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Traduttore, Traditore (1) Desde San Jerónimo hasta el chupé de pescado

Mais que dirai-je d’aucuns, vraiment mieux dignes d’être appelés traditeurs que
traducteurs?

Vu qu’ils trahissent ceux qu’ils
entreprennent exposer…
 

(¿Mas que diré yo de ninguno de ellos, verdaderamente dignos de ser llamados traidores que traductores?

Visto que traicionan aquello que pretenden exponer…) 

Joachim du Bellay, (Defensa e ilustración de la Lengua Francesa), capítulo VI

Según datos actuales en el planeta existen alrededor de 7.000 lenguajes(2) (6.912 dice exactamente el estudio, pero sabemos que eso no es preciso, pues las lenguas se van muriendo día a día a causa, lamentablemente, de su desuso y el desinterés por parte de diferentes frentes). ¿Se imaginan entonces un texto escrito que contenga todos los lenguajes del mundo? ¿Una Babel que traspase todos los significados?... En uno de sus libros sobre traducción Umberto Eco dice que “quizá la teoría aspira a una pureza de la cual la experiencia puede prescindir”(3) refiriéndose a la cuantiosa, pero muchas veces estéril, investigación y crítica sobre estudios de traducción que se han realizado. Por más que se intente teorizar un campo tan complejo el resultado nunca será el mismo que el que se obtendrá al lanzarse al ruedo y tener la experiencia propia de la traducción o la de ser traducido, como es el caso del escritor y filósofo italiano. Aquí entonces se intentará hacer una aproximación ejemplificada sobre este tema.

Imaginemos por ejemplo una ceremonia religiosa, una boda: sobre el altar están los novios, el cura y siempre a su lado, el monaguillo; el resto del lugar está lleno de invitados, familiares, curiosos y vecinos. Imaginemos ahora que el sacerdote dice sus palabras de rigor: Pepe Pérez ¿acepta usted como esposa a Pepa Plaza?, sí, acepto; ahora, Pepa Plaza, ¿acepta usted a Pepe Pérez como esposo?…

No, no acepto…

Imaginemos ahora el microsegundo de silencio cortopunzante en toda la sala y enseguida el estallido de murmullos, gritos, desmayos, lamentaciones y risas. Todo esto por algo que -si lo vemos de un modo superficial- es un simple monosílabo: “no”, ese par de letras que juntas forman el fonema, sin embargo todos sabemos que aquí lo que importa es su significado; en este caso, un rotundo no y todo se echó al traste, un simple sonido emitido sin mucho esfuerzo físico por las cuerdas bucales y se armó la guerra, la discordia, el caos.

Ese es un ejercicio académico recordado a propósito de una arista de este tema, las palabras, su significado y su poder en la realidad. Sabemos entonces que todo discurso crea  y recrea la realidad, como en el caso de este ejemplo bastante simple, pero efectivo. Partiendo de esto hablemos ahora sobre las posibilidades e imposibilidades de las palabras y sus traducciones, de sus efectos y defectos, de sus limitaciones y alcances en un mundo regido por el lenguaje.

Pero antes de continuar, se debe advertir a los lectores, y a las almas iluminadas, que aquí no se desarrollarán soluciones a problemas teóricos de estudios sobre traductología. Este es un artículo empírico sobre la traducción y por consecuencia sobre sus malos entendidos y sus divertimentos (tomando prestado el significado de esta palabra del mundo de la música) sobre todo eso, divertimentos a causa de sus yerros. Porque errar es de humanos, y reírse de los yerros -de los propios sobre todo- es más humano todavía.

1. El mundo: ese alfabeto entre la palestra y el cadalso.

Cambiar unas palabras con otras es cambiar conceptos, y como se dijo, realidades; de ahí que en el desarrollo de los estudios casi actuales -como el poscolonialismo por ejemplo- se establezca la diferencia entre lo que se decía como juzgamiento y lo que ahora se designa por su ontología: no es lo mismo decir, reo o preso, que PPL (persona privada de la libertad) como no es lo mismo llamar inválido o discapacitado a una persona con capacidades especiales, o llamar ciego a un no vidente. La diferencia está en el discurso, si se fijan, no sentencia, designa, que no es lo mismo.

