Tres personas estaban sentadas en el portal de una casa situada en las calles 22 y El Oro, en el sur de Guayaquil, cuando un hombre se bajó de una camioneta y disparó unas 15 ocasiones.

Silva Romero decidió escribir esta novela cuando viajaba en un auto con una víctima del conflicto armado que le contó su historia.

En nuestro país, el agresor es visto con naturaleza, con cierta indiferencia por parte de la sociedad; está camuflado en la comunidad porque sus acciones se han normalizado.

La Secretaría de Derechos Humanos instaló un sistema integral de prevención, con protocolos de auxilio. Solo en 14 días de emergencia se registraron 226 casos de agresión a mujeres.

En los últimos seis años y dos meses, los jueces dictaron 158 sentencias condenatorias en contra de autores de este delito, se archivaron 14 investigaciones previas y hubo siete sobreseimientos, según la Fiscalía General del Estado.

Lejos de pensar que estos hechos hayan sido perpetrados por villanos ficcionales, se reafirma que esa violencia atroz, que esta evidente intención de causar sufrimiento, es perpetrada por personas que gozaban de la confianza y mantenían vínculos de afecto o cercanía con las víctimas.

De los 30 asesinatos que se reportaron este 2020 en Guayaquil, Durán y Samborondón, 11 de las víctimas registraban antecedentes delictivos.