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Comentario
Prólogo a Elogio de la Necedad
Cavilando inopinadamente, pensar se me ocurre como caminar, es decir, el uso de herramientas o accesorios para cumplir el cometido de los verbos, para los casos citados, el cerebro y las piernas. Caminar y pensar en sí mismos no sirven, el trote serviría para mantener saludable el cuerpo humano y el pensar haría que el cerebro desarrollara inteligencia.
No faltará quien me diga que corre por medallas de campeonato o para estar lo más lejos de la policía; y quien piense que lo hace porque reconoce el nombre y la forma de ciertos utensilios, o porque, en su estómago, resiente el vértigo del arriba hacia abajo en caída libre por la ladera del verde monte en primavera.
Caminar traslada, sirve para partir o llegar, siendo palabra se trueca en metáfora de trovadores, versos poéticos, retruécanos de saltimbanquis verbales, caminante no hay camino se hace camino al andar, nada tan obvio y a la vez tan hermoso, por lo que hay detrás de esas palabras y con lo que viene delante, gracias al cerebro que luego de ordenar el verbo-ejercicio lo asocia con movimiento y más tarde, es decir cuando el sol se ha ido, logra conectarlo con el sentir hacia el pensar, hago camino para trascender.
Nada tan manido como “pienso luego existo”, peor que “ser o no ser”, infiero que se piensa siendo o no y se es aunque no se parezca a lo que uno piensa que es. El pensamiento puede ser muchas cosas, pero solo en sí mismo tampoco es útil para algo, el pensamiento es el sustantivo emergido de la especie que aprendió a pensar sobre su entorno.
Hay diversos tipos de pensamiento, no se me ocurre tratar ninguno en específico pues tampoco me dan las entendederas, pensamientos con nombres y apellidos, por ejemplo: Rousseau, Kant o Schopenhauer (citados al desborde, sin disciplina, el último, por lo que creía de los franceses y las mujeres, me hace reír); también hay pensamiento crítico que no necesariamente es críptico (entre dios y yo, recuerdo la idea filósofa e inteligente de Bolívar Echeverría), pensamiento democrático que parece querer igualar todo, como a medianoche todos los gatos parecen pardos.
Está bien que todos seamos iguales ante la ley, ante los dioses, en la mente y en los corazones altruistas, benevolentes, solidarios de mujeres y hombres de bien, pero no tiene ningún sentido que todos pensemos igual. Cuando digo “pensar” observo el ejercicio cotidiano del cerebro de cada ser humano de pensar, reflexionar su entorno para entenderlo, protegerlo o transformarlo si es necesario. A veces, es verdad, confundo información con inteligencia, algo así como que el dinero tiene que ver con la generosidad.
Erasmo de Rotterdam(1) fue un humanista del siglo XVI. Lo de humanista viene por aquello de que trató en su oficio y pensamiento acerca de la especie y su convivencia en sociedades más o menos organizadas para el momento, su relación con Dios, según su fe cristiana, el devenir y su trascendencia (hubo más humanistas pero este nos compete por ahora). Discutir entre la fe y las costumbres, digamos en qué creo y qué hago. El clérigo de Basilea creyó en la justicia divina y de los hombres, por eso intentó explicarse la desigualdad entre sus iguales.
Difícil tema todavía, del cual pongo los pies en polvorosa. A priori y raudo quiero dejar sentado que una de las claves de esa gran época iniciada hacia el fin del oscurantismo en el siglo XIV, más o menos, definió que la acción del hombre en la tierra no estaba conectada únicamente con la altura de los aposentos de Dios, sino con la continuidad de la especie gracias al aún mal entendido libre albedrío, entendiéndose que Dios se ocupa también de otros menesteres que solo de los actos domésticos de su creación; no es tema mío los dioses y sus huestes, apenas me encierro brevemente en el Elogio de la necedad, de Erasmo.
***
Este número trece de la colección Literatura y Justicia nos llega como a pedir de boca, pues por ella habla la muchedumbre que al unísono expone sus costumbres, necia multitud que se mueve como marea por el mundo, gregaria especie que siguiendo, al parecer, la misma ruta del nuevo sol del Renacimiento, exhibe su estulticia como bendiciones en el batiburrillo de maitines; polícroma y alegre va la humanidad por primera vez humanista arguyendo locuras insolentes, malolientes, estridentes para descubrirse en la estentórea risa de la vulgaridad.
Más de medio milenio ha pasado desde su publicación en 1511. No faltará quien se pregunte si reeditar esta obra vale la pena o si no es más que un malgasto veleidoso de alguien que cree que la lectura sirve para algo más que entender lo que corre por nuestros flancos, lo que se atraviesa delante o detrás, eso que a veces presentimos como presagio y no es más que la evidencia de una realidad que evitamos ver y enfrentar.