Sin embargo, el lenguaje -ese gran animal vivo que se mueve autónomamente por sobre las convenciones sociales- también tiene matices que requieren hacer de este verosímil e identitario, con fondo y cuerpo; por ejemplo, no es lo mismo decir: mi negro bello, que decir: mi afrodescendiente bello, ¿sí ven la diferencia? Todo depende del contexto en que se maneje el lenguaje, y en qué niveles del habla (el lenguaje particular de cada uno de nosotros) se interprete y se exprese lo dicho, de ahí que no toda convención social con las normas actuales de “tolerancia” sirva para, digamos, un discurso familiar, o un discurso ficcionado, como en la narrativa o la poesía, donde lo verosímil -en el caso de la narrativa más que nada- no debe estar supeditado a ninguna convención amable con las normas sociales y políticamente correctas, juzgando, eso sí, como decía Wilde, no la calidad moral de lo escrito, sino la calidad literaria, que es lo que interesa en definitiva. Y ya que se nombra a Wilde, nombremos también a La importancia de llamarse Ernesto, su última -y considerada la mejor- obra de teatro, que en el título original juega con la palabra honrado y el nombre propio Ernesto, ya que en inglés son homófonos, así, The importance of being Earnest, terminó siendo Ernesto y no honrado; aunque la traducción más acertada sería la del maestro Alfonso Reyes, quien utilizó el mismo juego de palabras para su traducción, denominándola: La importancia de ser Severo. Idea mucho más cercana al original.

Pero cuando se habla de tácticas o estrategias poscoloniales de la traducción de un texto, como dijera Eco, se debe nombrar ese primer capítulo de Don Quijote de la Mancha traducido al spanglish, trabajo que el lexicógrafo e investigador Ilan Stavans llevó a cabo en 2002. Stavans ha trabajado varios años en estudios sobre las voces del spanglish, haciendo comparaciones con el yídish y el ebonics. Este fragmento del Quijote chicano es parte de sus estudios del lenguaje fronterizo; lo que no necesariamente nos compete en este artículo, sin embargo es prudente mencionarlo para la curiosidad de los interesados. 

2. Desde San Jerónimo hasta el chupé de pescado 1

San Jerónimo, el patrón de los traductores, quien pertenecía a una familia cristiana y rica, era un apasionado por la cultura clásica, se dedicó al estudio del hebreo y algo de griego, con profesores paganos (Donato) valga la pena remarcar; fue quien tradujo la Biblia al latín, la Vulgata, es decir, el “libro sagrado” para el vulgo. Gozó de gran autoridad en la Iglesia. Murió a los 80 años, el 30 de septiembre del año 420 d.C. (y por esta mera coincidencia, apelando a la coyuntura, tiene él su día de festividad -y por ende día de los traductores- un 30 S, pero de hace 16 siglos atrás). Su traducción (la Vulgata) permaneció vigente hasta finales del siglo XX, cuando se publicó la Nova Vulgata en el año 1979 luego del Concilio Vaticano II. Si bien San Jerónimo es el patrón de los traductores, el patrón de las Facultades de Traducción e Interpretación es Alfonso X El Sabio(4).

La frase histórica más conocida de San Jerónimo fue y es “non verbum e verbo, sed sensum exprimere de sensu” que quiere decir, “no expresando palabra por palabra, sino sentido por sentido”, ahora bien, entendiendo esta máxima se puede establecer la diferencia y la responsabilidad que debe tener cualquier tipo de traducción (no transliteración ni adaptación, que tienen temática parecida pero no igual). Esto nos lleva inevitablemente a posar la atención en las palabras imposibles de traducir a otra lengua, ¿ejemplos? Hay muchos, para no ir tan lejos, ¿han escuchado el modismo -sobre todo en la Sierra ecuatoriana- quierde(5)? ¿O en la misma línea, el modismo elé(6)? “Quierde” significaría algo así como: no hay, aquí no está, refiriéndose a algo que no aparece, como una cosa o un objeto perdido; o que no se manifiesta, como una acción. Y el “elé” vendría a ser como un contrario del “quierde”, es decir, algo que apareció o que se manifestó: “elé, ahí está la billetera que se había extraviado, ¡apareció!”. Algún amigo francoparlante alguna vez afirmó que la traducción exacta para el “elé” ecuatoriano, vendría a ser el voilà o voici francés, pero siempre faltan las explicaciones que justifiquen la fonética de la palabra castiza.

