado, porque la muerte le mira a los ojos y se hace respetar, se mueve sola y decide a quién se lleva y a quién le extiende aún su estancia en las riberas del río de los Mameyes, como decir en casa mientras los demás duermen.

Portada del libro Honorarios, de José de la Cuadra, que circulará con EL TELÉGRAFO el próximo domingo. Además de cuentista, de la Cuadra fue novelista.

La libertad y la justicia proliferan entre los personajes, unos más justos que otros, y ellos menos merecidos que los demás, hasta la revolución alfarista es pasada revista por algunas montoneras aprovechadas y oportunistas, quien no cree es que no ha visto, pero el mal le acompaña a uno sin anuencia de oración y ahí es cuando todo es cuestión de fe, y la fe se la lleva el diablo porque es quien firma el pacto, y el orbe de Los Sangurimas está definido, dios nada tiene que ver, él tiene otras ocupaciones, y es José de la Cuadra quien logra que todo suceda en ese mundo, con su propio suelo y cielo nada redentor.

Nadie tiene idea del tiempo pero está definido como espesa niebla, tiene peso y pasa, es la vida que continúa como las mujeres que paren hijos, nadie se encuentra pero todos son parte de lo mismo, la misma raíz del matapalo, teoría que se defiende sola al inicio de la novela, no redundo en ella solo la recuerdo como a un huérfano querido, con quien, cuando vivía, compartimos alguna juerga. El logro de Los Sangurimas está en que parece un espacio paralelo que no se deja medir, como si evadiera los linderos que Nicasio expande en cada cabalgata, si supiéramos dónde empieza y termina “La Hondura”, no habría historia, ni muertos que valgan ni injusticias que pagar.

Los Sangurimas se deja leer con los 5 sentidos, y es sentimental como un pasillo, pertinaz como lluvia y recia como una condena. Fluye como el agua y la oigo rugir por ahí entre las malas vidas de los personajes, en las que barbarie y naturaleza son metáfora de existencia feliz, quien no ha gozado de nada tiene que quejarse. Por eso todos cumplen con la única ley, ojo por ojo y diente por diente, porque solo bíblica puede ser la bendición de un pueblo, y su maldición, lo que pase entre una y otra es apenas cuestión procesal.

Sí, llevo el agua a mi molino, es decir aunque gire eternamente la noria, no llevará más de lo que puede. Sabido es que la justicia es un tema de convivencia, de eso trata la vida dicen los que la han vivido para contarla, volver por las páginas de José de la Cuadra es creer en la literatura y su posibilidad, pero también es un guiño a eso que llamamos realidad, esa vana escapatoria cotidiana de los personajes de estas historias que nos recuerdan el tránsito por la selva de papel o de cemento, entre las frases escandalosas de un escritor que no hizo otra cosa que leer en la condición de la especie y creer que nada hay impune en la existencia entre los seres humanos, a pie, a caballo o en tren.

* Publicamos el prólogo del libro que forma parte de la colección Literatura y Justicia, y que circulará el próximo domingo con EL TELÉGRAFO.

Nota:

1. Favor revisar el prólogo del Profesor Humberto E. Robles a la edición de Los Sangurimas y otros textos, publicados por la Campaña de Lectura ‘Eugenio Espejo’ en la Colección Luna llena, en el año 2004. También Wikipedia, Google y otros buscadores.

Publicidad Externa

Ecuador TV

En vivo

El Telégrafo

Pública FM

Noticias relacionadas

Social media