1 Siempre me ha parecido genial que un escritor procure encerrar la vida en un libro. Y me lo ha parecido porque los experimentos que el lenguaje o los lenguajes permiten a quienes se plantean escudriñar sus paraísos y sus abismos, deviene en el gran acertijo que todo lenguaje guarda en sus múltiples versiones orales o en las cuidadas y maravillosas elaboraciones –prosa o poesía- de escritores clásicos, modernos o vanguardistas. Malabares en su tinta es un juego interminable de palabras y de sentidos, de pasadizos de la historia y de superposiciones del absurdo de toda temporalidad humana. Los rigores subyacen precisamente en aquello que narra la vida de muchos y de nadie. De los alcances que asumen varios cortesarrastrados a los hitos o gritos de lo que usualmente conocemos como sucesos históricos relevantes y que pueden ser, en efecto, y en la figuración de Iván Égüez, una metáfora local delacompasión humana o, mejor decir, de la erudición que tienen ciertos seres para descifrar la historia a través de grandes franjas de ideologías vivas o muertas (ideologías percudidas en el sentido común de las masas o los entes anónimos que leen diarios o miran televisión en el sofá más barroco de su casa ataúd). Debo decir que Malabares… puede tener varios pisos de análisis. Sin embargo, la seducción de aproximar –esta vez- una lectura única sobre los pasadizos de la Historia que se cuelan en su comarca novelística, prefiero dejarla para después; para cuando pase la dúctil impresión que su lenguaje causa cuando se la lee por primera vez, sin atajarnosa saborear esas transposiciones del absurdo histórico ajustadas con maestría en los capítulos ausentes de todos los tiempos del libro… Por eso, el lenguaje se me viene completo y repleto en lo que sigue… 2 En la novela, los personajes pululan por las calles y las casas de sus páginas como si no lo fueran, como si no fueran personajes quiero decir. Como si fueran esa misma gente con la que uno tropieza cada día en la ciudad, en una ciudad, en la ciudad de Quito. Y claro, cuando los vuelve a ver, -¿nos volvemos a ver?- después de haber leído Malabares…, ya sabemos por qué devinieron personajes, por qué en su permanente “hablado” y en la ritualidad de cada una de sus gesticulaciones, se halla la esencia de esas múltiples introspecciones que ofrece el autor/narrador cuando algún personaje habla / piensa /ironiza / reflexiona y / se burla de lo que otro… o el mismo habla / piensa /ironiza / reflexiona y / se burla de lo que el tercer otro habla… que puede ser, otra vez, el mismo. El mismo nombre de la novela, que al principio parece solo un juego de palabras, es la advertencia mágica de que el texto es un territorio de inter textos y sugerencias lingüísticas. Es el rezo silencioso y permanente de una clase de quiteños ¿mejor decir ecuatorianos? que hablan para sí mismos y (o) para el resto sin hablar, en una construcción inacabable de sentidos, dobles sentidos, y una combinación de ecuaciones semánticas que Iván Egüez ha interiorizado, de manera magistral, en su escritura; y sin que pareciera que le cueste mucho hacerlo; porque él mismo es un quiteño, un hacedor de la lengua o un escucha sin perezas cotidianas que trasporta consigo esas fuerzas de la voces que salen e invaden el mundo,o esas fuerzas que lo dejan como poseso de la única voz del inframundo, la voz del intrigante “mi señor”. 3 Todos sabemos que una novela atrapa de un modo obsesivo las apetencias de su creador, autor o narrador. Tales apetencias hacen posible que en determinados momentos la novela se apropie de la vida en su versión moral (o inmoral también), y que en el juego de las apropiaciones salgan a relucir las taras de la psiquis. Egüez ha traducido esas taras en la operación introspectiva de todos sus personajes, y no es raro que el propio lector o lectora, si es quiteño además, o ecuatoriano para colmo, se sienta parte de la novela, no exactamente como uno de los personajes sino como alguien que se reconoce en las bajezas, en el morbo, en las minucias del día a día de la gente que sobrevive en los márgenes o en el centro de algunos acontecimientos políticos que parecen muy importantes hasta que son relatados con sorna y contrariedad por la única voz que deja sin voz a todos los personajes de Malabares en su tinta. 4 Iván Egüez demuestra una vez más cómo el lenguaje literario, alcanzado de la calle, de la casa, de los armarios, de las camas, puede ser deconstruido en sus múltiples significaciones. Y la ciudad, escenario rústico y feliz de los lenguajes, se erige como el topos de una tradición perdida: “Los mayores sólo conocieron la ciudad recoleta, los nuevos solo conocen el pastiche de la modernidad. Pero a alguno tocó conocerla como era y reconocerla como es. ¿La generación bisagra? La generación bis: bisnieta y bisabuela a la vez. El bisoño hoy lleva bisoñé”. Esta conexión arbitraria de las palabras rasga y funda un lenguaje paralelo. Pero, ¿está bien decir que es arbitrario? Posiblemente en el origen de la palabra y la designación de las cosas se halle el paraíso perdido de la arbitrariedad y el caos. Sin embargo, esa misma arbitrariedad del lenguaje permite que las asociaciones de palabras produzcan las ideas, la irrupción de metáforas, la recreación plástica del mundo, la traducción de la piel, el desasosiego del alma. En esa asociación arbitraria de las palabrasEgüez reconstruye el mundo. Cito:“(Posturas y costuras, máscaras y cáscaras, acoto rascándome el coto y la coleta de mi coleto, del cocodrilo pecho amarillo, del submarino amarillo que llevamos todos en el occipucio. Ya le oigo a Carmela corrigiendo a las niñas: Se dice cuello, coto solo tiene el recoto. El caballo masca el freno, la niñita mastica la comida. Occipucio suena a coxis sucio, se dice talentos, entendederas.)”