Siguiendo con palabras intraducibles, en alemán tenemos la palabra torschlusspanik que significa tener miedo a que las oportunidades disminuyan a medida que nos hacemos viejos; o la palabra freizeitstress, que es el estrés del tiempo libre y todas las actividades que hacemos para ocuparlo. Sin embargo, hay una palabra que causa curiosidad, en el mismo idioma alemán, esta es schadenfreude, que según parece está tomando cada día más importancia en lo cotidiano y hace referencia “al sentimiento de gozo que se produce al observar el sufrimiento ajeno. No es sadismo, no es envidia”(7), es un término intermedio que se lo podría asociar perfectamente a ese “sentimiento tan común en la prensa rosa de asistir a la caída a los infiernos de los ídolos, esa risa involuntaria que brota al ver una caída ajena o el gozo interno que nos invade cuando vemos al final de la película que el villano de turno recibe su merecido”(8), que no es lo mismo que morbo. Si existiera un antónimo para schadenfreude, aquel se encontraría al otro lado del planeta y en otro lenguaje; la palabra es mudita, un concepto budista que hace referencia a la felicidad que genera la felicidad ajena. Y por ejemplo, en japonés, cultura trabajadora por tradición, tenemos las palabras: “kyoikumama (madre que presiona despiadadamente a sus hijos para que obtengan logros académicos) y gaman, la determinación para afrontar los obstáculos en la vida, de persistir frente a desafíos que parecen insuperables”(9). Pero el término psico-laboral más extraño que tienen los japoneses no es ninguno de los anteriores, es karoshi, una palabra tristemente de moda en el país que hace referencia a la muerte por estrés laboral. Gigil expresa en filipino lo que sienten todas las abuelas cuando cogen a sus nietos en brazos, esas ganas de morder o pellizcar algo insoportablemente tierno. Tartle se utiliza en Escocia para denominar ese momento de vacilación cuando vas a presentar a alguien y no recuerdas su nombre. Boh es probablemente la mejor expresión que tiene el italiano, sirve para decir con solo tres letras que no tienes ni idea. Más románticos son los árabes que al pronunciar ya’aburnee (literalmente, tú me entierras) aluden al deseo de morir antes que su interlocutor para no tener que soportar su pérdida. Y seguimos con el macabro tema de la muerte, solo hay un idioma conocido para nombrar algo tan desgarrador como la pérdida de un hijo. Hay huérfanos, hay viudos, y en Israel hay hore shakul. Los franceses no son de palabras sino de expresiones únicas, y sorprenden nombrando conceptos tan concretos como el ingenio de tener la respuesta acertada cuando es demasiado tarde (l’esprit de l’escalier) o pasar la mañana vagueando en la cama (grasse matinée)(10).

Remito un fragmento del artículo citado en la última nota de referencia, que merece la pena ser transcrito aquí:

Vladimir Nabokov, además de escribir Lolita, la tradujo del inglés al ruso, esa y muchas obras más, propias y ajenas. Era un defensor de la traducción literal, sin cambiar ni un ápice (a pesar de que fuera el responsable de que en Rusia no hablen de Alicia sino de Ania en el País de las Maravillas). Sin embargo, reconocía que había palabras que no tenían traducción posible y hacía hincapié en una: toska. “Ninguna palabra del inglés traduce todas las facetas de toska”, decía el autor. “En su sentido más profundo, es una sensación de gran angustia espiritual, a menudo sin causa específica. En el aspecto menos mórbido es un dolor sordo del alma, un anhelo sin nada que haya que anhelar. En su nivel más bajo, se reduce al hastío, al aburrimiento”.

Palabras, como vemos, que sin la justa explicación utilizando oraciones enteras en nuestro idioma serían imposibles de traducir literalmente, al menos no en una sola palabra como sucede en su lenguaje de origen o texto fuente.