Elogio de la Necedad es actual, qué sofisma puede contradecirlo, porque su propuesta desde la parodia a las costumbres, la ironía de sus aseveraciones y la mordacidad con que trata de los humanos actos nos permite viajar a salto de capítulo como si del día de hoy se tratara como de cuitas contadas en la sobremesa de ayer. Este elogio no habla más que de convivencia entre seres humanos, entre dioses y diosecillos, trata de lo justos que podemos ser cuando nos iguala la estulticia y de lo acertados cuando la inteligencia nos desiguala.
¿En qué país del mundo o sociedad se premia al honrado, se eleva a grado superior a quien ha conseguido hacer bien el trabajo encomendado, a quienes han llegado a tiempo a sus labores?; ¿dónde existen escritores dedicados a exaltar la vida inane de quienes saludan a sus mayores, de dueños de manos que acarician el lomo de sus patrones?; ¿quién existe que se sienta elevado al trono de su monarca porque ha servido de lavador de asientos?
¿A quién se le puede ocurrir a estas alturas del siglo XXI hablar de esclavos cuando la libertad impera y hasta se la impone por fuerza de un brazo, por arbitrio del poder pasajero que ostentan, por el dinero heredado o conseguido a trancas y barrancas?; ¿quién ahora puede hablar de corrupción entre las sábanas con su pareja, o en la trampilla al confesor con el favor de un sueldo para beneficio de terceros?
Cosa de pasado ignoto es creer que existan particulares que maten una gallina para la merienda y que al otro lado del mar un rey vaya baleando elefantes dejando constancia en una foto del resultado de su soberana puntería; audaces palabreros que con audacia convencen a la jauría que ladrar es una lengua muerta y no falte quien diga que la sabiduría está en la seriedad de quienes tienen prohibido desarticular una risa cuando el adjetivo les corresponde.
Creo que es de justicia haber publicado este elogio que ofrece cosas más agradables que las que parecen enunciar sin recato, léase con disfrute según el mundo del revés de la Walsh, o un poco antes en el país de Carroll frente al espejo de su propia condición. La obra de Erasmo es para sabios e impenitentes, para eruditos e ignorantes, para inteligentes y también para estúpidos ilustrados, algún jurisprudente o aprendiz de hoy podrá negar con altura este acierto de hace cinco siglos:
…no pocos de los pleitos interminables,
en los que las partes contienden a porfía,
se hallan sostenidos por un juez aficionado
a dilatar los asuntos o por un abogado que
se entiende con el contrario(2).
Con cordura o sin ella este libro trae, como agua yéndose entre los dedos, lo que el hombre como especie viene buscando desde el principio de los tiempos: equilibrio, entendimiento, tolerancia, convivencia pacífica, libertad y justicia; faltarán otras virtudes y más necesidades justas que cubrir, estulto o ágil mental, necio o abierto de miras, ido o vuelto, hombre de fe o supersticioso, seguiremos encontrando la justificación para tanta dicha no merecida, para tanta fortuna no ganada, para tanta igualdad conseguida gracias a la inteligencia de las mayorías.
Alto, no me mofo de nada ni de nadie, solo parafraseo al gran Erasmo, amigo del utópico Moro que escribió tantas sandeces juntas que hasta parecen salmos de sabiduría; al señor de Rotterdam le han dicho hereje, hombre de iglesia y reformador, moralista exigente, vividor empedernido (quiso dineros, comodidad suficiente para tres comidas al día y tiempo para pensar), tuvo la virtud de saber que no la tenía, que su paso por el mundo no era más que el ensayo de una tragicomedia que aún no se acaba de escribir.
La verdad sea dicha, nada de esto es cierto, solo lo que a usted le quede en su mente o en su risa, que a desgano de la inteligencia yo me igualo con los demás, nada pierdo intentando explicar algo acerca de lo que no entiendo, y sobre lo que más tarde estaré en desacuerdo; como aquel que por el frío se sopla los dedos entumecidos y a la vez sopla el caldo por estar caliente(3).
Otros títulos de la colección Justicia y Literatura:
Diario de un médico loco, Leónidas Andreyev
Un hombre muerto a puntapiés, Pablo Palacio
Yo acuso. El caso Dreyfuss, Émile Zolá
Honorarios, José de la Cuadra
El proceso, Franz Kafka
Las tres ratas, Alfredo Pareja Diezcanseco
Tom Sawyer, detective, Mark Twain
Agua, Jorge Fernández
La guerra de los yacarés y otros cuentos, Horacio Quiroga
Autobiografía admirable de mi tía Eduviges, Francisco Tobar García.
Notas
1.- Para conocer la vida de Erasmo sírvanse revisar bibliografía al uso en diferentes bibliotecas del país, conozco una excelente biografía escrita por Zweig que recomiendo con la distancia y frescura de una buena lectura; aparte de las páginas web que tratan sobre el señor de Rotterdam, que abundan y no he revisado.
2.- Página 170 de la edición del Proyecto Editorial del Consejo de la Judicatura, 2014.
3.- Ver la nota 8 en la página 125 de la edición antes mencionada.