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Las encuestas ya mencionan a algunos aspirantes a la presidencia. En la izquierda violenta podrían competir Jaime Vargas, Leonidas Iza o el candidato del correísmo. En la derecha radical podrían aparecer Andrés Páez, Lucio Gutiérrez o Fernando Balda. Pero en el espacio de las opciones centristas, desde democracia liberal, estarían Jaime Nebot, Guillermo Lasso y Otto Sonnenholzner.
Lasso es un aspirante desinflado. Sobre Sonnenholzner pesa su relación con el gobierno actual. Queda un Nebot indeciso, paniaguado y sin arrojo. Nebot cada vez se muestra menos comprometido con ocupar el papel en el devenir de la Historia y para el que se ha preparado desde hace más de 30 años. ¿A qué le teme Nebot?
¿Nebot le teme acaso a que se repitan las circunstancias de su candidatura presidencial de 1996, derrotada por evitar acercarse a la izquierda moderada y conseguir un acuerdo de gobierno? ¿Le teme enfrentarse a las circunstancias de ajuste, al saneamiento de las finanzas públicas y a la renegociación de la deuda externa? ¿Le teme enfrentarse a un país destruido por la demagogia, polarizado por el populismo y ahogado por la corrupción?
Las apuestas por el personalismo fracasaron. Arriesgarnos por un arrebatado liderazgo volvió a salir mal con Rafael Correa y hoy estamos volcados a exigir la conformación de un gobierno que inicie desde la sociedad. Urge exigir de los partidos políticos una candidatura de consenso en el centro pluralista y empujar a sus líderes a la conformación de un gobierno de concentración nacional, que incluya a todos los frentes del pluralismo democrático.
Los líderes de fuste se consagran en las dificultades. Es fácil administrar un país petrolero con los precios del crudo por los cielos. Mientras Rafael Correa será recordado por haber quebrado un país rico, si Nebot rechaza su responsabilidad histórica con la Patria será recordado como el presidente que nunca fue, como el político que le quedo chico Guayaquil, pero que le quedó grande el Ecuador. (O)