3. Desde San Jerónimo hasta el chupé de pescado 2

Ahora, también están las traducciones que son hilarantes y de una irresponsabilidad supina, como las ya anecdóticas cartas “bilingües” de menús en ciertos restaurantes, donde parece que han traducido todo con un traductor google; justamente una herramienta que por ser nueva es más un daño que una ayuda, pues no tiene el sentido de la sintaxis ni la competencia que se requiere en el conocimiento del contexto socio-cultural al que se debe la lengua fuente, es decir, la lengua a ser traducida; de ahí que las traducciones automáticas a veces no tengan ni pies ni cabeza. De eso ni hablar. Como decía, los ejemplos abundan; aquí se presentan unos pocos sobre lo que no se debe hacer respecto a traducir como se le diera la regalada gana a algún dueño despistado de un restaurante o a cualquier mortal que tenga un poco de respeto por su intelecto:

Bonito a la Plancha, traducido como “pretty to the iron”, (que por cierto, Hemingway respeta este nombre propio del pez en castellano, en el original en inglés de El viejo y el mar). O la receta del pollo a la jardinera, traducida en un anuncio como “chicken to the kindergarden”, o la anécdota que me contó un excompañero de trabajo que no supo cómo responder a la pregunta de un norteamericano cuando este le preguntaba qué significaba lo que leía en ese letrero de un puesto de comidas aquí en Ecuador, el letrero decía “papipollo”, a lo que mi excompañero le respondió que eso quería decir “daddy chicken”… (sin comentarios), o la anécdota de una amiga noruega en la ciudad de Latacunga. Cuando ella pidió el famoso plato de chugchucara y preguntó si el plato era grande o pequeño, para ver si se lo avanzaba, la doña que la atendía le respondió: “grandecito es”… con esa respuesta la amiga extranjera se quedó en las mismas, o peor, sumida aún más en la oscura duda, su estructura mental del lenguaje no estaba acostumbrada a imaginar un plato grande pero chiquito al mismo tiempo… solo aquí. Y siguiendo en esta línea de “traducciones” descabelladas, recuerdo mi propia experiencia alguna vez en un festival de poesía de cuyo nombre no quiero acordarme, donde luego de las lecturas observamos en un banner los platos típicos de la zona, y uno de ellos decía “chupé de pescado”, con letras igual de grandes que en el castellano, abajo, y entre paréntesis estaba su traducción: “Sucked of fish”…

Así habrá un millar de errores irresponsables y muchas veces no malintencionados sino producto de un desconocimiento o una pereza por averiguar un poco más allá de los “misterios” del traductor automático.   

4. La infidelidad como fidelidad: negociación

Eco, en el libro mencionado al inicio, sostiene y concluye que lo que se debe hacer en un trabajo responsable de traducción es la negociación, un ejemplo claro es el siguiente: la Tierra es redonda, es decir, que la Tierra es casi como el sol; y el sol entonces es casi como una pelota, es decir los tres son casi lo mismo; pero dista una inmensa diferencia entre uno y otra. El punto es, entonces, que lo que hay que negociar es ese casi; porque sabemos que el sol, la Tierra y la pelota son redondas, pero ahí viene la negociación del traductor para poder escoger la mejor opción y así llevar al sentido más parecido lo que se quiere decir sin caer en un error muy alejado de la fuente.

De la mano de ese ejemplo también está el problema de la fidelidad, simple como esto: si usted, señor aventurero traductor en ciernes o simplemente entusiasta de los lenguajes, quiere traducir algo “literalmente” palabra por palabra, tratando de reconstruir la lengua de destino, a la más alta fidelidad de la lengua fuente, pues entonces, está usted -obviamente- en un grave problema. Como cuando el poeta y crítico inglés Mathew Arnold afirmaba que “un traductor siempre debería transmitir la impresión de esas cualidades, incluso cuando no las corroborara el texto”. -Y aquí recordamos la máxima de San Jerónimo- (…) señaló que “una traducción literal conducía a la extravagancia y a la zafiedad” (11). Esto sería un pecado mortal sobre todo si se tratase de una traducción, digamos, de poesía. Es imposible traducir poesía sin ser un “traidor” y sin ser necesariamente un artista-traductor del trabajo que se estaría gestando, pues lo que interesa en ese caso no es lo “literal” ni lo exacto, sino la capacidad artística y léxica para poder re-construir el ethos del poema desde y hacia el otro lado, hacia la lengua de destino.

