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Tradición
San Marcos, el barrio que no quiere dejar de ser
Parto desde la Alameda, paseo público y jardín afrancesado del siglo XVIII. Cruzando el parque y dejando atrás el conjunto escultórico en honor a Bolívar, se puede considerar que se ha entrado en la ciudad vieja. Sin embargo, decido dar un rodeo por la avenida lateral, que alguna vez fue una quebrada extensa y ahora es la arteria principal del tráfico que une el sur con el norte. A ratos, me gusta más esa entrada. Siempre subo por la calle Chile con mi último resuello. Arranco desde la parada del autobús y remonto la loma sobre la que estaba construida la ciudad que me gusta habitar. Al llegar al punto más alto, el recorrido se hace más amigable frente al convento de San Agustín. Nunca puedo resistirme a la tentación de entrar en la antigua portería para observar un curioso cuadro que se encuentra allí, diseñado para la parte superior del arco que divide el ingreso de la habitación donde, no hasta hace mucho, se adoraba al Señor de la Sandalia.
Siempre he considerado que existen dos Centros Históricos. Uno es el que ocupa la parte central, alrededor de las plazas emblemáticas, donde los segundos pisos son bodegas o están vacíos, donde las puertas metálicas se cierran a las cinco y todo luce abandonado, donde los turistas (de allá y de acá) se paran por un momento para tomarse la foto. El otro es el Centro de los barrios, de las casas familiares, de la tiendita del vecino, la del sastre y el carpintero.
Así que retomo la caminata por la calle Flores, atravieso la Espejo y llego a San Marcos. Paso junto a la puerta lateral de Santa Catalina y a una pequeña capilla anexa de la que aún se conserva su recuerdo.
El prócer José Ascásubi Matheu construyó esta capilla, agradeciendo a Nuestra Señora del Rosario, que le salvó de la masacre del 2 de agosto de 1810.
Todo el barrio se organiza alrededor de la calle Junín que viene a ser lo que nos queda de la geografía original, porque es cosa sabida que cada barrio del Quito colonial estaba prácticamente aislado por las quebradas que lo rodean. Así, San Marcos es un pequeño cerrito rodeado por la quebrada de Manosalvas y la de las Ternerías que terminan uniéndose en lo que ahora es la Marín, para desaguar finalmente en el Machángara.
En la cima del cerro, una vía alargada desde la que se distribuye el trazo de calles del barrio. Imaginando San Marcos hace unos cien años es posible configurar la lógica de diferenciación con los barrios vecinos. Para llegar a la Loma Grande, por ejemplo, solo existían dos caminos: o se remontaba toda la actual Junín, se desembocaba en la Flores para alcanzar la plaza de Santo Domingo, llegar al Arco y entrar por allí a la Rocafuerte; o se bajaba y se subía la quebrada.
El ingreso al barrio tiene un protagonista de siglos, uno de esos detalles de la ciudad en los que casi nadie repara: un enorme muro de adobe que nos acerca a la imagen de un Quito del siglo XVII. La parte posterior del convento de Santa Catalina y la casa esquinera de la Flores son más antiguas que la misma calle, y el ojo atento puede descubrir en ellas el nivel original, a casi dos metros sobre el trazado actual.
Vale la pena escurrirse entre los muros irregulares para hallar rincones como este. Siempre hay algo más por descubrir: si Quito puede considerarse un montaje bien elaborado es porque tiene estas salpicaduras de verosimilitud en medio de tanto simulacro para turistas. Era inevitable no relacionar estos momentos con los recuerdos más antiguos, con lo aromas de la primera infancia, con la sensación de que todo ya estaba ahí antes de que uno siquiera fuese.
El mito aquel del Centro Histórico como un ‘casco colonial’ se va diluyendo cuando se descubre que, aparte de conventos e iglesias, prácticamente no nos queda nada intacto de los siglos XVII y XVIII. Se sabe que conservamos menos de una veintena de casas que guardan casi completas las características de construcción del siglo XVII. Y en San Marcos podemos encontrar dos: una preciosa casa esquinera en la Junín y Montúfar, de un solo piso, patio coqueto, habitaciones que aún conservan los pisos antiguos de ladrillo pastelero; y la otra muy cerca de la calle Ortiz Bilbao, más vieja que el trazado de la calle, pues su muro asoma desvergonzado a la mitad de la acera, que termina reducida a un mínimo paso donde cabe apenas el pie.