. ¿No es acaso este un ejercicio tan plenamente arbitrario como la primera palabra, el primer pecado, el primer paraíso, la primera virgen, la primera boca besando el pubis que no se llamaba pubis? ¿No es acaso este ejercicio cubierto de novela la demostración factible de que la palabra es el territorio del caos de dios en la tierra? ¿No es acaso esta reiteración de las raíces de algunas palabras el retorno a la primera palabra, es decir, el intento de localizar el arbitrario signo, el signo primario y primate del día en que los seres de dos patas y dos tenazas con dedos se rieron de sí mismos porque ese signo, ese sonido, ese graznido, ese chillido, ese chasquido se parecía a sus sueños cuando estaban despiertos? 5 En verdad lo que más me ha gustado de Malabares…, en esta lectura iniciática, no es la historia que cuentan y enlazan a los personajes (y a veces hasta la historia del Ecuador o el Mundo en clave de nombres tomados al azar sin fechas o rebeliones interesadamente marcadas como hitos que dan hipo), sino la construcción paralela de la historia de las palabras, de sus enlaces, de sus cadáveres regados en los diccionarios de los ilustrados, que se levantan vivos cuando alguien los pronuncia para sus adentros, como rezando, como leyendo en voz baja pero sabiendo que si no pronuncia para oírse es como si no leyera nada, ni comprendiera nada, ni aprendiera nada. O sea, leyéndose, aplicándose, sin casi concentrarse, sin apurarse, o sea, reconociendo la pronunciación de las palabras, sin importar el sentido, el contexto, la comprensión, la entrelínea, la sospecha, la maldad, o sea, leyendo sin escribirse, sin encontrarse, sin reconocerse, sin sospechar que ahí precisamente está él, el lector, el desatento, el ojo ciego, el tonto. Pero allí radica el secreto, en la falsanegligencia de las palabras, en que ya no oímos ni leemos ni miramos ni partimos las palabras y sus variaciones semánticas y románticas, parafraseando a Egüez en un impulso de experimentar los usos de su lengua salivando tinta. ¡Oh, dios, que me perdone la perdiz de aprendiz! 6 Dirá nuestro autor en la psiquis de algún personaje que la gente pierde la esperanza pero no la paciencia. ¿Egüez tiene paciencia? Algo más de paciencia se requiere para reconstruir el mundo a partir de la polisemia psíquica de un narrador. La literatura está llena también de poses, posados y poseídos. Los poseídos de poesía no siempre habitan las posadas de los sueños pero tampoco el caos los habita enteros. Ergo, la arbitrariedad con que se ha escrito Malabares… es un truco para novelar las transiciones con que enjugamos y enjuagamos la vida diaria, los refranes que nos ayudan a vivir y a resolver los espesores de lo cotidiano y lo doméstico, la tiranía de las sentencias de los viejos que ya lo saben todo porque aprendieron a reírse para fuera y no para adentro de la propia y fingida misericordia o la moral del cuerpo en cada tiempo… si acordamos que la moral no existe sin la compañía de otro cuerpo, lo digo bien: cuerpos solos, solo cuerpos. 7 ¿Esta novela existe si a cada personaje se le da un corpus de palabras / raíces / órganos / psiquis en apariencia contextuales y fijados por una estructura narrativa clásica pero móvil? Por supuesto que sí. Pero pasará a las referencias literarias y al deleite de los lectores por la riqueza de las metáforas del ser y hacer ecuatorianos. Quiero recordar que hace muchos años un reconocido escritor ecuatoriano decía, refiriéndose a su propia novela, que era un texto con personajes. Parafraseando con evidente interés y muy poco rubor, yo diría que Malabares… no es una novela sino un tratado de la polisemia psíquica de Iván Égüez, plantada en los desfiladeros de su historia de la humanidad en el siglo XX. En sus páginas yace una enfermedad de signos imposibles pero reales; esos signos remiten también, además de la sintomatología de todo malestar (meta) físico contiene, al diseño minucioso de una estética (meta) psíquica, que se abre paso en el mundo a través de los malabares queEgüez rescata de su tinta, plácido de ahogarse de vez en cuando –allí mismo- solo para tener el placer de sacar la cabeza y el cuerpo y el pecado de la vieja moral literaria de escribir parábolas para la próxima edición de sus propias biblias. La polisemia psíquica de Egüez también es una provocación literaria. Si el lector o lectora busca una historia atrapante de misterio o el ser de los habitantes ecuatoriales, con seguridad saldrá desanimado. Porque Egüez en realidad nos invita a conocer los laberintos psíquicos que lo obligan a escribir, que lo obligan a exorcizarse, que le hacen enganchar las palabras para crear, con sus arbitrarias sujeciones enunciativas, una fiesta de las corrientes psíquicas… traducidas a diálogos o exuberancias introspectivas con o sin personajes. Y cuando hemos aceptado la invitación, cuando el autor ha logrado que ingresemos a sus vericuetos, a que exploremos sin piedad sus laberintos, a que acariciemos sus malabares, a que tanteemos su tinta y tomemos su tinto, entonces, solo entonces, caemos en la cuenta de que por fin la novela es una novela; porque ya no somos lectores sino personajes de los malabares psíquicos y estéticos de “mi señor” Égüez. Y que su historia es la historia de todos los que tienen la tribulación de vivir los dos siglos que atraviesan el milenio uno y el milenio dos. Muchas gracias. La Habana, 21 de febrero de 2013