Y esto ahora, para concluir, me recuerda dos ejemplos dignos de ser nombrados respecto a las traducciones de nuestro país. El primero, ese escándalo que hubo hace aproximadamente un lustro, a causa de la traducción de la Obra poética de Jorge Carrera Andrade a cargo de un señor de apellido King (o Reyes en ecuatoriano) quien -sin nosotros juzgar más allá de lo conocido y sin indagar en lujo de detalles respecto de aquella escaramuza- causó el furor o la indignación por la dudosa calidad de su interpretación como traductor del gran poeta quiteño. Y el otro ejemplo -que se podría considerar incluso como la antípoda del caballero nombrado en la línea anterior- es el jesuita y rector fundador de la Universidad Católica del Ecuador, el padre Aurelio Espinosa Pólit, quien sin prisa ni contratiempos, se tomó 34 años de su vida reuniendo más de 2.200 volúmenes de la obra virgiliana para traducirla al verso castellano(12), al igual que las obras completas del poeta, también latino, Horacio y del dramaturgo griego Sófocles.

Pero se requeriría un extenso artículo aparte para hablar del magnífico trabajo de este jesuita como traductor reconocido a nivel mundial. Y no solo de letras vive el hombre, así que, hablando de alimentarse, pues, creo que pediré a domicilio un pretty to the iron, o un sucked of fish con harto limón ceutí(13), ese sí… que acá -y hablando de traducciones- se ha convertido en limón sutil, es decir, un limón amansado… gracias al lenguaje, una vez más.   

 

NOTAS

1. Traduttore, traditore: expresión de origen italiano que juega con el parecido de estas dos palabras, traducir y traicionar, para explicar que la traducción de un texto de una lengua a otra jamás podría respetar perfectamente el texto de la lengua original. Aunque esto, por otra parte y según Borges, es una “superstición ampliamente arraigada”. 

2. Según la última edición del libro The Ethnologue: languages of the world (El etnólogo: lenguajes del mundo) (XVI edición) publicado en 2005 por SIL internacional, se considera que esa es la cantidad de lenguas que se habla en el mundo, aunque más del 90% de la población se concentra en apenas unos pocos idiomas. Si las queremos situar geográficamente, Asia es el continente donde más lenguas se hablan, pues allí se concentra el 32,7% del total. En África se habla el 30,3% de los idiomas de todo el planeta, y en el Pacífico está el 19% de todos los lenguajes del mundo. En el continente americano se habla el 14,5% de todos los idiomas existentes, mientras en Europa se concentra tan solo el 3,5% del total.

3. Eco, Umberto; Decir casi lo mismo. Experiencias de traducción. Lumen, Barcelona, 2008. 537 pp. Traducción: Helena Lozano Millares.

4. Alfonso X el Sabio es considerado el fundador de la prosa castellana y, de hecho, puede datarse en su época la adopción del castellano como lengua oficial. Sus profundos conocimientos de astronomía, ciencias jurídicas e historia desembocan en la organización de tres grandes centros culturales que giran alrededor de Toledo, Sevilla y Murcia. En la primera ciudad quedó ubicada la famosa Escuela de traductores de Toledo que, junto a compiladores y autores originales repartidos por el resto, emprendió una ingente labor de recopilación de toda clase de materiales para la elaboración de libros, que el propio rey corregía y supervisaba.

5. Hay quienes afirman que es la conjunción de tres palabras: “qué es de”. Pero nada comprobado.

6. En Argentina hay un modismo similar, pero sin la tilde: “Ele”, expresión que indica asentimiento o aprobación, a veces con ironía. Sin embargo, nada tiene que ver con este modismo ecuatoriano.

7. Palabras sin traducción y otras rarezas lingüísticas, Enrique Alpañés. Yorokobu.es / España, Julio 2013

8. Ibid.

9. Ibid.

10. Ibid.

11. Arte poética, La música de las palabras y la traducción. Jorge Luis Borges, Crítica, letras de humanidad, Barcelona, España, 2001.

12. Eneida, Virgilio. Aurelio Espinoza Pólit, Ed. Cátedra, letras universales, Madrid, 1989. (Como dato adicional, esta edición se la puede comprar o consultar en el museo y biblioteca en el sector de Cotocollao -al norte de Quito- que lleva su mismo nombre.

13. El nombre genuino de esta fruta es “limón ceutí” que es relativo o natural de Ceuta, África. Aunque acá todo el mundo lo re-bautice como “sutil”, fonética parecida y más cómoda para los hispanohablantes.

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