Este es un barrio de los que se pelean por mantenerse como tal: la sola mención de ‘proyectos turísticos’ hace que el vecindario se organice para oponerse en franca rebeldía; porque nadie quiere que a su San Marcos le pase lo que a otros barrios, donde el lucro hace que pierdan la cabeza hasta los vecinos más apasionados. Barrio peleonero y complicado, como todo lugar que merezca ser llamado hogar.
No todo tiene que ver con su calle principal: la vida también bulle en la Almeida, la Ortiz Bilbao, la Texeira, la Jijón, la Silva que se transforma en Inclana. Ya casi en la Marín está el tradicional ‘Mama Miche’, por ahí asoma una camisería o el taller de una famosa familia de fabricantes de guitarras. La estrategia de resistencia frente a la modernidad es no olvidar: los vecinos nos hicieron comprender rápidamente que una ciudad no se narra solamente desde sus monumentos, sino desde la historia familiar. Resulta conmovedor caminar por esas calles y hallar en algunas de sus casas unas placas con la historia de las familias que habitan en ellas:
Aquí habitó Inés Etelvina Naranjo Suárez, nacida en Quito el 12 de agosto de 1918. Los muros y maderas de esta casa continúan impregnados de sus sueños y vivencias.
Finalmente desembocamos en la plazoleta, una de las más hermosas de la ciudad, con una curiosa fuente trebolada que destaca por su creatividad. A un lado se encuentra una casa que, según una placa en su muro, perteneció a los descendientes de ese Benalcázar que dicen que fundó Quito.
Justo ahí, al ladito, el caminante se encuentra a unos de los quitólogos más apasionados, el maestro José Barrera: estudioso y hábil taraceador que, con paciencia, crea preciosuras y ananayes. El artesano es gran conversador y un conocedor cariñoso de la ciudad que, al igual que sus cajitas, guarda secretos reservados para sus contertulios.
San Marcos… Cuna de Leyendas y tradiciones. Dicen que aquí vivió Cantuña, pero hoy vive la familia Montúfar. Quito 18 de enero de 2013.
La iglesia parroquial es de 1567 y un letrero imperceptible en el interior advierte que el primer bautizo se celebró allí en 1684. Esta iglesia ata al barrio con su origen indígena, como todos los orígenes, algo que tampoco debe ser olvidado en esta ciudad que insiste en blanquearse a la fuerza. Y que conste que no lo digo yo sino los que más saben, como don Fernando Jurado Noboa:
El cronista Diego Rodríguez Docampo afirma que esta parroquia fue fundada hacia 1595 por el obispo López de Solís y junto con San Roque, como queriendo ampliar los límites oriental y occidental de Quito. Era totalmente una parroquia indígena y los muros actuales de la iglesia son los mismos de hace 400 años. Su traza fue muy pobre por la naturaleza de sus feligreses: simplemente una sala rectangular y un arco triunfal, el retablo recién se ejecutó en el siglo XVII(1).
La vida cultural independiente también es activa en el barrio: es el lugar en el que eligieron asentarse La Karakola, Kasa de Experimentación y Konvivencia Artística; Tranvía Zero; o la Casa de la Danza. Es también hogar del Museo de Arquitectura, del Museo de Acuarela Oswaldo Muñoz Mariño y del CDC San Marcos. Es el lugar donde conviven hoteles boutique, restaurantes y vecinos, en un delicado equilibrio que, a momentos, se siente muy amenazado.
Lo más lindo es nacer en Quito y lo más bello es vivir en “San Marcos”.
Sr Miguel Taipe y Sra. Laura Morales.
Como nota personal quisiera decir que me encantaría estar escribiendo esto en uno de los sitios más curiosos que conozco en la ciudad vieja: un pequeño local esquinero, incrustado en el muro del Monasterio de las Catalinas, que destaca desde su nombre: “Dios no muere”. Por dentro es una estrecha construcción de tres habitaciones, una sobre otra. El lugar semeja un enorme cenotafio consagrado a la memoria de Gabriel García Moreno y a su Ecuador católico, apostólico y romano: por todas partes hay fotografías, retratos, libros dedicados al expresidente. Digo que no hay nada mejor que arrellanarse en el sofá del último piso y ver cómo anochece mientras se saborea una Pale Ale chumadorcísima. ¡Salud!
Notas:
1.- Jurado Noboa, Fernando (2005). Calles, casas y gente del Centro Histórico de Quito. Quito: Fonsal, Biblioteca Básica de Quito, 9, p. 117.